Estoy releyendo a dos autores que siempre me descubren algo nuevo y extraordinario, lo que yo llamo dos verdaderos seductores del pensamiento: Ayn Rand y Christopher Hitchens. He vuelto a la primera gracias a algunos intercambios epistolares con el artista Rolando Pulido, y al segundo, pues me ha conducido la última parafernalia Vaticana: la de santificar a Madre Teresa de Calcuta.
Como dice Pulido, si le hubiéramos, o mejor dicho, si le hubieran hecho caso a Ayn Rand cuántos infortunios nos habrían ahorrado. Para empezar Cuba no existiría, igual se encontraría por fin sumergida en las profundidades marinas hundida bajo el peso de su propia agonía. Cuba no es un país feliz. Lo fue. Ya no. Y para Ayn Rand lo verdaderamente importante para el ser humano es encontrar su felicidad, controlarla egoístamente, usando los signos distintivos de la autoestima y la razón. En Cuba nadie se respeta, ni nadie razona. No pueden ser felices. Pero lo peor de Cuba no es que no sean felices sino es que se ríen desfachatadamente sin serlo, bailan con desparpajo como los antiguos esclavos en los barracones -aunque peor alimentados, y adoloridos porque ningún zapato les va a su talla-, y entonan sin sentido y a toda hora himnos gloriosos o cancioncitas cada vez más ruidosas y horripilantes. A eso le llaman ellos ser alegres. Porque para los cubanos lo que cuenta es la alegría, falsa o verdadera no importa, la cosa es estar alegre, que no es lo mismo que ser feliz.
Recuerdo que siendo joven, en una ocasión cuando empezaron a llegar a La Habana por allá por los 80 los primeros extranjeros occidentales, o sea que no eran soviéticos, yo iba caminando por una calle de La Habana Vieja con una condiscípula, y al ella advertir que se acercaban dos extranjeros (los cubanos tienen excesivamente desarrollado el olfato frente a todo lo extranjero) me metió tremendo codazo en el hígado y soltó entre dientes fingiendo una lúgubre sonrisa: "Ríete, estatuniña, ríete, para que éstos crean que aquí somos alegres".
O sea, había y hay que fingir alegría, porque lo alegre es lo que los define, y cual una patética máscara llevan la estrepitosa carcajada como un símbolo de resistencia, aunque por dentro, como diría "la chusma diligente", estén mentándose y maldiciendo a sus mismísimas madres.
Para terminar, si hubiesen hecho caso de Ayn Rand, en España a estas alturas ya habría gobierno, Estados Unidos no se debatiría hoy entre una mentirosa compulsiva y un chambón, y en Francia Hollande jamás de los jamases hubiera llegado a donde está, pavoneándose como el pato presumido que es. Pero no le hicieron caso. Y por lo tanto estamos al borde del abismo, agarrados de un pezón siliconado de la Kardashian y sojuzgados por un estribillo del subnormal de Justin Bieber vestido con una enguatada en cuyo frente aparece el Che Guevara (yo no, yo nunca lo he oído, ni pienso).
En Cuba tampoco nadie ha leído a Ayn Rand, su obra está, como la de los mejores, prohibida. Y mucho menos a Christopher Hitchens, sobre todo ahora que la Santa Madre Iglesia, como ya nos tenía habituados a lo largo de la historia, ha vuelto a aliarse con los tiranos. Entonces, resultado: Hitchens proscrito. Aunque lo estaría de cualquier modo, por sólo respirar distinto.
De Hitchens les dejaré este enlace a un documental titulado Ángel del Infierno, muy importante y refrescante para estos días aciagos de tanto fervor apocalíptico-religioso y santificación y adoración de falsos ángeles y de mentirosos seudopatrioteros.