Paloma San Basilio ya ha empezado la que será su última temporada artística. ¿Cansada, después de treinta y nueve años, exactamente, dedicada a la música? ¿Acaso sin motivaciones económicas suficientes cuando el mundo del espectáculo padece, como es lógico, la crisis general que a todos nos afecta? ¿Decidida a descansar y a atender sus obligaciones familiares y personales? Puede que en su ánimo actual influya todo ello y, tal vez más, lo último apuntado. Ella sólo repite esta frase, que ha incluido asimismo en los anuncios de sus más recientes actuaciones: "Prefiero decir hasta siempre que adiós". Porque no es lo mismo, y eso lo saben tantos toreros que anuncian su retirada y vuelven. Ella es más tajante: no volverá a cantar, al menos en público.
Entre sus prioridades, cuando cumpla sus compromisos este año por toda España y en algunos países hispanoamericanos, está la de dedicarse a pintar en su chalé gaditano. De hecho, ya ha expuesto sus paisajes semanas atrás en Sevilla y estos días ha inaugurado una muestra en Madrid. Nos viene a la memoria que Juan Pardo, también retirado hace unos años de los escenarios, nos dijo la última vez que conversamos con él que pasa el tiempo entre pinceles y lienzos. Paloma, además, pretende viajar más a menudo a California, que es donde vive su hija, que la convirtió en abuela de dos nietos, Neo y Alma.
Madrileña, cumplió en el pasado noviembre sesenta y dos años, edad que a primera vista no representa, dado su atractivo y rejuvenecido físico. Resulta anecdótico recordar que se dedicó profesionalmente a la canción pop de un modo casi fortuito. A falta de una asignatura, había cursado la carrera de Filosofía y Letras. Se ganó primero la vida como enfermera en un pabellón psiquiátrico de mujeres. Luego resolvió probar suerte como actriz, cuando finalizaba la década de los 60, debutando ante las cámaras de TVE en una grabación de Ricardo III. Deambulando por los pasillos de Prado del Rey terminó presentando el programa de variedades Siempre en domingo, año 1970, junto a su director, Manuel Martín Ferrand. Neófita en esas experiencias, dejó probada su aptitud. Y hasta intervino, a base de "play-backs", en el espacio Divertido siglo, que evocaba aquellas románticas melodías de la "belle-époque".
Casada en 1972 con un campeón de atletismo en 1972, tuvo a su hija Vanessa al año siguiente. Y en una fiesta en su casa, se le ocurrió cantar, en presencia de un amigo que la animó a grabar una cinta con destino a la casa de discos Hispavox. Entre divertida e ilusionada, así lo hizo, recreando tres temas de Roberta Flack. Tras unas pruebas y varios ensayos al piano, registró en 1974 dos melodías que aparecieron en su debut discográfico: un sencillo con una recreación de un éxito de Barbra Streisand, The way, que entonces se titularía Sin saber por qué. Un año más tarde era su versión castellana de Feelings, el éxito de Morris Albert, que se conocería como Sombras.
Le costó hacerse popular, no cabe duda. Ella misma me lo confesó en un viaje de tres días que hicimos a París para un reportaje, y que aprovechamos para asistir a una comedia musical de Sylvie Vartan: "¡Lo que yo daría por hacer en España lo que ella, algo parecido...!". Dos años después el director donostiarra Jaime Azpilicueta le ofrecía el contrato de la ópera-rock Evita, que se estrenó en las Navidades de 1980. Allí empezó su fulgurante carrera, en la que se ha anotado otros grandes triunfos, con las comedias musicales El hombre de La Mancha, Víctor o Victoria y My Fair Lady. Su densa biografía contiene estos datos: treinta y seis álbumes, un Disco de Diamante por rebasar el millón de copias de discografía, actuaciones en grandes escenarios como el Carnegie Hall, de Nueva York...
Y todo ello no ha modificado su carácter sencillo y natural. El de una mujer muy sensible, elegante, culta, que se ha superado siempre en su profesión, en la que ha alcanzado muy altas cotas dentro de un abanico de estilos: la balada, el pop rock, soul, copla, bolero, tango, zarzuela, opereta, revista y comedia musical...