Una tarde de 1971, encontrándome en las oficinas de CBS en la madrileña calle de la Princesa, me fue presentada una joven cantautora que acababa de firmar contrato con la referida multinacional del disco. Dijo llamarse Evangelina y a ruegos del ejecutivo en cuyo despacho nos hallábamos me mostró las letras de sus primeras canciones. Advertí, tras una atenta lectura, que primaba en tales textos la palabra muerte y unos argumentos relacionados con la Parca. Me vinieron a la memoria unos relatos míos –pecados de juventud- que en cierta ocasión me atreví a dejárselos a un académico de la Lengua, el veterano charlista Federico García Sanchiz quien, generoso conmigo, me advirtió que curara el tenebrismo que se desprendía de tales relatos, que ya he olvidado. Comenté con Evangelina algo parecido y vino a decirme que la muerte le obsesionaba desde muy niña y que no podía sustraerse a tales pensamientos fúnebres cuando escribía.
Me unió desde aquella tarde una mutua simpatía hacia Evangelina, quien no iba a aparecer con ese nombre en su carrera musical. Le hubiera gustado ser anunciada como Eva, a secas, pero resultaba que ya estaba registrado por una intérprete de antiguos cuplés. La neófita cantautora adoptó el sobrenombre de Cecilia: como es sabido en homenaje a Simon and Garfunkel, autores de una melodía muy conocida que habían alumbrado poco tiempo antes.
Cecilia se estrenó como autora y cantante siendo adolescente. Hija del diplomático gallego José Ramón Sobredo, tenía siete hermanos. Nacida en Madrid, había residido en diversos países por razones comprensibles dada la naturaleza de la carrera de su progenitor: Inglaterra, Estados Unidos… y Jordania, donde llegó incluso a vivir en un kibbutz.
En una de esas estancias, Evangelina Sobredo Galanes, que vino al mundo el 11 de octubre de 1948, había recibido sus primeras lecciones musicales de parte de una monja. Le subyugó ese mundo de la composición. Luego, ya en la capital de España, fue alentada en su familia a cursar Derecho, aunque creo que sólo llegó a aprobar dos cursos. No le llamaba la atención ni ser abogada, ni opositora a notarías, pongamos por caso, y mucho menos seguir los pasos diplomáticos de su padre. Lo que sí le apasionaba era, por ejemplo, leer a los existencialistas franceses; a Sartre, o a Simone de Beauvoir, y de los españoles –algo no muy común en universitarios de su edad- Ramón del Valle-Inclán, cuya imaginación sin límites y su espíritu anarquista fascinaban a nuestra precoz futura cantautora.
Junto a Nacho Sáinz de Tejada y Julio Seijas grabó su primer disco, un sencillo, con el nombre del trío, Expresión. Fue una experiencia fugaz, en una línea de estilo folk de influencias norteamericanas. Ya como Ceciia dio a conocer sus dos composiciones primerizas: "Mañana" y "Reuníos", la última, un ruego dirigido a Los Beatles, idolatrados por ella, para que volvieran a agruparse. Evidentemente no le hicieron el más mínimo caso.
En los 70 comienza su imparable carrera
Es en 1972 cuando comienza la imparable carrera ascendente de Cecilia, aunque no de la noche a la mañana, con ocasión del lanzamiento de su primer álbum. A partir de ese año es cuando la discografía de Cecilia va difundiéndose en un panorama musical español, que en la misma faceta de cantautora ya tenía una estrella indiscutible llamada Mari Trini. Sus estilos, sus maneras de cantar, eran bien diferentes. Probablemente las de Cecilia tenían un mayor trasfondo digamos filosófico, crítica de costumbres y un acento sarcástico en ocasiones. Mari Trini se iba, en términos generales, más a lo poético, como las metáforas de "Amores" y "Un hombre marchó".
Cualquiera de quienes lean estas líneas recordarán las inolvidables canciones de Cecilia: éxitos como "Dama,dama", "Mi querida España" (con texto de crítica acerada), y "Un ramito de violetas", con ese apuesto misterio de quien enviaba esas flores a su amada. Cecilia se consagró. Y comenzaron a lloverle los premios; uno de ellos se lo otorgaban en la ya hace muchos años extinta Red de Emisoras del Movimiento, con su central La Voz de Madrid.
En sus estudios cara al público de la madrileña calle de Hilarión Eslava me encontré a Cecilia sentada en el patio de butacas, sola. Era muy tímida y le costaba relacionarse. Me senté a su lado. A lo lejos, en un palco, advertí la presencia de Mari Trini. Supuse que se conocían, pero me sorprendió con su negativa. Propuse que se conocieran para lo cuál fui primero a saludar a la murciana y proponerle el encuentro. Encantada, por supuesto. Así es que me cabe el honor de haberlas reunido e imagino que tuvieron más ocasiones de intercambiar puntos de vista de su profesión. Han sido para mi gusto las dos mejores cantautoras españolas; al menos de esa primera etapa de los años 70. Una foto con ellas, dándome cada una el brazo, figura en un lugar preferente de mi álbum particular de recuerdos.
Celosa de su intimidad
Insisto en la intimidez innata de Cecilia. No era fácil acceder a su intimidad. Me permitió conocer su casa sita en una colonia de diplomáticos en la madrileña avenida de Valladolid. Me llevó a su cuarto, cuyas paredes estaban llenas de sus deliciosos cuadros naif, algunos de los cuáles fueron reproducidos en la portada de uno de sus elepés. Poco se sabía de su vida sentimental. Su amor era el compositor Luis Gómez Escolar. Hay pocos documentos gráficos conocidos de la pareja. Otra de las aristas de la personalidad de Cecilia era su absoluta desidia a vestirse a la moda: usaba prendas holgadas, camisones largos, hasta los pies, muy en boga años atrás cuando la irrupción de los hippies. Tampoco se maquillaba: sólo lo preciso cuando iba a alguna televisión.
Mediados los 70, todos los veranos tenía repleta su agenda de contratos. En la madrugada del 2 de agosto de 1976 regresaba a Madrid en su Seat 124 M-2342 AX acompañada de dos de sus músicos, procedentes de una actuación en la sala Nova Olimpia de Vigo. Cerca de Benavente, provincia de Zamora, en el término de Colinas de Trasmonte, el vehículo se estrelló violentamente contra la parte trasera de un carro de bueyes que iba si luz alguna. Tampoco estaba iluminado ese trozo de la carretera comarcal. Cecilia iba durmiendo, no se enteró del accidente, murió decapitada. El batería Carlos de la Iglesia también falleció en el acto.
Años más tarde las canciones de Cecilia siguieron reeditándose. Y en 2012 José Ramón Pardó rescató quince temas inéditos, algunos en su día prohibidos por la censura, que salieron al mercado discográfico agrupados con el título Diálogos. Cecilia, cuarenta años después de su horrible muerte, no está en el olvido de miles y miles de españoles y amigos, entre los que modestamente me encuentro.