L D (EFE) El italiano Fabio Cerutti puso emoción a la carrera con una espléndida primera parte, pero terminó por imponerse la potencia del británico, que corre el riesgo de ser suspendido por la IAAF si no devuelve los 100.000 dólares que ganó en el período en que se dopó.
Recuperado para el atletismo después de cumplir dos años de suspensión por dopaje y una fallida incursión en el fútbol americano, Chambers se quedó el sábado, con un registro de 6.42 en semifinales de 60 metros, a sólo tres centésimas del récord mundial conseguido por Maurice Greene en 1998 en el viejo Palacio de Deportes de Madrid, destruido posteriormente por un incendio.
Chambers, inhabilitado a perpetuidad por el Comité Olímpico Británico para participar en los Juegos , ha demostrado con reiteración tras su regreso que puede correr más rápido que cuando recurría al atajo de las drogas. En su autobiografía, que lleva el sugerente título de "Mi carrera contra mí", Chambers asegura que consumió en un solo año consumió 300 tipos de drogas y que en ese periodo se sometió a diez controles antidopaje sin dar positivo en ninguno de ellos .
El británico fue el primer atleta de fama universal implicado en el escándalo de los laboratorios californianos BALCO , una vez que se conoció su positivo por tetrahidrogestrinona (THG) en 2003. Luego, cuando la sustancia empezó a ser detectada en los controles, le siguieron una larga lista de atletas, sobre todo estadounidenses.
"Tenía miedo a no estar a la altura y no poder cumplir los términos de mi contrato con Adidas, que contemplaba una reducción de ingresos si no estaba entre los tres mejores del mundo, por lo que seguí tomando drogas, no solo THG, sino también EPO y la hormona del crecimiento (HGH), y testosterona que me ayudaba a dormir y a reducir el colesterol", relata en el libro.
Chambers recuerda que "cuando estaba limpio" su marca en 100 metros era de 9.97 segundos y que después de un año recurriendo a las drogas "soportando insomnio, ansiedad y el dolor de los pinchazos", mejoró sólo una décima (9,87). "Me di cuenta de que no estaba cuidándome, mi cuerpo rechazaba todo lo que le metía, pero seguí tomándolo hasta el momento en el que fui descubierto", asegura Chambers, cuyo tratamiento costaba 30.000 dólares anuales. " Era un yonqui andante , controlado por especialistas que cuidaban de que los sistemas modernos antidopaje no detectasen nada".
Ahora ha emprendido una lucha por lavar su imagen, aunque el Comité Olímpico Británico no le perdona y algunos organizadores han vetado su presencia en los mítines.
Recuperado para el atletismo después de cumplir dos años de suspensión por dopaje y una fallida incursión en el fútbol americano, Chambers se quedó el sábado, con un registro de 6.42 en semifinales de 60 metros, a sólo tres centésimas del récord mundial conseguido por Maurice Greene en 1998 en el viejo Palacio de Deportes de Madrid, destruido posteriormente por un incendio.
Chambers, inhabilitado a perpetuidad por el Comité Olímpico Británico para participar en los Juegos , ha demostrado con reiteración tras su regreso que puede correr más rápido que cuando recurría al atajo de las drogas. En su autobiografía, que lleva el sugerente título de "Mi carrera contra mí", Chambers asegura que consumió en un solo año consumió 300 tipos de drogas y que en ese periodo se sometió a diez controles antidopaje sin dar positivo en ninguno de ellos .
El británico fue el primer atleta de fama universal implicado en el escándalo de los laboratorios californianos BALCO , una vez que se conoció su positivo por tetrahidrogestrinona (THG) en 2003. Luego, cuando la sustancia empezó a ser detectada en los controles, le siguieron una larga lista de atletas, sobre todo estadounidenses.
"Tenía miedo a no estar a la altura y no poder cumplir los términos de mi contrato con Adidas, que contemplaba una reducción de ingresos si no estaba entre los tres mejores del mundo, por lo que seguí tomando drogas, no solo THG, sino también EPO y la hormona del crecimiento (HGH), y testosterona que me ayudaba a dormir y a reducir el colesterol", relata en el libro.
Chambers recuerda que "cuando estaba limpio" su marca en 100 metros era de 9.97 segundos y que después de un año recurriendo a las drogas "soportando insomnio, ansiedad y el dolor de los pinchazos", mejoró sólo una décima (9,87). "Me di cuenta de que no estaba cuidándome, mi cuerpo rechazaba todo lo que le metía, pero seguí tomándolo hasta el momento en el que fui descubierto", asegura Chambers, cuyo tratamiento costaba 30.000 dólares anuales. " Era un yonqui andante , controlado por especialistas que cuidaban de que los sistemas modernos antidopaje no detectasen nada".
Ahora ha emprendido una lucha por lavar su imagen, aunque el Comité Olímpico Británico no le perdona y algunos organizadores han vetado su presencia en los mítines.