Todos somos daneses y nuestro Parlamento no está en la Carrera de San Jerónimo sino en el Palacio de Christianborg en Copenhague, propiedad emocional (Følelsesmæssig ejendom) de los fans de Borgen, una serie danesa de ésas que te toca la misma tecla que en su día pulsó Canción triste de Hill Street (en limpio, desodorada) o Arriba y Abajo. Sólo carne y hueso. Borgen (de Adam Price) es una serie como las de antes, con sus protagonistas claritos, con sus tramas claritas, con conflictos sin estridencias y que acaban más o menos bien en cada entrega. No hace falta papiroflexia creativa. Borgen fluye porque, como diría el maestro, se mezcla estrechamente con la vida. La creación tiene mucho de aceptación, de humildad en la mirada.
Pero claro, es imposible eludir las comparaciones. No digo nada de El Ala Oeste de la Casa Blanca y me poso en House Of Cards, por ser coetánea a la serie danesa y porque, frente a todo pronóstico, sale ganando Borgen. Las pretensiones de la serie norteamericana son tan megalómanas que resultan irreales frente a la modestia natural de la danesa, que consigue veracidad y cercanía sin caer en la simpleza. Los cuatro millones por capítulo obligan al gran Kevin Spacey a ofrecer la perfección, la doble pirueta con tirabuzón, lo que juega demasiadas veces como muro más que como puente. Si hay que elegir (qué tontería, hay que ver las dos) me quedo con Borgen por sus tramas mundanas y conspiraciones creíbles que aúnan intereses y desavenencias, con finales algo edulcorados pero lejos de los guiones de laboratorio de perfectos engranajes cercanos a la divinidad.
El mérito de Borgen son los decorados limitados y los personajes en situaciones repetitivas, por ejemplo en esas ruedas de prensa en las que siempre preguntan los mismos... Consigue que día tras día acudamos de pie, como uno más, a la reunión de redacción de los informativos de TV1, que desayunemos con la primera ministra en su modesta casa (que cualquiera la quisiera para él), que lleguemos a dormir al mini apartamento de soltera de la reportera estrella, nos sentemos en la robusta mesa de negociación con el pintoresco equipo de gobierno de Birgitte o nos miremos cada mañana al espejo antes de salir hacia una nueva y estresante jornada. Es nuestro día a día.
Pasado el trago de la comparación con la ficción vamos con la realidad. Los políticos. Según están las cosas, ¿habría que sonrojarse al escribir esta palabra desnuda sin adjetivo maléfico? Políticos, personas, de carne floja y hueso duro, como casi todos. Burdos o inteligentes (más de los primeros). Con bajezas pero también con intenciones buenas (a veces). Siempre en medio de una marea de intereses que empiezan por los suyos propios. Es la vida. Lo suyo es tan complicado que mejor decidan poquito. Pero así son, y Borgen los dibuja en su justa medida.
Esta serie, que se estrenó en 2010, se basa en tres pilares: política, comunicación y familia. Los protagonistas son políticos (y familiares) y periodistas (y familiares). La trama es la llegada de una mujer, perdón, de ella, Birgitte Nyborg, al Gobierno de Dinamarca y su posterior metamorfosis. De gordita insegura pero auténtica, a dama de hierro de centro progresista y moderada. Ella, Birgitte Nyborg, líder de un grupo menor, es la voz y la cara de la nueva democracia. (Nada que ver con la regeneración que nos ciega a los países del sur de Europa). Es curioso el dato de que en Dinamarca no ha ganado un partido por mayoría desde el año 1909.
Casualmente los daneses disfrutaron de la serie entre 2010 y 2013 y en 2011 eligieron como primera ministra a una mujer. Es otro de los aciertos de Borgen, la familiaridad con la que intimamos con los personajes de la tele (los de la tele dentro de la tele). Periodismo y política forman una sola familia, a veces bajo el edredón nórdico, otras ante el abismo de una alcachofa.
Los conflictos cotidianos sostienen a las encrucijadas de Estado. Por ellos ascienden y descienden los personajes. Problemas tan manidos como bien enfocados: la falta de tiempo, el divorcio, los hijos, la mujer incorporada al mundo laboral, las abuelas niñeras, las zancadillas laborales, el talento, la falta de escrúpulos, la lealtad, la enfermedad, el amor maduro... Los asuntos del Parlamento, los de alto copete, tampoco sorprenden: las cuotas femeninas en las empresas, la intervención militar en Oriente Medio, la reforma de la Sanidad, la financiación de partidos, la democracia interna en los partidos, ecotasas, explotaciones ganaderas, la nación y los territorios anexos, la soledad del poder…
Momento impagable
En la tercera temporada cuando el cincuentón atractivo que elabora el programa económico del partido político de la protagonista tiene que intentar lavar su imagen por haber pertenecido en su juventud al partido comunista. Todo un descrédito sus "filias" con los del régimen más allá del muro. Al parecer la izquierda, allí en Dinamarca, sí tiene límites.
Nombres que recordarás
Sidse Babette Knudsen como Birgitte Nyborg. Excelente actriz con sonrisa que deshace cualquier nudo físico o emocional. Magnifica cuando habla y cuando calla.
Kasper Juul, al que da vida el actor Pilou Asbæk. Interpreta a un eficaz asesor de la Presidenta. Ambicioso y reservado. Su historia personal es las más dura de toda la serie.
Birgitte Hjort Sørensen como la íntegra periodista Katrine Forsmark, joven estrella del informativo de TV1. Martin Scorsese la ha elegido para su nueva serie con HBO.
Søren Malling interpreta a Torben Friis, el jefe de informativos. Un tipo apenado y atormentado, entre la espada y la pared.
Tampoco olvidarán fácilmente a los políticos secundarios, feos, vastos, pero tan creíbles. De ellos debería aprender, por ejemplo, Pedro Sánchez. Algunos demasiado pintorescos, otros estereotipados pero encarnados por magníficos actores.
Borgen a la española
La productora New Atlantis (habitual del periodista Ernesto Sainz de Buruaga que ahora intenta su salto a TVE con el debate España Opina) acaba de adquirir los derechos del formato de The Goverment (así se exporta) para la versión española. Deseando ver cómo adaptan esa envidiable facilidad con la que los políticos necesitan recurrir a los medios de comunicación para explicarse, usando lícitamente este altavoz para llegar al ciudadano medio.