Miguel Rafael Martos Sánchez, Raphael, festeja este domingo 5 de mayo sus setenta años. Consta en su pueblo natal, Linares, en la placa adosada en las paredes de una casa de la calle del Doctor, número 4, que allí vino al mundo en 1943, lo cual es incierto. Esa era la vivienda de su abuela. Donde realmente nació fue en el Hospital de los Marqueses de Linares, allí donde, cuatro años más tarde, expiraría el legendario matador de toros Manuel Rodríguez "Manolete". Que así conste para la pequeña o gran historia de nuestro personaje, descendiente de una modestísima familia, el cabeza de la cual, Francisco Martos Bustos, trabajaba de fontanero en el Ayuntamiento. Tiempo después, se subió a los andamios por voluntad propia, cuando su querido Falín (como era llamado en la intimidad) ya tenía unos cuantos millones de pesetas en los bancos. Lo conocí y me pareció un hombre honrado, con mucho amor propio, trabajador toda su vida, que no aceptaba vivir "de gorra" en el lujoso piso de su hijo. Crucé unas pocas palabras con él en Venecia, en la boda del cantante, celebrada en 1972; las suficientes para darme cuenta que él era ajeno a los oropeles y deseaba pasar inadvertido. Nunca concedió una entrevista periodística. En cuanto a la madre, Rafaela Sánchez, prestaba sus servicios en el Hogar de Niños y Auxilio Social de Linares. Y cuando Falín se convirtió en el ídolo Raphael, posaba satisfechísima ante los fotógrafos de las revistas del corazón, orgullosa, naturalmente, de las proezas canoras de su amado vástago. Una mujer simpática y dicharachera que hacía las delicias de los reporteros. Los Martos dejaron la ciudad jienense hacia 1950 y se asentaron en la capital de España. Pasaron privaciones, hambre. Y hasta los echaron de la casa en que malvivían, en el barrio de Cuatro Caminos. Falín no ha olvidado, ahora que los desahucios son triste actualidad, la escena del colchón de sus padres arrumbado en la calle.
En la segunda mitad de los años 50 nuestro protagonista se apuntaba a todos los concursos radiofónicos de cantantes noveles que se emitían en Madrid utilizando varios seudónimos, para así tener más oportunidades; los dos que más utilizó: Marcel Vivancos y Rafael Granados. Coincidía en los pasillos de las emisoras con Mari Pili Cuesta (futura Ana Belén) y Angelines de las Heras (reconvertida en Rocío Dúrcal). Nunca alcanzó Rafael Martos las aulas de estudios superiores. Recibió una menguada educación escolar. Quinceañero, tuvo que ponerse a trabajar: fue aprendiz de sastre, vendedor callejero de melones. Y en 1958 es cuando pueden fijarse sus inicios musicales. Contaba en sus memorias que debutó de "telonero" (el primero de la compañía en salir al escenario) en un pueblo madrileño, donde escuchó por vez primera gruesos insultos por su manera de cantar y moverse: "En lugar de gritarte ¡vete a tu casa, desgraciao! o, ¡eres una mierda!, o lo que sea... pues, no, te llaman maricón".
Gracias a su mánager, Paco Gordillo, encontró al compositor de su vida, el jerezano Manuel Alejandro, que tocaba el piano en un bar de putas de la madrileña calle de la Ballesta, donde el barbilampiño intérprete iba a ensayar su propio repertorio. El Festival de Benidorm de 1962 fue su trampolín. Y su memorable recital en el teatro de la Zarzuela –noviembre de 1965- el principio de su leyenda. Desde entonces no ha parado, si exceptuamos el periodo que soportó inactivo antes y después del trasplante de hígado al que se sometió en 2003. Quien comenzó por tomar como modelos a Juanita Reina, señora de la copla; al cancionero Antonio Amaya, sobre todo, y al rey del bolero Lucho Gatica, adquirió un estilo propio, con su gestualidad rayando el histrionismo. Edith Piaf era asimismo un espejo en el que procuraba mirarse. Actor melodramático de canciones románticas; culebrones de tres minutos. Pero siempre él, sin parecerse ya a nadie. Con su poderosa voz, que sólo se resintió muy de tarde en tarde. Todavía hoy, en sus interminables recitales de más de dos horas y media, rozando los ciento ochenta minutos, demuestra sus excepcionales facultades vocales. No admite comparación con nadie.
Tiene nuevo disco: Mi gran noche. Catorce temas, con nuevos arreglos, en los que recrea ése y otros títulos de su glorioso pasado: Poco a poco, Hoy mejor que mañana, Estuve enamorado, Los amantes, Vive tu vida, No tiene importancia... Y desde el 13 de abril está de gira otra temporada más (cincuenta y cinco años ya en la brecha). México, Estados Unidos, Canadá... Estos días lo hemos localizado en Texas. En verano y hasta muy alargado el otoño actuará en España. Ya tiene reservadas seis noches en el madrileño teatro de la Zarzuela. Es un monstruo del espectáculo, al que no le importan las ácidas críticas de sus detractores. A su favor, el apoyo de quienes lo admiran apasionadamente: tres generaciones de seguidores. Por su historial merece nuestro mayor reconocimiento.
Me dijo una vez, entre las muchas entrevistas que le hice: "Yo me moriré en un escenario... Lo sé. Pero moriré feliz". Que ese día te llegue lo más tarde posible. Lo que hoy hago es brindar por esos setenta años que felizmente cumples.