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La trágica historia de amor del maestro Enrique Granados

Cien años justos hace ahora que el compositor catalán Enrique Granados pereciera en alta mar intentando salvar a su esposa.

Cien años justos hace ahora que el compositor catalán Enrique Granados pereciera en alta mar en su vano intento de salvar a su esposa, acabando ambos, ahogados. Había sido invitado el ilustre maestro a asistir al estreno de su obra Goyescas en Nueva York. Tiempos de la I Guerra Mundial, cuando tuvo que suspenderse esa premiére en la Gran Ópera de París a causa del bélico conflicto, aunque finalmente pudo darse a conocer en aquel turbulento 1914 en la sala Pleyel. Era la primera vez que se interpretaba en lengua española una obra lírica en el teatro Metropolitan.

En vísperas de tal acontecimiento Granados creyó conveniente incluir un intermezzo que compuso en la ciudad de los rascacielos, luego popularizado por un gran amigo suyo, el violonchelista de fama internacional Pablo Casals. La representación tuvo gran éxito y el autor recibió parabienes y halagos durante su estancia en aquella gran ciudad, pero el matrimonio Granados no podía prolongarla más días pensando que en Barcelona, su ciudad, habían dejado a sus seis hijos y deseaban reencontrarse lo más pronto posible con ellos.

Habían reservado un par de pasajes para la vuelta en un vapor español, a sabiendas de que los submarinos alemanes atacaban por entonces a naves con banderas de países enemigos. España permanecía neutral en la que se conoció como la Gran Guerra. En vísperas de embarcar, desde la mismísima Casa Blanca llegó a manos de Enrique Granados una invitación del Presidente Wilson para asistir, junto a su mujer, naturalmente, a una recepción en su honor.

No podían desairar al primer mandatario norteamericano, por lo que hubieron de trastocar sus planes y adquirir otros billetes, ya no en el mismo vapor español, sino en el primer trasatlántico rumbo a Europa que encontraron, el británico Sussex. A bordo se encontraban cuando atravesando aguas francesas, en el Canal de la Mancha, un submarino germano torpedeó al Sussex, partiéndolo en dos. La explosión originada fue causa de que parte del pasaje cayera al agua, en plena alta mar. Enrique Granados contempló, horrorizado, a su esposa, luchando a brazo partido para mantenerse a flote. No lo dudó un segundo el compositor, arrojándose al vacío con el ánimo de salvarla. Pero su intento fue infructuoso: desaparecieron ahogados entre las olas, abrazados para siempre, entre los ochenta que perdieron la vida.

Se da la circunstancia de que el gran músico tenía pánico a viajar en barco, razón por la que nunca había querido ofrecer conciertos donde se viera obligado a trasladarse por esa vía marítima. Sólo que el gran estreno de Goyescas, en Nueva York, era un reclamo tan importante y no podía soslayarlo. Añádase a esta historia la fatal circunstancia de aquella invitación presidencial a última hora lo que deparó al matrimonio un destino trágico imposible de prever.

El gobierno alemán recompensó a los hijos

Los hijos del desventurado matrimonio quedaron desamparados. El gobierno alemán los recompensó hasta donde pudo: con sus condolencias y con una elevada suma de dinero. Aquel suceso, cuya noticia dio la vuelta al mundo, se produjo exactamente el 24 de marzo de 1916; hace por tanto cien años. Enrique Granados estaba enamoradísimo de su mujer, Amparo Gal y Lloberas, hija de un industrial valenciano, con quien mantuvo un noviazgo durante tres años, casándose en 1893 en la Ciudad Condal. Fue este extraordinario músico un ejemplar alumno de Felipe Pedrell, en cuyas clases coincidió con otro superdotado del pentagrama, Isaac Albéniz. Ambos serían considerados como los fundadores de una moderna escuela musical española.

Se pensaba que los autores andaluces, los aragoneses y los castellanos eran quienes más se caracterizaban por su acendrado espíritu popular en sus composiciones de trasfondo folclórico, dentro claro está de la música culta. Y resultó que estos dos grandísimos compositores catalanes, Albéniz sobre todo pero también Granados iban a firmar gloriosas páginas de partituras inmortales. En el caso que nos ocupa, Granados creó sus maravillosas Doce danzas españolas y después, Goyescas.

Sépase que en sus tiempos de alumno de Pedrell, siendo miembro de una modesta familia de diez hijos, hubo de interrumpir las clases al no poder pagárselas, teniendo durante ese tiempo que ganarse la vida y la de los suyos tocando como pianista en varios cafés de Barcelona, a razón de cinco horas diarias en el café de las Delicias y en el Lyon d´ Or. Admirador de la pintura de Goya, de quien llegó a poseer varios cuadros, compuso Goyescas, de inspiración surgida tras contemplar muchas veces sus célebres aguafuertes en el Museo del Prado.

Tonadillas dieciochescas

Ciertamente, aun conmovido por escenas de gran tremendismo, quiso ambientar su música en otras más poéticas, las que reflejaban aquel mundo costumbrista tan castizo de manolas y toreros, que musicalmente quedarían recogidas en el género de las tonadillas dieciochescas, llenas de airosa gracia y donaire y un toque popular de considerable atractivo para el oído.

Goyescas se escuchó por vez primera en 1911 en el Palacio de la Música catalana. Sin caer en la fácil demagogia nos resultaría hoy improbable que en la Cataluña convulsa de nuestros días trufada de un nacionalismo caduco pudiera darse el caso de un catalán como Granados – o Albéniz, por supuesto- que sin renunciar a su cultura y a sus ancestros creara una música tan profundamente española.

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