Se emite este lunes, 11 de julio, el undécimo y último capítulo de la serie La Embajada, que ha obtenido una de las mejores audiencias de esta temporada en Antena 3, con una media de dos millones novecientos mil telespectadores, llegando a alcanzar los cuatro millones en su inicio. Los guiones han conseguido prender el interés mezclando una trama con personajes presos de la codicia, inmoralidad y corrupción junto a otras historias de pasiones desatadas.
Abordar el argumento de la corrupción justo en un periodo de la vida política española donde viene siendo asunto habitual en los medios de comunicación qué duda cabe concita el interés. Pero los responsables de La Embajada, suponemos que a propósito, sin ignorar la realidad que transcurre en una sede diplomática, se han dejado llevar por la imaginación, recurriendo a trucos, ocurrencias, episodios varios que no es corriente ni de recibo sucedan allí. Por ejemplo, un embajador, sus familiares también, utilizan siempre pasaporte diplomático; no es corriente que viajen en aviones privados ni tampoco que en líneas regulares usen clase "bussines"; o que en sus desplazamientos en el automóvil de la embajada luzcan ostentosamente las banderas del país que representan. Como tampoco existe la figura del responsable de seguridad, cuando es la policía o la guardia civil quien se encarga de ese cometido. Merced a la fantasía de esos guionistas se presenta a unos funcionarios de la carrera diplomática que practican sobornos con casi total impunidad. Los habrá habido alguna vez, es posible, pero no parece que ello se exponga como en esta serie.
Y hay un asunto que nunca se produciría en la realidad de una embajada: la detención de un familiar, en este caso la hija del embajador a manos de la policía local, la del país donde está nuestra representación diplomática. Existe la inmunidad y en casos escandalosos, desde el Ministerio correspondiente se trataría la cuestión y no como nos lo cuentan en La Embajada. Pero, claro, estamos ante un producto de evasión, donde las licencias de sus responsables para producir los efectos pretendidos en la audiencia se imponen al margen del mundo real. Y eso mismo sucede en series de médicos, periodistas u otras profesiones.
Al margen de esas apreciaciones, nos ha gustado La Embajada. Entre otras cosas por la magnífica interpretación del equipo. Su protagonista, el embajador Luis Salinas, está impecablemente servido por Abel Folk, un actor barcelonés de cincuenta y seis años, que ha desarrollado gran parte de su actividad en Cataluña, tanto en teatro, cine y televisión con una especial dedicación al doblaje, con su excelente voz, que ha prestado entre otros a Pierce Brosnan, uno de los últimos "James Bond". Voy a dejar a Belén Rueda para el final, deteniéndome en el rival dentro de la corrupta conducta del ministro consejero. Cuyo actor dice en uno de los capítulos que él sigue mandando en la embajada en tanto el embajador no haya presentado las cartas credenciales. Otra licencia que no ocurre en la vida diplomática. Pues, bien, quien defiende ese intolerable proceder, malvado e intrigante, se llama Raúl Arévalo y está espléndido. Natural de Móstoles, de treinta y seis años, es uno de nuestros más brillantes actores, que ya se lució en la película "Los girasoles ciegos" y en otros filmes recientes. Amaia Salamanca, Chino Darín, Maxi Iglesias y el resto del reparto muestran asimismo su talento.
Belén Rueda destaca sobremanera, con sus dotes melodramáticas. Resulta curioso contarles que esta madrileña de cincuenta y un años no tenía la más remota idea en su juventud de dedicarse al mundo del espectáculo. Hija de un ingeniero de Caminos y una profesora de ballet, se sintió de niña atraída por la danza y siguió unos cursos de bailarina, que le sirvieron para ejercitar la disciplina y la buena forma física. Ya en edad de entrar en la Universidad se matriculó en Arquitectura, aunque tan sólo aprobó los dos primeros años. De pronto sintió necesidades de ganarse la vida por su cuenta y, tal vez no lo sepan muchos que nos leen, pero para ello se dedicó a vender pisos durante una buena temporada. Muy joven, había contraído matrimonio cuando aún no había cumplido la veintena. El afortunado era un italiano, Massina (o Massino), que no la hizo muy feliz que digamos. La pareja sólo se mantuvo unida dos años. Eso sucedía entre 1984 y 1986. Un día, Belén Rueda conoció a José Luis Moreno, que fue quien la introdujo en el mundo de la televisión, contratándola como azafata de Vip Noche. De allí a convertirse en compañera de Emilio Aragón como presentadora medió sólo un paso. Y en los pasillos se encontró con uno de los responsables de la cadena, Daniel Écija. Se enamoraron. La pareja tuvo tres hijas, una de ellas, la mediana, María, murió a muy temprana edad dejando a Belén destrozada, víctima de una prolongada depresión. Su trabajo como actriz la ayudó a salir de aquella tragedia. Si la serie Los Serrano nos descubrió a una magnífica comediante, formando una popular pareja con Antonio Resines, su debut en el cine en 2004 marcó su inicio en una espléndida carrera en la gran pantalla, gracias a su formidable trabajo en Mar adentro junto a Javier Bardem. Esa vena dramática también volvió a reflejarla en otro filme taquillero, con el que consiguió magníficas críticas: El orfanato. Su vida íntima ya estaba por entonces rota y después de David Écija espació sus amistades masculinas, hasta que en 2009 conoció a un empresario francés, Roger Vincent con quien convivió durante seis años. Luego ocupó su corazón otro empresario, tres años menor que ella, el leonés Diego Rodríguez Aspiunza. Belén Rueda es una de las actrices más queridas de nuestro cine y televisión. Quienes han trabajado a su lado se deshacen en elogios hacia su manera de ser, su buen carácter, el sentido del compañerismo que tiene y su sencillez.