"Arriba, arriba con ese balón, que Juanito lo prepara y Santillana mete gol". Aún hoy, treinta años después, la afición del Santiago Bernabéu sigue coreando el nombre de estos dos genios, dos jugadores que eran todo pundonor en el campo y que formaron una sociedad mítica.
Al primero se lo llevó la carretera un 2 de abril de 1992, cuando regresaba a Mérida después de ver un Real Madrid-Torino. El segundo, retirado hace ya un cuarto de siglo, es hoy representante de ventas en España de una conocida marca de ropa deportiva. Sigue en el equipo de veteranos del conjunto blanco y, de cuando en cuando, saca tiempo para practicar la natación y el golf, otras dos de sus pasiones.
Hablar de Carlos Alonso González (Santillana del Mar, Cantabria, 23 de agosto de 1952) es hablar de goles, sobre todo de cabeza. Sin duda Santillana es el gran rematador de cabeza por excelencia del fútbol español. En 1971, a punto de cumplir los 19 años, el joven futbolista cántabro desembarcó en el Real Madrid. Un problema congénito en los riñones le jugó una mala pasada un año después e incluso llegó a temerse por su carrera. Pero el Puma se recuperó y acabó vistiendo la camiseta blanca durante 17 temporadas en 643 partidos, marcando la friolera de 290 goles y consiguiendo 16 títulos (nueve ligas, cuatro Copas del Rey, dos Copas de la UEFA y una Copa de la Liga), aunque le queda la "espina clavada" de no haber podido proclamarse campeón de Europa, ni con el Madrid ni con la selección española. Y ocasiones tuvo para ello, aunque se encontró con un escenario maldito como el Parque de los Príncipes de París.
Tras jugar unas temporadas con la Quinta del Buitre, el 22 de mayo de 1988, con 35 años, Santillana colgó las botas en un partido de Liga ante el Valladolid. Ante un Bernabéu hasta la bandera. Y, cómo no, su último gol fue de cabeza. Un golazo. Fue la despedida soñada para un jugador de leyenda, mítico entre los míticos, que, a diferencia de otros compañeros de vestuario como Valdano, Míchel, Camacho o Del Bosque, no quiso adentrarse en la aventura de los banquillos porque, según dice, "para ser entrenador hay que tener una madera especial".
Así lo relata el propio Carlos Santillana en una entrevista realizada en la redacción de Libertad Digital -impagable la mediación de su amigo y excompañero Isidoro San José-, donde ha querido repasar su carrera. La carrera de una leyenda viva del madridismo...
Entrevista a Carlos Alonso 'Santillana'
Tu nombre real es Carlos Alonso González y Santillana del Mar, tu ciudad natal. ¿Por qué te empezaron a llamar futbolísticamente Santillana?
En Santillana del Mar no había campo de fútbol y yo, con 14 años, cuando empezaba a jugar, quería hacerlo donde fuera. Contactó conmigo un equipo de Barreda -a 6 kilómetros de Santillana-, el Satélite. Hasta ahí bajábamos a entrenar en el camión de la leche. No había autobuses en aquella época (1966). Cuando el camión cogía las perolas de la leche y se iba a Santander a descargarlas, bajábamos con él, y a las nueve de la noche, cuando volvía, regresábamos a Santillana del Mar. ¡Tú fíjate lo que teníamos que hacer para poder ir a entrenar! Cuando bajábamos a jugar a Barreda, lo hacíamos desde diferentes pueblos. El entrenador no se acordaba de nuestros nombres pero sí de dónde veníamos. De mí decían: ¿ha bajado el de Santillana hoy a entrenar? Y así es cómo se empieza a quedar lo de Santillana. El caso es que a mí no me desagradaba porque era el nombre de mi pueblo, pero simplemente por mi padre, que me echaba la bronca por no llevar su apellido (Risas).
Del Satélite de Barreda al Racing de Santander, donde estuviste sólo una temporada, y de ahí al Real Madrid como pago de una deuda...
Sí, pero hay cosas que la gente no sabe. Con 16 años hice una prueba en el Deportivo de La Coruña. Me fui cuatro días y no me cogieron. Me volví a Barreda. También tengo fotos con la camiseta del Barça. Estuve haciendo una prueba durante cuatro o cinco días. Allí estaban Domingo Balmanya -exseleccionador española-, Artigas era el entrenador. Recuerdo también a Juan Carlos, Rifé, García Castany... Jugué un partido con el equipo suplente en Badalona y la verdad es que se portaron muy bien conmigo. Yo era sólo un niño con 16 años. Me dijeron que se quedaban conmigo: ellos me cedían al Condal, me buscaban el instituto y la pensión, pero yo quería volver a mi casa. Dije: 'Me quieren. Me sirve de experiencia y entreno'. Los tiempos no tienen nada que ver ahora con los de antes. Ir antes a Madrid o a Barcelona era un mundo. Mi madre, que ahora tiene 88 años y sigue viva, me decía: 'Te vas a perder allí, con las chicas...'. Total, me empezó a entrar la morriña y me volví a la tierruca. Fue un disgusto para los del Barça, pero les dije que prefería volverme con mi padre y mi madre en casa. Les pedí disculpas. Al año siguiente vino el Racing y, esta vez, siendo de casa... Era el equipo de mi tierra y acababa de subir a Segunda División. Para mí, con 17 años a punto de hacer 18, estaba estudiando el PREU (preuniversitario). Me fui al Racing, donde fui máximo goleador de Segunda División. Estuve sólo una temporada y tuve la fortuna de que el Madrid vino a buscarme a Santander. Sin haber cumplido 19, fiché por el Madrid.
Y en el Real Madrid estuviste de 1971 a 1988. Viniste con otros dos cántabros como Ico Aguilar y Pedro Corral, pero tú fuiste el que más triunfaste...
Pedro Corral jugó muy poco porque en el Madrid entonces estaban Miguel Ángel y García Remón. Ico Aguilar era el fichaje estrella del Racing. Había hecho una grandísima temporada. El Racing tenía una deuda total de unos 23 millones de pesetas con Caja Cantabria. Por Aguilar darían 15 o 16 millones. El Racing le dijo entonces al Madrid: 'si os queréis llevar a todos y nos quitáis la deuda, nosotros encantados'. El Racing se quedó a cero. En aquellos años -principios de los 70-, 23 millones era mucho dinero para un club de Segunda División. Le quitaron la deuda y vinimos los tres al Madrid. Luego en la vida pasan las cosas que pasan: yo estuve 17 temporadas en el Madrid, Ico estuvo ocho y Pedro se fue cedido al Castellón y al Málaga.
Tu palmarés es impresionante: nueve ligas, cuatro Copas del Rey, dos Copas de la UEFA y una Copa de la Liga. Pero imagino que tendrás una espina clavada con la Copa de Europa...
Hubo una competición nueva que era la Copa de la Liga -se disputó únicamente entre 1983 y 1986, ambos años incluidos- y ahí fue campeón (1985). Tengo 16 títulos en 17 temporadas, que está muy bien. Sólo tengo la espina clavada de no haber sido campeón de Europa. Perdimos la final del 81 contra el Liverpool en el Parque de los Príncipes y luego, tres años después, la de la Eurocopa contra Francia en el mismo campo. ¡Es acojonante la mala leche que tiene el fútbol! Aunque, por otro lado, he tenido mucha suerte en mi carrera y en la vida, pero sí que es verdad que me hubiera gustado ser alguna vez campeón de Europa. Con la Quinta del Buitre, que jugué cuatro o cinco años, me hubiera gustado que me hicieran campeón de Europa, pero no pudo ser. Lo merecimos en más de una ocasión, pero tuvimos mala suerte. Tengo la espina clavada del 81 y me acuerdo que un año antes se jugaba la final en el Bernabéu y nosotros nos enfrentábamos en semifinales al Hamburgo. Ganamos en la ida por 2-0 y resulta que en la vuelta perdimos 5-1. Expulsaron a Vicente del Bosque y nos quedamos con un jugador menos. Lo pagamos ante un equipo alemán que físicamente era muy fuerte. Nos pasaron por arriba. Me acuerdo que en aquel Hamburgo estaban Kevin Keegan, Hrubesch, el lateral derecho Kaltz. Tenían muy bien equipo. No se nos podía haber escapado la final en el Bernabéu. Fue una pena. Pero bueno, el deporte y la vida son así.
Tú eres un mito y has jugado con otros mitos como, por ejemplo, Juanito. Aún hoy en el Bernabéu se canta aquello de "arriba con ese balón, que Juanito lo prepara y Santillana mete gol"...
Hombre, me entendía muy bien con Juan arriba. Entrenamos mil años juntos, nos conocíamos desde juveniles. Él jugaba con su selección y yo con la selección de Cantabria. Nos entendíamos muy bien. Su carácter era difícil, pero nos entendíamos muy bien en el campo. Con Del Bosque también me entendía muy bien. Él levantaba la cabeza y me buscaba con sus roscas y sus centros. Luego con Butragueño, con Míchel y Gordillo, que ponían unos centros fantásticos. En el Madrid siempre hay grandes futbolistas y es muy difícil que no te entiendas bien. Pero sí que es verdad que, especialmente, hacía una buena sociedad con Juanito. Todo el mundo nos recuerda por el dúo que formaba con él.
¿Y fuera del campo, con quién te llevas mejor?
Siempre he tenido una gran amistad con Isidoro (San José), con él y con su familia. De hecho, soy padrino de uno de sus hijos. Tenemos una relación muy cariñosa y cercana. Sí que es verdad que con ciertos jugadores te entiendes bien en el campo, pero la vida personal os lleva por otro camino. Las mujeres no se congenian. (Risas) Con Juanito me puedo entender muy bien en el campo, pero luego nuestros caracteres son diferentes. Luego en la vida personal, él era como era, y yo era de otra forma... y las mujeres tampoco congenian. Otros muy buenos amigos son Pirri, Camacho o Ricardo Gallego.
¿Algún entrenador que te haya marcado especialmente en estos 17 años en el Madrid?
A todos les tengo cosas que agradecer. Miguel Muñoz me dio confianza cuando era un niño. Técnicamente no estaba para jugar en el Real Madrid. Tenía voluntad, esfuerzo y trabajo... ¡y no veas cómo saltaba! Pero me faltaban muchas cosas técnicas, estrategia en el campo, y claro, llego allí y me encuentro con Amancio, Pirri, Velázquez, Zoco, Grosso... Todos eran buenísimos y yo era un niño. Miguel Muñoz me aguantó porque yo técnicamente no era bueno. Sólo te digo que si Santillana llegase al Real Madrid hoy, con esas condiciones técnicas, jamás hubiera jugado. Me habrían cedido seguro. En aquella época no había delantero centro en el Madrid: Grosso era mediocampista, pero hacía las funciones de nueve, y no había delantero y me pusieron a mí. Nunca jugué con el 9, sino con el 8.
Tengo que agradecerle mucho a entrenadores como Miguel Muñoz, Molowny, Di Stéfano, Amancio o Miljanic, pero si hay un entrenador al que yo tenía mucho cariño, que además se hizo muy madridista y vivía el Madrid intensamente, ése fue Vujadin Boskov. Boskov nos enseñó muchísimas cosas. Era un gran psicólogo, no tenía preparador físico, era él quien preparaba los entrenamientos... Todos los entrenamientos eran muy divertidos. Trabajando mucho, pero muy divertidos. Si a Del Bosque y Camacho les preguntas, tendrán escritos en la carpetita todos los entrenamientos que hacíamos. Para nosotros era una sorpresa ver cómo entrenaba este hombre: psicológicamente era muy bueno en el vestuario.
Yo tenía un entrenador (no desvela su nombre) que, cuando perdíamos un partido en el Bernabéu, el lunes nos ponía balones medicinales, vallas y pesas como castigo. Boskov, en cambio, cuando había una crisis de este tipo, nos decía: 'Mañana traed las raquetas de tenis, que nos vamos a jugar en las pistas de la Ciudad Deportiva (la antigua) y nos vamos a jugar unos pinchos'. Tienes un fracaso, el día es muy duro y la prensa te pega. Pues ahí salía Boskov para protegernos. Voy a dejarles que descansen, que recapaciten... y vamos a jugar al baloncesto. Además, era él quien lo proponía y nos picábamos para no tener que pagar la merendola. Eran entrenamientos muy divertidos, para nosotros toda una sorpresa. Si preguntas a Vicente del Bosque o a Camacho, de quién tienes hechos tú los entrenamientos, te dirán todos que Boskov. Es un hombre que nos marcó. Tuve también otros entrenadores como Beenhakker, Amancio o Di Stéfano. Y de todos se aprende, pero ninguno como Boskov...
Hablando de entrenadores, ¿a ti nunca te dio por entrenar?
Cuando estábamos jugando, empezaron a sacarse el título de entrenador gente como Valdano, Juanito o Camacho... Ellos sí tenían madera de entrenador, meterse en todas estas cosas tácticas. Yo jugaba al fútbol para disfrutarlo, pero no me veía con madera de entrenador. Para ser entrenador hay que tener una madera especial. La de entrenador es una profesión muy difícil. Hay 200.000 entrenadores que tienen que buscarse la vida en China, en Japón o Azerbaiyán porque no pueden hacerlo en España. Hay que saber dirigir un grupo, ser duro cuando hay que ser duro. A veces tienes que dejar en el banquillo a jugadores que están entrenando como cabrones toda la semana y no los puedes poner porque hay otros con más calidad innata, y a lo mejor es más vago... Este tipo de cosas que la gente no ve. Para mí todo eso era muy duro.
Hablar de los goles del 'Puma' Santillana es hablar de goles de cabeza...
Yo he metido muchos más goles con los pies que con la cabeza, pero sí que es verdad que hubo partidos importantes y decisivos en los que yo he hecho goles muy bonitos de cabeza. Una de mis mejores cualidades era el salto y el remate de cabeza.
Y eso que tampoco eres excesivamente alto...
1,75.
(Interrumpo) Mira, aquí he sacado esta foto mítica de tu remate de cabeza en el partido contra el Levski Spartak (Copa de Europa de 1979/80)...
Pues mira, en esta foto tuve que agacharme. Había saltado mucho más arriba que lo que yo pensaba. Me ponen el centro. Y ese remate dio en el palo: era la portería del Fondo Note y pegó en el palo de más cerca de La Castellana. Venía en carrera y salté mucho. Cogí impulso, salté mucho y me tuve que agachar a la hora de saltar. Fue un bonito salto, pero es una pena que no se vea el balón. ¿Que cómo salto? No lo sé. Yo tengo un tren inferior fuerte, buenas piernas y buenos glúteos. Desde niño ya saltaba alto comparado con mis compañeros. Cuando fui al Racing, yo jugaba con el 8. El fútbol que se hacía allí en Cantabria, con todos los campos embarrados, era un fútbol inglés: patadón para adelante, bandas y centros. Me venía bien ese tipo de fútbol porque yo entraba desde atrás y me incorporaba para rematar de cabeza. Jugaba con el 8 en el medio campo, nunca de delantero centro.
Fernández Mora, que era mi entrenador en el Racing de Santander, me reconvirtió a delantero centro aprovechando que tenía a Aguilar, que era extremo y centraba muy bien. Así empecé a ser delantero centro. También me las ponía Isidro, que jugaba de lateral. Entrenábamos las voleas, los remates, los centros... y así fue cómo empecé a jugar de nueve.
¿Y en el Madrid?
¡Madre mía, en el Madrid con Mijanic! Estábamos Roberto Martínez y yo jugando como delanteros centros. Jugábamos un 4-4-2, un fútbol muy inglés. Entraban Rubiñán y Aguilar por las bandas para poner centros. Había entrenamientos específicos para rematar de cabeza y a mí me dolía la cabeza cada día. Ya no le dábamos con la cabeza, sino con el pie. Le decíamos a Miljanic: 'Míster, es que me ha venido baja'. ¡Qué baja ni qué leches! Nos dolía ya la cabeza.
Has marcado 290 goles con la camiseta del Real Madrid. ¿Te quedas con alguno especialmente?
Hay muchos, pero me acuerdo especialmente de uno que le marqué al Derby County en 1975. Habíamos perdido por 4-1 allí, marcó Pirri, y aquí conseguimos empatar la eliminatoria: 4-1 al final de los 90 minutos. Hubo prórroga y ahí metí yo el quinto gol, que fue muy bonito, a pase de Vicente del Bosque. Me pasa el balón, lo paro con el pecho, le hice un sombrero a uno y marco de volea. Ganamos 5-1 y pasamos la eliminatoria (octavos de final). Ahí fue cuando se empieza a hablar de las grandes remontadas del Real Madrid. Luego vinieron el Celtic de Glasgow, Borussia Mönchengladbach o Inter de Milán, pero el primero fue contra el Derby County. Fue un partido increíble. Marqué otro gol en ese partido, el del 3-1, a pase de Netzer, rematando en plancha, aunque de ése se habla menos porque el de la clasificación fue el del 5-1.
Fue el partido más vibrante de los que he jugado yo en mi vida. Había 120.000 personas en el campo, que entraban de pie. Había un problema político: se hablaba de Gibraltar, estaba Fraga de ministro del Interior y todos los periódicos estaban calentando el tema del Peñón y al Bernabéu venía un equipo inglés. Entonces, había un ambiente en el campo con banderas españolas y pancartas de 'Gibraltar español'. Llegamos a la prórroga y había que ganar la eliminatoria. El ambiente era increíble. Sin duda ese quinto gol al Derby fue uno de los más bonitos que he metido, si no el que más. Luego también algunos contra el Inter o el Borussia...
Y también has marcado algún que otro gol en el Camp Nou,..
Allí siempre es bonito marcar goles. Sales con una pitada que te envalentona. No ganábamos mucho en el Camp Nou, pues el Barcelona era un equipo fuerte y duro, pero sí alguno que otro. Es muy emocionante hacer goles allí.
Como emocionante fue también tu retirada, un 22 de mayo de 1988 en un partido de Liga contra el Valladolid. Y, cómo no, tenías que marcar de cabeza...
Yo tenía hecho un acuerdo con el club sobre mi despedida, que tenía que someter a la Junta general, y dijeron que sí. Quería un homenaje cuando fuese mi retirada. Tenía una cantidad mínima estipulada, que no era mucho, pero no sé sabe qué hubiera ocurrido si se hubiera hecho un partido específico de homenaje. Depende de muchas cosas. De si llueve, por ejemplo. Yo lo único que quería era que el campo estuviese lleno. Yo no quería ganar más dinero. Si yo hago el partido homenaje hubiera ganado el doble. Pero había visto otros homenajes como el de (Goyo) Benito, en el que llovió lo que no estaba escribo y fue una pena porque el campo estaba medio vacío, o Velázquez, y esa sensación yo no quería repetirla. Propuse al club que en el último partido de Liga, que era cuando el presidente de la Federación nos entregaba la copa de campeones y, además, venían todas las peñas de España. Íbamos a estar todos: nos daban la Copa, celebrábamos la Liga... Fue un poco un embolao para el club, pero yo quería que el campo estuviera lleno... y el campo estaba lleno. Fue fantástico, con 100.000 personas en un día especial para ti. Yo tenía calambres en las piernas por los nervios que había pasado la noche anterior, sin apenas entrenar y con tanto trajín. Y ya la apoteosis fue el pase de Gordillo y el remate de cabeza con un gol muy bonito, uno de los más bonitos que yo he metido. Fue la apoteosis. Y, claro, terminar así fue muy emocionante.
Con la selección has marcado goles importantes, como por ejemplo los cuatro que le hiciste a Malta en aquel 12-1. La gente se acuerda más del gol de Señor que de los cuatro que metísteis tanto tú como Poli Rincón...
¡Parece mentira, hace ya treinta años de aquello! No me lo puedo ni creer. Juan Señor me lo dice: 'Todo el mundo habla de mí, pero si no llega a ser por éstos, que meten cuatro'. Te digo una cosa: nosotros teníamos tal mentalización en ese partido que nos daba igual quién metiera los goles. Si ves las imágenes, ni nos felicitamos en los goles y estábamos concentrados en llevar el balón al centro del campo para volver a sacar. Estábamos mentalizados de tal manera que había que robarle el tiempo al reloj. El partido fue una lucha contra nosotros mismos por saber si éramos capaces de conseguirlo. Decíamos que al descanso por lo menos teníamos que ir con un 5-0 y sólo les íbamos ganando 3-1. Estuvimos viendo el vídeo de Holanda contra Malta (6-0). Tuvieron un montón de ocasiones. Y dijimos: '¿Y nosotros no vamos a poder hacerlo? ¿Por qué no vamos a tener ocasiones como Holanda?' La dificultad está en que, para meter 12 goles, hay que tener 30 ocasiones o más. Estábamos muy mentalizados para eso. El rival no existía, es una selección muy pequeña, así que dependíamos de nosotros mismos. Sabíamos que se iban a cerrar, así que teníamos que abrir el campo y jugar por las bandas. ¡Es Malta! La proeza no es ganar a Malta, la proeza es un grupo de gente que se junta y dice: 'Esto parece imposible, pero lo vamos a conseguir'.
Estábamos mentalizados desde la noche anterior en el hotel. Camacho vino a mi cama y me dijo: 'Charly, mecagüen la puta, mañana tienes que meter cuatro goles'. No importaba quién los metiera. Yo, de hecho, no sabía si el último gol lo había metido Señor, si lo había metido Maceda... no tenía ni puta idea de los goles que había marcado yo. Aquí el triunfo personal no vale. Aquí no importa ni Señor ni San Pedro Bendito. Aquí lo que vale es el grupo, y por eso lo sacamos adelante.
Además de Señor, otro que saltó a la fama fue el portero maltés John Bonello...
¡El pobre! Malta era una selección muy flojita, como ahora San Marino, por ejemplo. Pero la lucha no era ganarles, sino que estaba en nosotros mismos. Encima nos meten un gol, que no contábamos con él para nada. Y digo: ¡mecagüen la leche, lo que nos faltaba! Decíamos que al descanso por lo menos teníamos que ir con un 5-0 y sólo les íbamos ganando 3-1, que metí yo los tres goles en la primera parte. Mínimo cinco y luego, a ver qué pasa. Pero con el 3-1, marcar nueve más era imposible. Pero la expulsión de uno de ellos (Degiorgio) también nos ayudó mucho y acabamos sacando adelante un partido que fue épico. Las cosas no ocurren por casualidad porque esa misma selección llegó a la final de la Eurocopa unos meses después.
Precisamente, quería preguntarte por esa final del 27 de junio en el Parque de los Príncipes ante Francia. Lástima del fallo de Arconada...
Sí, en el mismo campo que había perdido contra el Liverpool -se lamenta-, que ya es el colmo. Hicimos una gran Eurocopa: ganamos a Alemania y superamos a Dinamarca en semifinales. Pero contra Francia no pudimos. Jugábamos en su campo, ante su público, Tenían un equipazo: Giresse, Tigana, Platini...
Además de aquella Eurocopa del 84, también jugaste la de Italia'80 y los Mundiales de Argentina'78 y España'82...
Sí, pero yo nunca me consideré titular en la selección. Sólo me consideré titular en la Eurocopa del 84 y en la fase de clasificación anterior. He sido muchas veces internacional, pero no jugaba todos los partidos completos. Jugaban Satrústegui, Rubén Cano o Quini. Teníamos delanteros centros muy buenos en aquella época y especialmente estaba Quini, que metía goles por un tubo. Entonces, nunca me consideré titular hasta aquella Eurocopa de Francia.
Tan sólo 15 goles con la selección española frente a los 290 que marcaste con el Real Madrid...
Es cierto que debería haber hecho más goles con la selección, pero la mayor parte de los partidos no jugaba de titular. Jugaba media hora o una parte. De las Eurocopas, en la de Italia tampoco fui titular. En España'82, los partidos de la primera fase no jugué, pero sí en la segunda fase, aquí en Madrid, contra Alemania e Inglaterra. Me costaba mucho tener la confianza. Un jugador necesita confianza y sentirse titular. Comparado con los goles que metía en el Madrid, en la selección hice muy pocos.
Curiosamente, estás entre los diez máximos goleadores de Primera División, pero nunca has sido Pichichi...
Hubo épocas en las que estaban Amancio o Quini. Estuve cerca de serlo un año (temporada 77/78), pero de repente aparece Kempes con 28 goles -Santillana acabó con 24-. Veintiocho goles en aquella época era una barbaridad. Por ejemplo, Butragueño ha sido máximo goleador con 19 (1990/91) o Amancio con 14 (1968/69)... así que yo, cuando metía 23, 24 ó 25 goles, aparecía un bestia que marcaba 29 ó 30.
Ahora metes 17 goles y poco más o menos que no vas a ningún sitio...
(Risas) El fútbol ha cambiado mucho. En el fútbol actual, por suerte, hay mucha menos dureza, menos exigencia física, menos pelea en el campo. Enseguida los árbitros protegen a los jugadores con las tarjetas. Eso es lo que debían haber hecho en nuestra época.
Hablando de rivales, ¿tuviste alguno que te preocupara especialmente?
Muchos. Había jugadores que estaba pensando: 'el domingo tengo que jugar contra éste y contra el otro'. Normalmente, antes en defensa se permitía el choque directo. O jugaba contra Arteche (que en paz descanse), que era un jugador muy duro, muy fuerte. Iba al choque siempre. Me sacaba en envergadura un montón. Estaba también Migueli en el Barça. Imponían mucho respeto. Y otros tantos que eran terribles: Aguirre Suárez y Fernández en el Granada, Sistiaga en el Burgos... Había defensas que, cuando iba a jugar, iba con un poquito de miedo. Se permitía mucho el choque, el hombre a hombre, y tú no la tocas. Para que te sacaran tarjeta, poco más o menos que había que cortarle la cabeza a uno. Hoy eso no pasa: ahora, si un defensa agarra al delantero un poquito de la camiseta, tarjeta y ya está. Y a la siguiente sabe que está en la calle.