El Dombass Arena de Donetsk está considerado por la UEFA uno de los estadios más modernos y mejor preparados de Europa. Con capacidad para 51.000 espectadores y una espectacular fachada que combina cristal y acero, fue una de las principales sedes de la Eurocopa que organizaron Polonia y Ucrania en 2012. Dos años después es objeto de proyectiles y disparos y ha dejado de acoger aficionados.
El pasado mes de agosto dos bombas explotaron en la cara noroeste del recinto que regenta el equipo minero del Shakhtar Donetsk, rival del Athletic de Bilbao en Champions, causando numerosos destrozos. Unos días antes, las balas también pasaron por su ciudad deportiva. La ciudad de Donetsk es el escenario principal de las disputas de poder entre ucranianos y prorrusos y el equipo más carismático en los últimos años en Ucrania ha desaparecido de alli.
Como el resto de clubes de las zonas controladas por los prorrusos, optó por el exilio esta temporada. Primero, decidió trasladar su sede a Kiev y, antes de comenzar la liga, se tomó la decisión de trasladarse Lviv, a 1.000 kilómetros de Donetsk para jugar este año sus partidos allí. Lejos de su estadio y de su afición, el Shakhtar lidera la liga del país y camina hacia su décimo título, aunque la incertidumbre sobre el futuro marca su día a día.
Su historial de triunfos está ligado a la figura de su propietario. En 1996 compró el equipo Rinat Akhmetov, uno de los hombres que ayudó al depuesto presidente Yanukovich, que desde 1997 era gobernador de Donetsk, a llegar al poder. Akhmetov, magnate de la minería, está en la lista de los 50 hombres más ricos del planeta. Ya lo era antes de financiar políticamente la carrera de Yanukovich. Pero su fortuna se multiplicó por tres cuando alcanzó la presidencia. Con el control de la explotación minera y el monopolio de la exportación de electricidad, Ahkkmetov apostó por hacer del Shakhtar uno de los equipos más poderosos de Europa.
Incertidumbre
No tuvo reparos en invertir en jugadores y a nadie le importó que la construcción del nuevo estadio triplicase el presupuesto inicial. Se convirtió en el héroe local y el mayor éxito del club fue la conquista de la Copa de la UEFA en 2009. Con el rumano Mircea Lucescu como entrenador, se apostó por traer jugadores brasileños y pagar fichas altas para convencerles de que la liga ucraniana era un destino apetecible en Europa.
Desde su residencia de Londres, Ahkmetov ve como su proyecto se viene abajo poco a poco. El pasado mes de julio seis jugadores del equipo se negaron a volver a Ucrania tras un amistoso en Francia. Los brasileños Alex Teixeira, Dentinho, Ismaily, Douglas Costa y Fred y el argentino Ferreyra argumentaron que tenían miedo. Sin embargo, el dueño amenazó con ejecutar las claúsulas de su contrato y pedirles indemnizaciones.
Mientras tanto, a pesar de su oposición al gobierno de Kiev, Ahkmetov se apresuró a confirmar que el equipo seguiría jugando en Ucrania. Además, se aseguró no correr la misma suerte que otros oligarcas relacionados con el fútbol como Sergey Kurchenko, el dueño del Metallist, que fue incluido en la lista de empresarios que han sacado dinero ilegalmente del país según la Unión Europea.
El magnate de la energía ya anunció que la inversión en el equipo se reducirá notablemente y es consciente de que la temporada que viene será muy complicado retener a los jugadores. A 1.000 kilómetros de sus aficionados, Ahkmetov y el Shakhtar también se exponen a la posible expropiación de los prorrusos si finalmente se hacen con el control. La incertidumbre sobre el futuro del país también se ha apoderado de una liga que, a pesar de los enfrentamientos no ha sido suspendida, con el objetivo de dar una última dosis de normalidad a la población.