Soy aficionado al mar y a la navegación. Entre las hazañas náuticas que me asombran está la primera vuelta al mundo en solitario de Sir Francis Chichester, allá por los sesenta en su pequeño Gipsy Moth; la segunda victoria de Eric Tabarly en la travesía del Atlántico, tras tres temporales seguidos de fuerza 10 por la proa, y, sobre todas, la travesía de Sir Ernest Shakelton hacia la isla del Elefante para salvar a su tripulación.
Era el año 1914 y su tercera expedición a la Antártida. Su barco había quedado atascado y luego hundido en el hielo del mar de Weddell y había que pedir auxilio. Se embarcó con su mejor navegante, Worsley, en una chalupa de apenas seis metros sin quilla y lastrada con piedras a la que colocaron una pequeña vela y se hicieron a la mar brava del paralelo setenta, navegando en popa y buscando un islote que estaba a 1.280 kilómetros y que apenas tenía 900 metros de anchura, y en donde había una base ballenera desde la que conseguir auxilio. No había GPS, ni piloto automático. Solo un sextante para la latitud cuando se pudiera ver el sol, mucho viento y mucho frío…. Y consiguieron llegar y salvar a toda su tripulación.
"Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito": este fue el anuncio en el Times que animó a más de 5.000 aspirantes con los que Shakelton conformó su tripulación. No sé si algo parecido debió de publicar Magallanes a través de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla cuando organizó su viaje allá por el año 1519. Los peligros no eran menores. Pero consiguió armar cinco naves con 265 tripulantes ávidos de aventura y una paga. Entre ellos estaba el marino de Guetaria Juan Sebastián de Elcano.
Aunque tenemos la crónica que escribió durante el viaje el veneciano Antonio Pigafetta, de la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, el general conocimiento es escaso: que descubrieron el estrecho hacia el Pacífico; que Magallanes murió en Filipinas, y que sólo completó la vuelta la nave Victoria al mando de Juan Sebastian de Elcano, quien da nombre al buque escuela en el que se forman los guardiamarinas de la Armada… Al menos yo, no sabía nada más. Pero he tenido la suerte de asistir a una conferencia, a través del Instituto de Historia y Cultura Naval, de don Manuel Sieira, por afición capitán de yate y excelente divulgador, y he podido conocer detalles asombrosos de la pericia náutica que Elcano demostró en su viaje.
Desde la salida de Molucas en el Pacífico tuvo que evitar a los portugueses y cruzar el Indico muy por debajo de lo que hubiera sido cómodo y sensato, bajando hacia el sur hasta los "cuarenta rugientes" en donde se encontraba el fortísimo viento del Oeste por la proa y tuvo que zigzaguear ciñendo con una nave de velas cuadras, que todavía lo hacían más difícil. Fondeó para descansar en Cabo de Buena Esperanza, pero no pudo tomar víveres y tuvo que continuar viaje. Llegó a las islas de Cabo Verde, portuguesas. Envió una chalupa con algunos tripulantes para conseguir víveres y, viendo que no volvían y que muy probablemente habrían sido detenidos, decidió levar anclas y salir escopetado. Sabiendo que los portugueses zarparían en su búsqueda y siendo la Victoria mucho más lenta, al estar cargada hasta los topes de clavo traído de Molucas, y aun a costa de alargar la duración de un viaje para el que ya no tenían víveres, alteró el rumbo natural de vuelta a España para engañar a los portugueses, y, en vez de al norte, enfiló hacia el noroeste, hacia Madeira y Azores para terminar cayendo hacia el este rumbo a Sanlúcar de Barrameda.
Nos dice la crónica de Pigafetta:
Gracias a la Providencia, el sábado 6 de septiembre entramos en la bahía de San Lúcar y de los sesenta hombres que formaban la tripulación cuando partimos de las islas Molucas, no éramos más que dieciocho, y éstos en su mayor parte estaban enfermos. Otros desertaron en la isla de Timor; otros fueron condenados a muerte por delitos, y otros, en fin, perecieron de hambre... El lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería. El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia.
Elcano solicitó por su gesta al Rey Carlos I el título de Caballero de la Orden de Santiago y la Capitanía Mayor de la Armada, pero estos honores le fueron denegados. Se le concedió una renta anual de quinientos ducados y, como escudo de armas, una esfera del mundo con una leyenda en latín "primus circumdedisti me". Murió pocos años después, en la expedición de Loaysa en la que iba de segundo, y su madre heredera universal tuvo que pleitear muchos años para cobrar apenas 150 ducados… Porca miseria: un barco holandés da nombre al Cabo de Hornos, un italiano da nombre a América, Magallanes tiene el estrecho y hasta una constelación y, del verdadero héroe de la primera vuelta al mundo, Juan Sebastian de Elcano, apenas tenemos nada.
El Rey Felipe VI, en la conmemoración de las capitulaciones de Valladolid -en las que Carlos I, encomendó a Fernando de Magallanes, la organización del viaje- nos dijo que éste fue:
Uno de los hechos más extraordinarios de la historia de la humanidad… la mayor epopeya de la navegación mundial a lo largo de los siglos, que ya nunca se podrá repetir, ni superar; un orgullo para nuestra tradición marina y para la Armada Española.
Poco más debemos de añadir. Salvo insistir en honrar, las veces que sean, la memoria de Juan Sebastián de Elcano, marino de Guetaria y, para mayor gloria de España, el primero en circunnavegar el mundo.