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El agotamiento del modelo de 1990

Capítulo 13 del nuevo libro de Esperanza Aguirre, 'Yo no me callo' (Espasa, 2016).

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EL AGOTAMIENTO DEL MODELO DE 1990

Hay en los partidos, en todos los partidos, y desde luego en el PP, muchos dirigentes y funcionarios que tienen una actitud de decidido escepticismo, cuando no de descarado desprecio, a todo lo que se refiere al estudio y a la elaboración de sus bases ideológicas. Sus intervenciones en todos los órganos internos de esos partidos se dirigen siempre a determinar cómo hay que «vender» la marca o los candidatos antes de las Elecciones y en el día a día. En el fondo vienen a decir que da lo mismo lo que un partido piense o defienda porque lo más importante es cómo se sale en los medios de comunicación y, sobre todo, en la televisión.

Yo, sin embargo, creo que el andamiaje ideológico de un partido es fundamental. Absolutamente fundamental. Cuando un partido no tiene claro cuál es su ideología, cuáles son sus principios, cuáles son los valores que tiene que defender y cuál es el objetivo de su acción política, la consecuencia es que sus militantes y, también, sus dirigentes van como pollos sin cabeza. Ya pueden hacer juegos malabares los estrategas de la comunicación que, al final, los ciudadanos, al no saber qué es lo que defiende de verdad ese partido, acaban abandonándolo.

Esos estrategas de las formas que desprecian el fondo están minusvalorando terriblemente la capacidad de los ciudadanos a la hora de entender la política. Y, a mi modo de ver, están profundamente equivocados. Porque los ciudadanos saben de política mucho más de lo que esos funcionarios y estrategas de los partidos creen y están mucho más interesados en la política de lo que parece. Una prueba bastante contundente y significativa de esto que digo la tenemos en el éxito que ha logrado un programa como La Sexta Noche. A una hora de esas que se llaman de prime time de los sábados por la noche, cuando todas las cadenas buscan desesperadamente aumentar sus audiencias a base de realities o programas similares, la Sexta tuvo la idea de colocar un programa de crítica política —y de crítica política siempre, curiosamente, contra el PP— y con ese programa ha logrado en prime time unos resultados impresionantes frente a su competencia. Prueba de que a los españoles les interesa la política mucho más de lo que se creen algunos políticos.

Ese interés por la política se traduce en que los ciudadanos saben distinguir las ideologías de unos y de otros y en que no es tan fácil darles gato por liebre, es decir, que no se les puede «vender» cualquier cosa, como creen algunos de esos escépticos que hay en los partidos. Desde luego, después habrá que ver cómo se comunica mejor lo que se ofrece a los ciudadanos, pero antes hay que tener claro qué es eso que se les está ofreciendo.

En esa despreocupación por los contenidos han caí- do muchos partidos en los últimos tiempos y, además, la han acompañado de otro fenómeno que yo considero muy negativo, y es el de los disfraces. De un tiempo a esta parte, muchos partidos políticos españoles han querido aparecer como lo que no son y esos intentos de disimular su esencia y disfrazarse de otra cosa han recibido siempre su castigo electoral.

He aquí otra demostración de que los ciudadanos se enteran de lo que pasa en la política mucho más de lo que creen los estrategas de los partidos. Hay muchos ejemplos de esto que digo, pero bastaría recordar las catástrofes electorales de los socialistas catalanes, dedicados desde los años del primer Tripartito (2003) a competir con los nacionalistas para ver quién era más nacionalista, y que ha tenido como resultado el de convertir al PSC, que llegó a ser el más votado en las Elecciones Autonómicas de 1999, en la cuarta fuerza política de Cataluña. O el empeño del PSOE por competir con Podemos en propuestas cada vez más a la izquierda y más antisistema, que es una de las causas del pobre resultado que ha alcanzado en las últimas Elecciones.

Y no digamos nada de lo que le ha pasado a la burguesa y mesocrática CiU, que era el partido del seny y de la moderación y que, lanzado a competir en republicanismo, en independentismo y en antisistema con ERC y con la CUP, ha acabado diluyéndose.

¿Qué le ha pasado al PP respecto a su definición ideológica? La respuesta a esta pregunta es, a mi entender, otra de las claves para explicar la caída de votos en las últimas Elecciones.

En la primavera de 2008, como ya he contado aquí, tras la derrota electoral de Mariano Rajoy frente a José Luis Rodríguez Zapatero y en las semanas anteriores al Congreso del Partido de Valencia, Rajoy pronunció en Elche un discurso ideológico. Él, que nunca se ha caracterizado por adentrarse en los berenjenales de las ideologías, en Elche se decidió a hablar de cuál tenía que ser la ideología del PP. Allí definió al PP como «un partido popular, moderado, abierto e integrador y no un partido de doctrinarios». Hasta aquí esta definición no explica gran cosa, porque es perfectamente aplicable a todos los partidos democráticos del mundo occidental, ya que ninguno querría definirse como dogmático, cerrado o segregador de nadie.

Pero no se quedó ahí el Presidente del PP, sino que añadió: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al partido conservador, que se vaya». Esa frase tan tajante fue interpretada entonces como una invitación —¿o una orden?— dirigida a todos los posibles liberales y a todos los posibles conservadores del PP para que lo abandonaran. La realidad es que esa invitación —¿o era una orden?— no fue seguida por nadie, lo que podría indicar que en el PP nadie se considera liberal ni conservador o, también, pudo significar que nadie se tomó en serio esa tajante invitación del Presidente.

Entonces, si el PP no es un partido liberal ni es un partido conservador, ¿qué es? El propio Mariano Rajoy, en aquel mismo discurso insólitamente ideológico, lo explicaba con otras pocas palabras cuando dijo que «el Partido no responde a una sola ideología». Lo que ya no explicó es, si es verdad que no responde a una única ideología, a qué ideologías responde.

Esta pregunta, para mí, está abierta desde entonces y como creo que la respuesta no está clara, también creo que esa indefinición es otra de las causas del abandono de votantes. Desde aquel discurso de Elche, no sé bien a qué ideología responde el PP. Aquellas palabras de Rajoy fueron para mí como si alguien me quitara el suelo de debajo de los pies. Yo había llegado al PP a finales de los ochenta, procedente del pequeño Partido Liberal, porque vi cómo el PP se iba formando por la agregación de una serie de partidos de ideología diversa que compartían una característica común: no eran socialistas ni creían en la hipertrofia de un Estado intervencionista, que era la ideología dominante en aquellos años de éxitos constantes del felipismo.

Se puede pensar que esta característica del PP que entonces estaba naciendo se expresaba en negativo, es decir, el PP se definía, en primer lugar, por lo que no era, y es verdad, pero luego el PP fijaba bien sus anclajes ideológicos y estos eran los típicos de los partidos europeos liberales y conservadores. Alguien puede decir que en aquel PP que se hizo alrededor de José María Aznar y del Congreso de Sevilla de 1990 también había unas gotas de socialdemocracia y puede tener razón, pero es que entonces, como ahora, es muy difícil que un partido político se libre de un cierto barniz socialdemócrata, que es la ideología dominante —casi en exclusiva— en los países occidentales desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Y no cito el Congreso de Sevilla por casualidad. Alrededor de aquella reunión que tuvo la condición de acoger la llamada refundación del PP, se llevó a cabo una ingente tarea de elaboración de propuestas, proyectos y programas para estar en condiciones de ofrecer a los españoles una alternativa completa y articulada de gobierno que fuera claramente distinta de la socialista, que era la dominante.

A partir del Congreso de Sevilla de 1990 con la llegada de Aznar a la Presidencia del Partido, el PP impulsa la actividad de FAES (que ya había sido fundada en Valladolid en 1989) como laboratorio de ideas, como think tank del Partido. Y FAES se volcó en la tarea de preparar toda clase de documentos programáticos sobre todas las cuestiones principales que tiene que afrontar un Gobierno en un país occidental. No hubo materia que se dejara de tocar: la política internacional, la defensa, la justicia, las fuerzas y cuerpos de seguridad, la sanidad, la educación, la cultura, los impuestos, las pensiones, la política energética, la universidad… Se elaboraron propuestas para todo, de acuerdo con los principios de lo que era un nuevo partido en el que cabían todos los que se encontraban extramuros del socialismo dominante y en el que se iban articulando los programas alrededor de dos ejes ideológicos que se iban a convertir en los principales: la libertad y la idea de España como Nación de ciudadanos libres e iguales.

La fe en la libertad que preconizamos en el PP tras Sevilla nos convirtió en un partido asimilable a todos los partidos que en Europa tienen al liberalismo como credo, y nos condujo a ser contemplados en España como un partido que ya había roto los pocos lazos que a la extinta Alianza Popular aún le quedaban con el posfranquismo, y que constituían plomo en las alas a la hora de enfrentarse al socialismo de Felipe González y a la hora de presentarse ante los españoles sin rémoras con el pasado.

No diré que el PP se hubiera convertido en un partido liberal, pero sí que se había convertido en el más liberal de España. Así era reconocido, y esa faceta liberal, ese reivindicar a los ciudadanos frente al intervencionismo invasor del Estado, fue, sin duda, una de las claves de la victoria electoral de 1996.

Al mismo tiempo, los trabajos de elaboración ideológica y programática tras el Congreso de Sevilla podían abordar, sin complejos —sin el plomo en las alas del posfranquismo—, la reivindicación de España como gran Nación, como un gran proyecto colectivo de vida en común, la reivindicación de su Historia y sus héroes, y como la mejor garantía de defensa de los derechos y las libertades de todos, incluidos los que, desde sus regiones, aspiraban a más competencias.

Yo recuerdo, por ejemplo, cómo en FAES analizamos el fenómeno de que la enseñanza de la Historia de España se había convertido en algo que nada tenía que ver con la Historia de una gran Nación, sino que se reducía a contar algunas «cositas» de los campanarios locales que tenían que ver con acontecimientos de la historia local. Me sorprendió descubrir, en este campo, que a Isabel la Católica se la estudiaba en Castilla como si fuera célibe. Esto da una idea de cómo FAES afrontó en aquellos primeros años noventa —hay que decir que con el impulso de algunos como Miguel Ángel Cortés—, todos los grandes problemas y todas las grandes cuestiones.

A mí, por ejemplo, me encargaron la creación del Instituto de Ecología y Mercado, del que fui presidenta, dentro de FAES, para dar un enfoque liberal a la defensa del medio ambiente. Y allí pude poner de manifiesto, a través de los papeles que allí se publicaron, que, muchas veces, la defensa del medio ambiente, la protección de los bosques, la hacen mejor los propietarios particulares, o las asociaciones de los propietarios particulares, que los propios Gobiernos cuando se ponen a gestionar ellos.

Esa ingente e intensa labor de elaboración de proyectos y programas no ha tenido, en mi opinión, la continuación necesaria en los últimos años. Y cuando digo últimos años me refiero a los años que van desde el primer Gobierno de Aznar hasta ahora, es decir, casi veinte años. Una prueba de lo que digo la podríamos tener en el ya citado discurso ideológico de Rajoy en Elche, que es uno de los pocos en los que le he oído hablar de la ideología. Pero la prueba más evidente de que el PP lleva muchos años sin revisar y sin poner al día sus ejes ideológicos y sus propuestas programáticas es que hoy es muy difícil que los ciudadanos sepan con claridad lo que el PP propone sobre multitud de cuestiones capitales, desde la defensa nacional hasta la educación o desde las pensiones y los impuestos hasta la energía.

Con esto lo que quiero decir es que el PP lleva desde los años noventa sin renovar a fondo sus programas, sus ideas, sus propuestas y sus estructuras internas. Y, lo que es peor, en estos años, cuando había que tomar alguna decisión que tuviera relación con las ideas —es decir, siempre, porque en política todas las decisiones se tienen que tomar desde los principios y los valores que se defienden—, hemos aceptado el paradigma socialista, que es la ideología dominante. Una ideología para la que aumentar el gasto es mejorar el servicio.

Por ejemplo, en los papeles que el PP tenía preparados para gobernar en 1996, el encargado del Partido en el área de Sanidad, el doctor Enrique FernándezMiranda, que era nuestro portavoz en el Congreso, había defendido con sensatez, en un documento que se llamaba «Sanidad en libertad», que un seguro privado, modelo MUFACE, pudiera garantizar, de forma alternativa a la Seguridad Social, la protección sanitaria de los ciudadanos. Pues bien, me consta que no se le hizo Ministro en 1996 porque parecía que aquello iba a ser demasiado cambio respecto a las ideas socialistas.

Otro ejemplo: las pensiones. Al llegar al Gobierno en 1996, ya entonces el socialista Solbes había dicho que recomendaba a todos los ciudadanos hacerse un seguro privado de pensiones, porque el sistema de reparto que había en España llegaría un momento en que ya no podría afrontar el pago de las pensiones, tal y como era entonces.

Aquel sensato aviso de Solbes y su pronóstico no se han cumplido todavía, y se ha podido seguir afrontando el pago de las pensiones porque en aquellos años entraron cinco millones de trabajadores, que fueron los inmigrantes, atraídos por la prosperidad española, y eso hizo que la Seguridad Social se capitalizase. Vamos a ver lo que ocurre a partir de ahora, cuando de esos cinco millones muchos se han tenido que ir.

Por todo esto me atrevo a defender que otra de las causas de nuestra pérdida de votantes es la falta de renovación de nuestras ideas y de nuestras estructuras internas. Esa falta de renovación ideológica es, en mi opinión, una de las causas más determinantes del abandono de los jóvenes, que es una realidad indiscutible.

Los jóvenes, que en los noventa miraron al PP para librarse de la omnipotencia de los socialistas, que se habían ido esclerotizando en el poder, hace tiempo que no encuentran en el PP nada nuevo que les invite a darnos sus ilusiones y sus votos.

Ni en programas ni en dirigentes ni en imagen ni en discurso se ha renovado el PP. Y además, a lo largo de 2012, 2013 e incluso 2014, cuando ya la recuperación económica comenzó, la verdad es que ha sido muy débil. Y, además, a los jóvenes no les ha llegado y sigue habiendo un paro juvenil en torno al 50 %. Por lo tanto, el discurso puramente económico, que el PP ha prodigado a lo largo de todo el año 2015 y en todas las Elecciones que se celebraron, la verdad es que no ha calado entre los jóvenes. Con esto no quiero decir que no haya habido mucha gente que valore bien la evolución de la economía —de ahí el 29-30 % de votos que hemos obtenido—, pero hemos sido incapaces de atraer a la otra parte de la sociedad, que es la que te da las mayorías potentes.

Y hemos sido incapaces porque un Gobierno, aun en las peores circunstancias, tiene que ejercer el liderazgo político e ideológico, tiene que generar, no sólo confianza y certidumbre, sino, sobre todo, respeto e ilusión. Con filosofías políticas muy diferentes, en las peores circunstancias, supieron hacerlo Winston Churchill, de quien siempre me he declarado ferviente admiradora, y Franklin Delano Roosevelt. El primero convenció al pueblo británico de que, aun completamente solos en el mundo, merecía la pena hacer ímprobos sacrificios en aras de la libertad, en lugar de firmar una paz deshonrosa con Hitler a cambio de una tranquilidad perecedera. El segundo, a pesar de sus graves errores en política económica, que prolongaron la gran depresión hasta 1940, convenció al pueblo norteamericano de que Estados Unidos no podía mirar hacia otro lado mientras la tiranía se adueñaba del mundo.

Cierto que hoy el mundo está huérfano de líderes de esa talla, o de la talla de Margaret Thatcher o de Ronald Reagan, que ganaron la Guerra Fría cuando todo el mundo pensaba todavía que el futuro era soviético, con su empeño y firmeza en señalar una y otra vez la superioridad moral y material de las democracias occidentales respecto del comunismo. Pero que no haya hoy líderes de esa talla no es ninguna excusa para no seguir sus pasos y sus enseñanzas en la eterna batalla entre la libertad y la servidumbre.

Digo esto porque me apena mucho ver hoy en el PP síntomas de resignación ante la marea de movimientos neocolectivistas que hoy hay, veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín. Y el signo más evidente de esa decadencia y de esa resignación, de esa incapacidad de generar ilusión en los españoles, es el recurso al miedo. Nunca se han formado mayorías sólidas con mensajes como: «¡Cuidado, que lo que viene es mucho peor!». Le ocurrió a Felipe González en 1993, cuando perdió la mayoría absoluta, y le volvió a ocurrir, en edición corregida y aumentada, en 1996, cuando los españoles decidieron confiar, por primera vez, en el Partido Popular para gobernar España. Y es que, el Partido Popular, entonces, era el partido de la ilusión, de la renovación, de la esperanza, de la no resignación ante lo aparentemente inevitable. Por más que los socialistas se presentaran con un programa electoral de sólo un punto: el famoso dóberman, es decir, el intento de provocar el miedo al PP entre los ciudadanos.

En esto reconozco que también tengo que hacer autocrítica: yo misma, en la campaña de las Elecciones Municipales para el Ayuntamiento de Madrid, caí en la tentación de recurrir al miedo a Podemos, en lugar de explicar a los madrileños qué estaba yo dispuesta a hacer como Alcaldesa para mejorar su calidad de vida, como ya lo hice en el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Y, sobre todo, qué ideas y qué políticas lo hicieron posible.

Y el síntoma más evidente de esa decadencia política e ideológica es el intentar constantemente adelantar a la izquierda por la izquierda, el miedo a los titulares de prensa, el miedo a ser «de derechas», el miedo al discurso enérgico. En definitiva, ese centrismo acomplejado que intenta competir con los populistas en eso, en populismo. Un centrismo que equivale, en el toreo, al diestro que, en lugar de plantarse en los medios y mandar con la muleta, se pasa la faena correteando alrededor del toro.

Y el mayor triunfo político es, precisamente, determinar con las ideas, la acción política, para que todos se orienten respecto de esas ideas. Y como ejemplo de esto, ahí está Margaret Thatcher. Antes de que ella llegara, el centro, el consenso, era la socialdemocracia clásica, estatista, intervencionista y burocrática. Después de ella, el centro era (y sigue siendo hoy, aunque les pese a muchos) un liberalismo moderado, partidario de la más eficiente gestión de los servicios públicos. De hecho, el laborista Tony Blair, del que puede decirse que ha sido el mejor heredero de Margaret Thatcher, llegó a decir que ningún prejuicio ideológico le impediría ofrecer a los británicos los mejores servicios públicos. Y eso no ha cambiado en el Reino Unido.

Por desgracia, en España sí que ha cambiado, y para mal, porque estamos volviendo atrás. Más atrás incluso que en la época de Felipe González, que, justo es reconocerlo, comenzó a desenganchar del Estado muchas empresas públicas. Y es que, en el PP, no hemos sabido contrarrestar la demagogia y el oportunismo de los falsos defensores de «lo público», que dicen defender el interés general cuando se oponen a las externalizaciones de servicios públicos, cuando, en general, el único interés que defienden suele ser el de sus privilegios laborales, a costa del contribuyente, por supuesto. Un argumento muy parecido, por cierto, al que empleaban los aristócratas del Antiguo Régimen en contra de los liberales, para proteger a sus vasallos de las perniciosas doctrinas que exaltaban la libertad individual, o al que empleaban los esclavistas afirmando que los esclavos no sabrían qué hacer con la libertad ni qué hacer con su salario, pues ya les proporcionaba todo lo necesario el amo.

Por eso creo que quienes desde el PP hablan de «nuevos PP» o de «viajes al centro», en realidad lo único que están haciendo es aceptar pasiva e ingenuamente que el centro se ha corrido hacia la izquierda colectivista delante de sus propias narices. Y, al mismo tiempo, declaran, por la vía de los hechos, que no están dispuestos a hacer nada por evitarlo, sino, más bien, que están dispuestos a sacar todo el provecho que puedan de la nueva situación.

De ahí que insista en la urgencia, no de renovar nuestras ideas, sino más bien de aprender de nuestros errores y de nuestras omisiones para reafirmarnos en aquello que siempre ha dado buenos resultados: más libertad individual, más España, menos burocracia y menos impuestos.

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