"¡Ali, boma ye!" ("Alí Mátalo"). El público que abarrotaba el Estadio 20 de Mayo de Kinshasa (Zaire) aquella madrugada del 30 del octubre de 1974 veía aparecer a Muhammad Ali camino de un combate que marcó para siempre la historia del boxeo. Hacía tiempo que Cassius Clay había pasado a llamarse Muhammad Ali. Su negativa a hacer el servicio militar le había dejado sin combatir entre 1967 y 1970, no había podido revalidar el título olímpico conseguido en 1960 y las dudas sobre su estado físico se habían acrecentado después de caer ante el mítico Joe Frazier.
En el otro rincón esperaba George Foreman, un boxeador que, antes de anunciar productos de Teletienda, era temido por todos. Duro fajador en el cuerpo a cuerpo, poderoso en sus golpes, había destrozado a Frazier y sus cuarenta combates se contaban como victorias, además de ser siete años más joven.
Ali no bailó
"Vas a bailar, Muhammad, vas a bailar", le decían los miembros de su equipo mientras Ali caminaba hacia el cuadrilátero. Todo el mundo esperaba ver aquel elegante modo de moverse sobre el ring, ese juego de pies en el que le había cimentado su carrera convertido en un púgil especial. Pero ese día no bailó. Quizás fue cuestión de estado físico, de que Ali intuyese que ya no era tan rápido como antes, que en un combate abierto no tenía nada que hacer. Solo quedaba el juego psicológico y una última carta para derrotar al todo poderoso Foreman.
El combate comenzó a las 4:30 de la madrugada, obligado por las televisiones norteamericanas, en Estados Unidos era un acontecimiento difícil de superar y había una suculenta bolsa de diez millones de dólares para el vencedor. Foreman, que nunca había tenido un rival que aguantase más de cinco asaltos, salió dispuesto a terminar por la vía rápida, encendido por las provocaciones verbales de su oponente.
Después de un primer asalto más abierto, Ali se refugió en las cuerdas ante la incomprensión de todos los que estaban en aquel estadio. Joe Frazier estaba presente junto al ring como comentaritsa de televisión, le veía sufrir, y todo apuntaba a que no aguantaría el castigo de los puños de Foreman. Sin embargo, a cada golpe más doloroso Ali respondía: "No golpeas tan fuerte como yo pensaba".
Transcurrían los asaltos y reculaba, no bailaba, no se movía de las cuerdas y soportaba el castigo mientras su rival insistía una y otra vez. Entonces llegó aquel mítico octavo asalto. Foreman lanzaba cada más cansado sus golpes, estaba realmente fatigado. A 20 segundos del toque de campana, el púgil de Louisville detectó por primera vez la debilidad su rival y lanzó un ataque definitivo. Salió de las cuerdas y concretó una serie de ganchos de derechas que desconcertaron a un Foreman sorprendido, agotado y sin poder de reacción. Continuó con un gancho de izquierdas y lanzó un tremendo golpe de derechas que le envió a la lona.
Zack Clayton, el árbitro, llevó la cuenta hasta nueve antes de que Foreman diese iniciase los primeros movimientos para levantarse. Quedaban dos segundos cuando detuvo el combate. Ali recuperaba el cetro de los pesados antes de que descargase una tromba de agua sobre el estadio en una de las imágenes más épicas de la historia del deporte. Hubo muchos calificativos para recordar aquella pelea en la que se resaltó la inteligencia y el engaño de el que a partir de ese día fue considerado el boxeador más grande d ella historia. Quizás, el más certero fue el apelativo The Rumble in the Jungle (El rugido en la selva).