Con el bicampeonato del mundo en el bolsillo y considerado el mejor piloto de la parrilla en el año 2007 Fernando Alonso decidió dar el salto desde Renault a McLaren. Era el momento de dar un paso más en su carrera después de un periodo inolvidable en la escudería francesa y el equipo inglés podía ofrecerle todo lo necesario para seguir peleando por ser campeón. Llegaba a una de las casa míticas de la historia de la Fórmula 1 y todo apuntaba a que podía perpetuarse como el emblema del equipo.
A su lado se sentó en el otro coche un novato que había deslumbrado en la GP2. Se trataba de Lewis Hamilton, un piloto británico patrocinado desde muy joven por el jefe del equipo, Ron Dennis. Las primeras carreras confirmaron que el monoplaza cumplía con las expectativas y el piloto español contaba con un coche para ganar el mundial. El segundo puesto de la primera carrera en Australia abrió el optimismo para el asturiano, pero desde ese momento las cosas comenzaron a torcerse.
Desde las primeras carreras, Hamilton demostró que iba a a ser uno de sus principales rivales. Alonso era doble campeón del mundo, la apuesta millonaria de la escudería, pero su compañero contaba con el apoyo total de Ron Dennis y el ambiente en el box acabó por ser asfixiante. Alonso pronto descubrió que se había convertido en un enemigo en su propio garaje.
Enemigo en casa
El equipo proporcionaba todos los datos de telemetría del español a su rival que copiaba exactamente todas sus acciones en los circuitos. La tensión fue a más cuando Hamilton cargó públicamente contra el equipo por no dejarle atacar a Alonso en el GP de Mónaco, algo que derivó en una investigación de la FIA por unas supuestas órdenes de equipo. La guerra estaba abierta y el equipo optó retirarle los galones al asturiano y apostar por una igualdad entre pilotos que acabó por estallar.
En Hungría, el inglés reclamó que Alonso le retuvo en la pista para evitar que diera una vuelta más en la clasificación y así evitar que mejorase su tiempo. La FIA sancionó al español con la pérdida de puestos en la parrilla de salida, algo que terminó por perjudicar al equipo que se quedó sin unos puntos valiosos en la lucha por el campeonato de constructores.
Para entonces, los nervios de Alonso ya habían comenzado a jugarle malas pasadas, se sentía apartado del equipo y sumido en una guerra de desgaste en la que no solo tenía que hacer frente a los Ferrari de Massa y Raikkonen. Los jefes de su equipo ya no escondían su preferencia por que ganase el mundial un piloto británico y el asturiano sentía que las zancadillas llegaban más desde dentro que desde fuera.
Aún así, llegó con opciones a la última carrera del año, en la que se consumó el desastre para la escudería, devastada por las guerras internas. A Hamilton le bastaba con ser cuarto pero optó por tratar de tapar a Alonso en la salida y acabó fuera de la pista. Pasó por primera vez por meta en la octava posición hasta que su caja de cambios empezó a fallar.
En ese momento cayó hasta la decimoctava plaza hasta que sus ingenieros consiguieron resolver el problema. Hubo tiempo para que Hamilton llegase hasta la séptima plaza pero la apuesta de la escudería se quedó sin mundial. Alonso se quedó en la tercera plaza, incapaz de poder dar caza a los Ferrari. Ganó Raikkonen, que se llevó el mundial. Para entonces Alonso ya sabía que debía salir de McLaren.