Cuarenta años nos separan de la trágica muerte de Nino Bravo. El 16 de abril de 1973 había salido a temprana hora de su casa de Valencia, conduciendo un BMW-2800, matrícula GC-66192, que había adquirido pocos meses antes en un local de compra-venta de automóviles cercano a su oficina de contratación, allí, en la capital levantina.
Le había conquistado aquel llamativo vehículo, color gris perla, matriculado, como se desprende, en Gran Canaria. No era un avezado conductor. Había tenido un "124 sport", su primer coche, tras largo tiempo tratando de obtener el carné de conducir. Él decía que tardó en sacárselo por pereza, pero algunos de sus amigos me confirmaron que no era ducho al volante.
Desgraciadamente, se confirmó cuando adquirió luego un Mercedes modelo antiguo y viajando junto a sus músicos desde la capital del Turia a Barcelona se estrelló violentamente en la carretera. Afortunadamente sus ocupantes resultaron ilesos pero fue un aviso para Nino en aquel noviembre de 1972: la máquina quedó completamente destrozada. Tan sólo cinco meses después, en el kilómetro 95 de la carretera nacional Valencia-Madrid, en el término municipal de Villarrubio (Cuenca) aquel BMW de sus ensueños derrapó en una curva. Nino sufrió un violentísimo golpe en la cabeza, que le ocasionaría la muerte pocas horas después, cuando fue trasladado desde Tarancón a Madrid. Sus dos acompañantes no sufrieron heridas importantes y se curaron. Eran los componentes del dúo Humo, al que su popular paisano iba a producirles su primer disco. El objetivo de aquel viaje era, precisamente, grabar unas canciones para el mismo sello de Nino, Polydor, de la multinacional Fonogram.
Estuve en el entierro de Nino Bravo. Un centenar de personas habían acudido al Cementerio Municipal de Valencia, entre ellas su apenado padre. Y María Amparo, esposa del cantante, que golpeaba su cabeza sobre el féretro, entre un repetido grito: "¡No puede ser!". Los informadores apenas llegábamos a una decena. Sorprende esa reducida cifra, pero así fue.
En realidad, la fama de Nino Bravo, que contaba sólo veintiocho años, le vendría después. Porque en el momento de su trágica desaparición no era el ídolo que luego se acabó mitificado, sino simplemente un intérprete popular, con cuatro álbumes grabados y un total de medio centenar de canciones tan sólo. Lo entrevisté varias veces; lo escuché en directo unas cuantas y, ante los aplausos del público en solicitud de bises, se veía obligado a repetir (porque le faltaba repertorio) "Te quiero, te quiero", que era su pieza más conocida -que por cierto no había estrenado él-. Con diferente letra, la dio a conocer en una película Lola Flores. A instancias del autor de la música, Manuel Alejandro, Rafael de León aceptaría trastocar el texto y la historia, que iba a grabar Raphael.
Por sus problemas con la discográfica Hispavox, el tema terminaría registrándolo Nino Bravo. Entre 1969 y 1973, el valenciano (que en realidad se llamaba Luis Manuel Ferri y era de Ayelo de Malferit) tuvo que competir con quienes en verdad lideraban el pop melódico en España: Raphael, Joan Manuel Serrat, Julio Iglesias y Camilo Sesto. Eran los que acaparaban la atención de los medios, sin olvidarnos de quiénes aspiraban a codearse con ellos: Tony Ronald, Danny Daniel, Víctor Manuel...
Digamos que a Nino Bravo le faltaba un escalón para ese estrellato perseguido. Tampoco era tan asediado por las mujeres como otros colegas: quizás por su matrimonio en 1971; porque no resultase a las féminas muy atractivo; por su timidez; porque viviendo en Valencia –de donde no quería irse, según me confesó- no era igual que hacerlo en Madrid, con más intensa vida social, más propicia para aumentar su popularidad. Ya queda dicho: muy reconocido por su llamativa, importante voz atenorada, de resonancias líricas, en la línea de sus admirados Tom Jones y Engelbert Humperdick... Pero sin la etiqueta de ídolo.
Fue su muerte lo que le convirtió en mito. Sus canciones fueron reeditadas una y otra vez, algunas con prefabricados dúos que no había hecho en vida: se ensamblaron las voces por modernos procedimientos tecnológicos. Ignoramos ya cuántas reediciones se han publicado a fecha de hoy. Lo que no ha pasado jamás en la historia del pop español: "Esa será mi casa", "Puerta del amor", "Como todos", "Perdona", "Un beso y una flor", "Noelia" (que el compositor Augusto Algueró dedicó a quien fue Miss Europa, la canaria Noelia Afonso), "Mi gran amor", "América, América"... y "Libre". Nadie supo cuando se editó este último tema en quién estaba basada su triste historia. Los compositores José Luis Armenteros y Pablo Herrero (que habían pertenecido al conjunto Los Relámpagos), con arreglos de Juan Carlos Calderón, se basaron en la vida de Peter Fechter, el primer alemán que murió acribillado por las balas cuando trataba de atravesar el muro de Berlín. Un albañil de dieciocho años que permaneció desangrándose durante casi una hora ante la atónita mirada de sus compatriotas a uno y otro lado de la alambrada. Los soldados que custodiaban la frontera (soviéticos, alemanes del Este y el Oeste y norteamericanos) fueron testigos impasibles de aquella tragedia. Nino Bravo, con su voz limpia, rotunda y potente, llena de emotiva fuerza, expandía al viento aquel estribillo que no ha dejado de escucharse: "Libre / como el sol cuando amanece yo soy libre, / como el mar. / Libre, / como el ave que escapó de su prisión / y puede al fin volar...".