Víctima de un cáncer que arrastraba desde hacía unos años se acaba de ir de este mundo el cantante alicantino Jaime Morey a la edad de setenta y tres años. Era su apellido verdadero, sólo que en segundo lugar, saltándose para su vida artística el primero, que era García. Tenía mucha tenacidad cuando trataba de abrirse paso en emisoras de radio y salas de poca categoría, interpretando versiones de éxitos de Charles Aznavour. Formaba parte asimismo de una Tuna. Para poder ir tirando hubo de ganarse los garbanzos trabajando en distintas ocupaciones, una de ellas la de vendedor de productos químicos, puerta a puerta. Su atractivo físico-ojos claros, cabellos rubios, facciones agradables- le granjearían siempre la atención femenina, pero el triunfo se le resistía. En Madrid debutó como cantante de orquesta en la sala Pasapoga, de la Gran Vía. Mediados los años 60 era anunciado por su casa de discos como "La voz de arena". Entre sus primeras grabaciones destacamos un dúo con Rocío Dúrcal (el tema central de la película de ésta, Acompáñame), "Georgy girl", "La bohemia", "La mamma", "Rosita"…
En ese decenio Jaime Morey hubo de competir con otros colegas como Raphael, Tito Mora, Luis Gardey, y no pasaba de ser un intérprete de bonita voz y grata presencia, conocido, pero sin alcanzar el éxito de las listas de éxitos. Lo que sí resultaba ser era un chico simpático, buen relaciones públicas, que trataba por todos los medios posibles ser seleccionado para el Festival de Eurovisión, lo que logró tras varios intentos el año 1972, quedando en décima posición con la melodía de Augusto Algueró "Amanece".
Pocos días más tarde contrajo matrimonio con María Mollejo, el 5 de abril, en Alcobendas (Madrid). Ella era una contumaz fan del cantante levantino y de la admiración pasó a enamorarse locamente de él. Con anterioridad, Jaime Morey había mantenido una relación sentimental con la también cantante Salomé, la de "Vivo cantando". El matrimonio tendría dos hijas, Laura y Sandra, esta última cantante y presentadora de televisión.
Jaime Morey pasó por muy duras temporadas, en las que no conseguía grabar discos ni obtener contratos. En aquella década de los 70 sólo lo recordamos por estas canciones: "Negra paloma", de Fernando Arbex; su versión de la ranchera "El rey" y "Silver bird". Cansado, aburrido del poco caso que se le hacía se marchó a México donde, durante cuatro años, fue actor de telenovelas. Regresó en 1983, tomando parte en una película de infausto recuerdo, Juana la loca… de vez en cuando, donde le encomendaron un burdo papel estrafalario de Felipe el Hermoso. Aquel año pidió a su antiguo amigo, el compositor Manuel Alejandro, que le compusiera un disco. Se habían conocido en 1963 cuando malvivían actuando en un club de alterne de la calle de la Ballesta. El celebrado autor de canciones de Raphael le aconsejó que registrara un disco de romanzas de zarzuelas, con arreglos modernos, de los que se ocupó. Nos reunió el cantante a un grupo de periodistas conocidos suyos, pidiéndonos echarle una mano en la promoción, para ver si levantaba cabeza. Intento baldío.
Jaime Morey continuaba con su mala estrella, pese a sus buenos deseos e, insistimos, su indudable bonita voz, de amplios registros. Como pasaba el tiempo y su nombre se iba difuminando nos contaba que era un hombre afortunado, al que todos los años le tocaba o la lotería o las quinielas. Nunca pudimos comprobarlo. Su mujer atendía una tienda de ropa infantil y de vez en cuando nos llamaba para que les hiciéramos algún reportaje familiar. Harto de tanta lucha, Jaime Morey se convirtió en representante artístico, montando una agencia de contratación que le reportó buenos dividendos. Sobre todo porque llevaba los destinos de María Dolores Pradera, a la que firmaba cada temporada gran número de actuaciones.
El año 2006 quiso conmemorar sus más de sesenta años cantando lanzando un disco, El último romántico con populares melodías italianas de los años 60. Ya era abuelo de dos nietas y sentía nostalgia de los escenarios y los estudios de grabación. Fue su despedida de la música. Continuó con sus oficios de representante. Pero en este nuevo siglo su nombre se vio envuelto en un sucio escándalo financiero, el llamado "caso Gescartera". Un novio de su hija Laura, Antonio Camacho, responsable de esa entidad, había nombrado a Jaime director general de la empresa. Ante el juez, éste confesaría que era ajeno a todo el entramado de aquel negocio, que él se limitaba a ir todos los días al despacho que le habían asignado y se pasaba cada jornada sin hacer absolutamente nada, salvo leer la prensa deportiva, que le encantaba. Eso sí: mensualmente cobraba un abultado sueldo. No se quejaba y daba a entender que ello se debía a la generosidad de su posible futuro yerno, el tal Camacho, que acabaría en la cárcel, en tanto el cantante y su hija eran absueltos de cualquier falta o delito. Pero su presencia en las páginas de sucesos y tribunales qué duda cabe afectó a su ánimo. Siempre nos pareció un hombre elegante, de cuidadas maneras, respetuoso que, si bien triunfó en sus últimos negocios no llegó a alcanzar el éxito como cantante. Lo que no quita para que fuera conocido en toda España y su muerte haya causado la natural pena entre los que lo conocimos.