Nunca tuve claro qué es la Patria, pero, cuando oigo a un separatista catalán o vasco insultar a los españoles, solo aspiro a colaborar, desarrollar y extender un programa de "vindicación patriótica". O sea de España. Nunca tuve claro qué es ser ciudadano del mundo, porque la noción de ciudadanía nace unida al "ser nacional", pero, cuando oigo las chulerías de los "progres" (designo con este "palabro" a quienes en la situación de desgobierno que padecemos no están desanimados, seguramente, porque carecen de corazón o son estultos) y ridículos imitadores del hombre que nunca salió de su pueblo, un filósofo alemán del siglo XVIII, me afirmo en mi cosmopolitismo, mi universalidad española. O sea quiero ser ciudadano español. Y porque nunca he sabido en abstracto qué sean la justicia y la humanidad, prefiero ser tachado de patriota a vivir en el cobarde refugio de lo políticamente correcto; no quiero ser un colaboracionista de quienes, escudados en la expresión "justicia universal", cometen todos los días injusticias singulares, visibles y concretas. O sea me reconozco y me identifico con muchos otros que también quieren ser españoles.
Sí, sí, se puede nacer en cualquier sitio. Haber nacido en España es algo accidental, pero yo quiero sentir y pensar la esencia de ese accidente. España, sí, es un accidente, pero prefiero pertenecer a un accidente con historia y cultura que a una locura tribal. Quiero ser español y no bárbaro. Pocas cosas más anacrónicas existen que llamarse "ciudadano del mundo". ¿De qué mundo? Del chino o del cubano, de Venezuela o de la Rusia de Putin. Ay, cuánto daño, cuánta crueldad, cuánta injusticia perpetran contra el mundo gente que no se les cae de la boca las palabras: humanidad y justicia. Cuántos crímenes ha traído a la civilización esa apelación insistente a una fraterna humanidad y a una justicia universal. Imposible contabilizar los crímenes, los asesinatos y desmanes cometidos contra poblaciones indefensas en nombre de una "estructura de racionalidad universal valida para todo momento y lugar". Pregúnteles a los comunistas de Cuba y Venezuela cuántos millones de seres humanos tienen que morir para que ellos dejen de matar, asesinar y extorsionar en nombre de la humanidad y de la justicia. Pregúnteles a esos cientos de periodistas que no dicen España para no molestar a quienes solo pretende matarla en nombre de un gobierno separatista-comunista-socialista. Preguntemos, sí, cuanto antes, porque esto ya es real. No es una ficción. Un Gobierno quiere maltratar, vejar y en su caso perseguir a millones de seres humanos solo porque quieren ser españoles.
Quizá a Santayana le asistía la razón cuando mantuvo que la "nacionalidad es un accidente irracional" y, por eso, "la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filósofo"; pero, seguramente, erraba cuando apelaba a que la humanidad y la justicia estaban por encima de la patria. Creo que una apelación abstracta a las ideas de humanidad y justicia, lejos de resolver nada, aún enmaraña y complica más el asunto. Tampoco puede hablarse de patrias en abstracto. No todas las patrias son iguales. Por favor, "filósofos" antipatriotras, un poco de respeto por lo real. Quienes confunde unas patrias con otras, hacen mala filosofía. No se puede filosofar, pensar, contra todas las patrias sin caer en los riesgos que se derivan de una palabrería vacía. Los "filósofos" antipatriotas son tan torpes como aquellos otros que ocultan los problemas filosóficos, que se derivan de lo real, con soluciones etimológicas. Las etimologías ayudan, pero nunca resuelven. Las palabras no abarcan nunca toda la realidad: decir que todas las patrias son iguales de falsas y envilecedoras es negarse a pensar, distinguir y y matizar. Mi patriotismo, sí, puede ser muy limitado, pero jamás me llevará a decir que estoy contra todas las patrias.
Pensamos la patria, buscamos una idea de patria, porque no son todas la patrias iguales. ¿Cómo va a ser la patria alemana equivalente a la española? Es imposible y, lo que es peor, absurda esa comparación. La primera fue agresiva. Mató a los que no eran de esa patria. La segunda no mato a nadie, sino que se mataron entre ellos. Hay diferencia. Quienes niegan lo real con palabras, sin duda, piensan mal y actúan peor. La discusión sobre un sentimiento, digno de ser susceptible de racionalización y universalización, como es el de "unidad nacional", de patria española, no tiene por qué ser considerado a un nivel más bajo que la supuesta aspiración de todos los seres humanos al amor fraterno y la justicia universal. Claro que es un reto político pensar la patria, su unidad; si no lo fuera, entonces no merecería la pena hablar ni de patria ni de nación, ni de españoles ni de filósofos españoles, ni de ideas de España ni de creencias españolas. Bastaría con apuntarse a los deseos irracionales de "ser un ciudadano del mundo" inexistente. Ganas de quedar bien con todos. Hueca retórica. Nada.
Entre el terrorismo idealista y el enfermo nihilismo, entre el "ciudadano del mundo" y el "antipatria", entre esto "no tiene solución" y yo no "le debo nada a España", hay mil posiciones para pensar la nación. La patria. Dispuesto estoy a poner entre paréntesis mi nacionalidad por un bien mayor, pero jamás renunciaré a mi patria por una abstracta humanidad y por una justicia futura. Quiero a los hombres de carne y hueso y la justicia para el presente. Defiendo, pues, el escepticismo como sabiduría jamás como resignación. Santayana dijo del modo más abstracto, como si se tratase de un mal filósofo de corte idealista, que el patriotismo tiene que subordinarse a la lealtad racional, a cosas como la humanidad y la justicia", pero él, el gran filósofo español, que siempre escribió en inglés, nunca renunció a su nacionalidad española. Él, cuando tuvo que elegir entre el comunismo, la desaparición de la patria, y España, supo dar razones por la segunda y dio testimonio de identidad, o mejor, mostró al mundo entero su compromiso, por quienes defendían la nación. La patria. Jamás dejó de renovar su pasaporte español. Era la española, sí, su identidad en Italia, o sea, en el país que residía. No todas las patrias ni todos los patriotas son idénticos ni siquiera equiparables.
La ontología, lo real, del sentimiento de unidad nacional español no se discute sino que se vindica. Es innecesario tratar sobre su existencia o no existencia. El problema es otro, sí, es "procurar que lo haya y en reforzarlo cada día más, puesto que es lo que nos falta, no debiendo faltarnos" [1] . Eso fue exactamente lo que hizo un exiliado español del 39, en México, Rafael Altamira. ¿Quién fue este hombre? Fue uno de los historiadores más representativos de la famosa Institución Libre de Enseñanza. Ganó una cátedra en Oviedo gracias a la intervención de don Marcelino Menéndez Pelayo. Sigue siendo, sin duda alguna, el escritor más egregio de la Generación del 98 a la hora de defender una idea nacional basada en los caracteres de la psicología del pueblo español. Por eso lo traigo aquí y, sobre todo, porque siguió defendiendo esta idea después de la Guerra Civil española. No hallaremos un autor en nuestra pasado y presente que podamos compararlo con Rafael Altamira a la hora de resaltar la importancia de la psicología colectiva, o mejor, de los factores psicológicos de los españoles para llevar a cabo una historia política de España y desarrollar el sentimiento de unidad nacional. De conciencia nacional.
Nadie mejor que Altamira consiguió unir de forma pedagógica el "espíritu regeneracionista" y el de la Generación del 98. Se desentendió con desparpajo, por una lado, de todos los reparos que los tradicionalistas de boquilla pusieron a una idea de nación capaz de recoger lo mejor de otras historias nacionales y, por otro lado, plantó cara a los contrapatriotas de hojalata que negaban la continuidad del genio y la cultura española, y dio puerta a quienes se negaba a tratar la patria de modo directo, para preguntarse al modo de Fichte, en sus Discursos a la nación alemana,
"¿por qué no ha de ser lícito y humano fomentar esa conciencia y ese amor, procurando sostener el genio nacional, defenderlo de las agresiones que pretenden destruirlo y procurar su difusión en lo que tienen de bueno para beneficio de la humanidad misma, que nunca sacará mejor provecho de cada uno de sus factores que cuando todos desarrollen su actividad originalmente, según su idiosincrasia: así como toda sociedad no pierde sino que gana con que se produzca propia y personalmente cada uno de sus individuos?" [2]
Nadie puede desentenderse de su nación, del sentimiento de unidad nacional, si no es para caer en un estadio previo al desarrollo moral y psicológico que nos proporciona pertenecer a un mundo civilizado.
En los años cuarenta, aunque publicada en los cincuenta, durante su exilio, escribe Los elementos del carácter y la civilización españoles, reitera la cuestión fundamental de su pensamiento sobre España, a saber, los caracteres del ser histórico español. Esta obra no sólo es una ampliación y profundización de su Psicología del pueblo español, que había escrito en 1917, sino que también es el mejor estudio sobre la "determinación del sujeto histórico español", España, a través de los factores psicológicos de una colectividad. Baste enumerar algunas de las notas características que estudia Altamira para hacernos cargo de la envergadura de su obra:
"Individualismo, sobriedad, originalidad, intuitividad, realismo, peculiaridad de formas económicas y jurídicas, sentimiento del honor, carácter guerrero, democratismo, tradicionalismo, etcétera… Existe un ser español que determina unos caracteres. Al comienzo de su libro Altamira cita una frase que atribuye a un autor alemán, pero, en verdad, pertenece a Ortega, quien en la meditación preliminar de su Meditaciones de El Quijote se pregunta a sí mismo: "Dios mío, qué es España". En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta proa del alma continental?" [3]
A pesar de que la pregunta de Altamira pueda parecerse formalmente a la de Ortega, nada tienen que ver entre las dos, salvo que expresan su preocupación por la realidad nacional de España. Mas los planteamientos y las respuestas de qué es España son radicalmente diferentes; Ortega, según veremos en una próxima entrega, trasciende los planteamientos "esencialistas" y caracteriológicos de Altamira y, más tarde de Menéndez Pidal, Madariaga, Américo Castro y Sánchez Albornoz, para instalarnos en una sugerente manera de pensar España, su quehacer colectivo, en términos de una genuina filosofía política. España, sí, será una unidad de "destino"… Pero no adelantemos capítulos y reiteremos el único objetivo que pretendían estas páginas: puede y debe pensarse la patria sin caer en el patrioterismo barato o en los tratos de los mercachifles del cosmopolitismo de provincia.
[1] ALTAMIRA, R.: "Psicología del pueblo español", en Obras completas, CIAP, Madrid, 1929, tomo IX, págs. 13-15 y 23.
[2] Ibídem, pág. 71.
[3] ORTEGA Y GASSET, J.: Obras Completas, tomo I (1902-1916). Revista de Occidente, Madrid, 1946, pág. 360.