Por muchas dudas que podamos albergar sobre el sentido de la vida, la muerte, la religión o la condición humana (y Leonard Cohen escribió mucho sobre estos temas), sólo podemos estar seguros de una cosa: nuestro tiempo en la tierra es limitado, y mientras se consume, de nosotros depende mirar alrededor para buscar respuestas. En realidad, como el propio autor reconocía al recoger el Premio Príncipe de Asturias en 2011, él trató de modelar preguntas y respuestas a través de la poesía, algo tan difícil de dominar que nunca llegó a considerarse maestro. Pero si echamos mano de alguno de sus textos, musicales o no, encontraremos a una voz que albergaba todas las palabras que surgen del alma ante el terrible y maravilloso espectáculo de la vida.
La fascinación del canadiense por la expresión literaria despertó pronto, convirtiéndole en poeta y novelista antes de figurar como destacadísimo músico. Seducido por las metáforas de Lorca (una comunión que el también llorado Enrique Morente recrearía con maestría en su álbum Omega, firmado junto a Lagartija Nick), Cohen emprendió un camino de búsqueda espiritual y lírica que le valió un lugar en la historia. En realidad, sus primeros esfuerzos literarios no le valieron el reconocimiento suficiente para dedicarse en exclusiva a los libros, y reconvirtió sus textos a canciones en la década de los sesenta, primero a través de artistas como Judy Collins, y luego con su propia voz. Su primer trabajo, Songs of Leonard Cohen (1967), sedujo a toda la escena artística neoyorquina, encabezada por Andy Warhol. Al mismo tiempo, su magnética personalidad hacía lo propio con mujeres a las que sacaba al menos diez años: su edad no fue un obstáculo para llegar a diferentes generaciones, como tampoco lo era su estilo sobrio o la personalísima visión que aportaba en su trabajo. En esta década, firmo bellezas del calibre de "Suzanne", "Bird on the Wire", o "So Long, Marianne", dedicado a su primera compañera, Marianne Ihlen.
En los años siguientes, fue refinando aún más su estilo, y dotando tanto a su voz como a su obra de mayor sofisticación. Ni la irrupción del Punk, el Disco o la New Wave le restaron un ápice de personalidad a su trabajo, volvió a explotar en los ochenta con trabajos como Various Positions (1984), en el que apareció su inmortal "Hallelujah", o el perfectamente dibujado I’m Your Man (1986), con temas tan sombríos y reveladores como "First We Take Manhattan". Temas que han versionado y recuperado artistas de toda índole, tanto musical como cinematográfica o literaria. Con más de cincuenta años, Cohen continuaba intentando dar forma a sus temores, obsesiones y deseos, ahora desde una perspectiva más madura, que aún así le permitía figurar como referente para jóvenes como el desaparecido Jeff Buckley, que recreó el ya citado "Hallelujah" con gran acierto.
Tras un fallido retiro espiritual en un monasterio budista, Cohen se encontró estafado y casi arruinado por su agente, lo que le llevó a la carretera de nuevo, donde demostró estar en condiciones de dar shows de altísimo nivel (hace pocos años, ofreció un concierto de cuatro horas de duración en Madrid, para regocijo de los asistentes), y su obra alcanzó ese tinte de sabiduría imperfecta y mortal a la que sólo se llega después de un largo viaje. Su disco Old Ideas (2012) fue uno de los mejores del año, y la tendencia continuó hasta el reciente You Want it Darker, editado hace tan solo unos días.
Nada más salir al mercado, muchas voces definían el álbum como un testamento vital, como el mensaje de un hombre que se aproximaba al final de sus días y era consciente de ello. En realidad, él mismo lo había expresado en una carta leída en el funeral de su añorada Marianne, en la que decía: "Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás tocar la mía. Adiós, vieja amiga. Amor sin fin, te veo en el camino".
Ayer se anunció su muerte. Hoy, todos buscan consuelo y refugio en sus canciones. Sí, nuestro tiempo en la tierra es limitado, pero al menos ya sabemos algo más gracias a Leonard Cohen: aunque la vida se acabe, el camino del que hablan sus canciones parece no tener fin.