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Andrés Amorós

Cohen

Tuve la oportunidad de conocerlo cuando fue a recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

A algunos, las canciones de Leonard Cohen les parecen monótonas, aburridas; otros, en cambio, sienten especial debilidad por su grave melancolía. (Algo así sucede también con Jacques Brel). Depende de la sensibilidad de cada uno.

Está claro, para mí, que Cohen es un aceptable cantante, un buen músico y un gran poeta. (Exactamente igual, en eso, que Bob Dylan).

Tuve la oportunidad de conocerlo cuando fue a recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. (Yo formaba parte del Jurado y lo voté: está clara mi posición). No voy a repetir aquí toda la historia. Sí debo recordar que fue un programa de esta emisora, uno de mis programas de "Música y Letra", la causa de que él me eligiera para organizar el homenaje que se le ofreció, en el Teatro Jovellanos de Gijón, el día antes de recibir el Premio. Me alegra por lo que supone de difusión de esRadio; también, me hace reflexionar sobre el mundo actual de las comunicaciones: si hablar por radio fue siempre como lanzar una botella al mar, sin saber a dónde puede llegar, ahora lo es mucho más.

Vuelvo a Cohen. La madre de uno de los músicos que lo acompañan escuchó el programa, en Barcelona, y lo envió a su hijo, en California. Más allá de cualquier vanidad, lo que me interesa subrayar es lo que apreciaron el cantante y su entorno: el respeto con que se le trataba, como músico y como escritor. Está clarísimo, para mí, que Leonard Cohen huía de los audaces reporteros que, en cualquier sitio del mundo, le preguntaban por Janis Joplin o por Suzanne, por sus años de sexo y droga. Simplemente, quería ser respetado como artista.

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Lo conocí en el ensayo del pequeño espectáculo, con su imagen habitual: vestido de negro, con su eterno sombrero. Me pareció tímido, reservado, pero muy educado y amable. Hay un dato que me parece significativo. Creo yo que, para conocer a una persona, es importante saber lo que opinan de él sus compañeros de trabajo. Advertí claramente que todo el equipo de músicos (varios españoles, dos cantantes británicas que hacían los coros) lo veían con respeto pero también con sincero afecto y admiración. Era evidente que él los trataba con gran consideración, sin divismos.

Un dato más, que nos atañe a los españoles. Insistió mucho Cohen, entonces, en la importancia que, para él, había tenido la poesía de Federico García Lorca. (Se la descubrió un español que le daba clases de guitarra). Por eso llamó "Lorca" a su hija y quiso visitar la casa del poeta, en Granada.

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Por eso, también, me gusta recordarle, ahora, cantando "Take this waltz", su versión del "Pequeño vals vienés", un hermoso poema, incluido en "Poeta en Nueva York":

"¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals del ‘Te quiero siempre’ ".

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