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Shostakóvich, el músico del miedo

Julian Barnes, uno de los mejores narradores ingleses actuales, se fija en El ruido del tiempo en la compleja trayectoria del músico ruso.

Los Libros: 'El ruido del tiempo'

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Julian Barnes, uno de los mejores narradores ingleses actuales, se fija en El ruido del tiempo en la compleja trayectoria del músico ruso.
Dimitri Shostakóvich | Cordon Press

Julian Barnes, nacido en 1946, es uno de los mejores narradores ingleses actuales. En esta sección he recomendado obras suyas como El loro de Flaubert, Arthur&George o El sentido de un final. Después de convertir en personaje novelesco al genio Gustave Flaubert, se ha fijado en la compleja trayectoria biográfica del músico ruso Dimitri Shostakóvich (1906 – 1975), el más destacado de la era soviética.

Después de Mahler y Bruckner, en el mundo occidental se ha vivido la "moda Shostakóvich"; sobre todo, por sus sinfonías: apasionadas, llena de contrastes, pesimistas, de muy amplia y poderosa orquestación. La más popular es la apodada Leningrado, vinculada a la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión alemana; musicalmente, con una marcha imparable, in crescendo, que propicia el lucimiento de las grandes orquestas.

Desgraciadamente, su vida no fue tan ejemplar. Por un lado, el régimen estalinista prohibió su ópera dedicada a Lady Macbeth; por otro, se sometió reiteradamente a ese régimen. En esa Rusia –escribe Barnes– todo era incierto: algo "sumamente frustrante para un biógrafo, pero muy beneficioso para un novelista" (p. 198). No le falta razón.

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El ruido del tiempo. | Anagrama

El Shostakóvich que Barnes presenta es un personaje contradictorio, neurótico, inútil para todo lo que no fuera la música. Y, sobre todo, profundamente cobarde: "Había nacido bajo la estrella de la cobardía" (p. 163). En un mundo tan terriblemente difícil, no cabe exigir que todos sean héroes: "En la Rusia de Stalin, sólo habría dos clases de compositores: los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos" (p. 60).

Se centra Barnes en dos episodios centrales para el suicidio moral de Shostakóvich: el primero, su viaje a Estados Unidos, con una delegación rusa, cuando acepta criticar a Stravinsky, su ídolo permanente, y leer los discursos que le han escrito. (De ese momento, en 1949, recuerdo yo el testimonio de Nabokov: "Me pareció un hombre atrapado. Su único deseo: que le dejaran solo, con la paz de su arte y su trágico destino, al que estaba obligado a resignarse").

El segundo episodio, cuando, muerto Stalin, acaba accediendo a formar parte del Partido Comunista. En una etapa, fue declarado "enemigo del pueblo"; luego, le concedieron seis veces el Premio Stalin y tres, la Orden de Lenin.

A través de la biografía de Shostakóvich, nos asomamos a la Rusia de Stalin: todo lo que toca el dictador se convierte en una reliquia (p. 48). Hasta el tabaco que fumas te marca políticamente. El Partido controla a los artistas desde "la arrogancia, el fanatismo y la ignorancia". Pretende que sean "forjadores del alma", de acuerdo a unas consignas. Pero eso plantea "dos problemas principales. El primero era que mucha gente no quería que nadie le forjara el alma, muchísimas gracias. Se contentaban con que la dejaran como estaba cuando vinieron al mundo... Y el segundo problema era más básico: ¿quién forja a los forjadores?" (p. 52).

Cuenta Barnes que, durante cierto tiempo, Shostakóvich se acostaba vestido; cuando su mujer se dormía, él se levantaba, en silencio, y, con un maletín, esperaba, delante del ascensor, a que vinieran a detenerlo... En enero de 1948, cuando su viejo amigo Solomon Mijoels, director del teatro judío de Moscú, fue asesinado por orden de Stalin, abrazó a la hija de su amigo y le dijo: "Le envidio" (p.144). (Luego, añado yo, hizo una terrible caricatura de Stalin en el segundo tiempo de su Décima Sinfonía, del que se ha dicho: "Pocos retratos contienen tanta furia diabólica, tan desnuda maldad").

No soportaba Shostakóvich a los estalinistas de Occidente: Malraux, Romain Rolland, Bernard Shaw (p. 121), Sartre (p. 146).... En el ámbito hispánico, hubiera podido leer, con escándalo, a Miguel Hernández:

¡Ah, compañero Stalin, de un pueblo de mendigos / has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente...

A Nicolás Guillén:

Sí, Capitán,
a tu lado, cantando, los hombres libres van

A Rafael Alberti:

José Stalin ha muerto...
Padre y maestro y camarada:
quiero llorar, quiero cantar.

A Pablo Neruda:

Stalin, desde entonces,
fue construyendo. Todo...

Ser un gran poeta no garantiza la lucidez política ni la decencia.

Subraya Barnes la ironía trágica de Shostakóvich. Curiosamente, hoy, en España, lo más popular suyo, probablemente, es el valsecito triste en que convirtió nuestra canción popular "Yo te daré". (Lo usa Kubrick en su película Eyes wide shut; lo baila María Pagés).

Su música es lo único que salva a Shostakóvich de ese "ruido del tiempo", tan trágico, que le tocó vivir. Un libro bien interesante pero no alegre: los hechos reales en que se basa no lo fueron pero vale la pena conocerlos.

Julian Barnes. El ruido del tiempo, Barcelona, ed. Anagrama, mayo 2016, 201 págs, 16’90 euros. ISBN: 978-84-339-7955-1.

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