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José Sánchez Tortosa

Auschwitz: la utopía cumplida

Auschwitz es el nombre de la utopía de la industrialización de la muerte, de la producción tecnológica de cadáveres y su eliminación.

Auschwitz es el nombre de la utopía de la industrialización de la muerte, de la producción tecnológica de cadáveres y su eliminación.
Imagen de las alambradas que rodeaban el campo de exterminio de Auschwitz | Pawel Sawicki / Auschwitz-Birkenau State Museum

Auschwitz es el nombre de una utopía. Un no lugar, el lugar del vacío, una dimensión invisible, inaceptable en toda su crudeza, en toda su verdad despiadada, el agujero negro que engulló la vida de millones de europeos, reducidos a la nada. Es el civilizado sumidero de la civilización, de cuyas entrañas más profundas no puede haber testimonio en palabra humana.

Auschwitz no designa ya un marco espacial, geográfico. Es la palabra que se pone en lugar del no lugar, la palabra que oculta lo innominable, que permite ahorrarse la prolija secuencia del exterminio en masa: Einsatzsgruppen, Chelmno nad Nerem, Belzec, Sobibór, Treblinka, Majdanek, Maly Trostinez, Jasenovac, pero antes el programa de Eutanasia (Aktion-T4), las leyes de Nuremberg, el expolio y la concentración en guetos, La Noche de los Cristales Rotos, la Erntfest… Fue, acotando el marco al centro de trabajo, concentración y exterminio así clasificado (Auschwitz, Birkenau, Monowitz), un complejo urbanístico, un sistema coordinado de dependencias dotadas de funciones específicas, una galaxia compuesta por 3 campos base y 47 satélites que, sin embargo, no quedaba al margen del curso rutinario de la sociedad civilizada, sino que constituyó la más acabada consumación de sus ensoñaciones idealistas, el corolario patológico de unos anhelos fanáticos de progreso. Es, por tanto, el nombre de la utopía de la perfección genocida, de la industrialización de la muerte, de la producción tecnológica de cadáveres y su eliminación. Es la culminación de los ideales teleológicos desbocados de una Europa enferma, febril, el corolario de las aspiraciones de pureza e higiene social y política que todo buen europeo concienciado podía ansiar. El virus del otro, marcado administrativamente, una amenaza para ese futuro luminoso, había de ser aislado para desinfectar el cuerpo contaminado. Europa estaba en juego y la liberación de los pueblos, aherrojados por los corsés de las rancias sociedades burguesas, fue el sueño delirante que vomitó Auschwitz. La vieja Europa de los Estados multiétnicos ("antiguallas que hay que eliminar", en expresión de Goebbels), desmembrada por las cicatrices de las nuevas fronteras, efecto de la amputación de la ciudadanía política en aras de la pertenencia a la etnia y la identidad cultural o folclórica.

La solución a las crisis económicas, demográficas y políticas encontró salida en el sofisticado repliegue a políticas pre-políticas, a Estados étnicamente homogéneos. La solución a la convulsa marea de entreguerras fue la cancelación de la ciudadanía política. Había de ser una solución final. Para los grupos marginales, marcados socialmente por su falta de integración, como los gitanos, o para los integrados o asimilados, sin posibilidad de aferrarse a una identidad cultural lo suficientemente compacta, como los judíos, esa cancelación supuso la muerte masiva. La identidad fijada estatalmente equivalía para ellos a la extinción, perpetrada por los propios Estados de los cuales habían sido ciudadanos y eran ya apenas súbditos, muy pronto residuos que drenar.

Cronología inversa

La secuencia desde el día de la liberación reclama un recorrido en sentido cronológicamente inverso para ajustar el enfoque de lo que escondía Auschwitz, pero ya se había ido filtrando desde tiempo atrás, y poner ante el relato de la Historia las capas del exterminio según se fueron documentando y haciendo públicas.

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Así pues, el 27 de enero de 1945, a media tarde, soldados soviéticos de la 60ª División del Frente ucraniano llegan al complejo. Allí, encuentran, entre al menos seiscientos cadáveres, más de 7000 presos vivos. Las SS habían dinamitado ya el Crematorio IV en la madrugada de ese mismo día y, antes, el 23 de enero, habían quemado los barracones llenos de ropa de la sección Canadá después de que la artillería soviética hubiera bombardeado Auschwitz. Fue entonces cuando los oficiales del campo iniciaron la salida.

El 20 de enero, exactamente 3 años después de la Conferencia de Wansee, el Obergruppenführer Schmauser había ordenado matar a los presos que quedaban. Se liquida a 200 judíos y se dinamitan los edificios de los crematorios I y II. La I. G. Farben, empresa principal del centro de trabajo de Monowitz, destruye sus archivos.

El 17 de enero se había tomado la decisión de evacuar a los que podrían recorrer a pie unos 45 kms. Unos 58000 prisioneros fueron trasladados a pie durante los dos días siguientes (Marchas de la muerte). Los demás, quedaron abandonados a su suerte en el campo.

En Noviembre de 1944 se había producido un reajuste administrativo, ante la inminencia de una más que previsible derrota en la guerra: Auschwitz II vuelve a depender de la matriz, Auschwitz I, perdiendo así su autonomía administrativa. Auschwitz III pasa a denominarse KL Monowitz, aunque no logra una total independencia administrativa del KL Auschwitz. Himmler consideró finalizada la solución de la cuestión judía en la práctica y el día 25 ordena desmantelar las instalaciones de exterminio. Se suspende el exterminio industrial de judíos.

El 7 de octubre los integrantes de un Sonderkommando habían iniciado una revuelta prendiendo fuego al Crematorio III. Mueren 450 presos y 3 guardias de las SS. En tal encrucijada, se abre el dramático conflicto de intereses entre la Resistencia y los integrantes del Sonderkommando:

"La preparación de la revuelta del Sonderkommando se llevó a cabo en coordinación con la Resistencia polaca, en el campo y en el exterior. Pero entre nosotros corría el rumor de que los resistentes del exterior se demoraban el mayor tiempo posible y lo aprovechaban para pedir continuamente más dinero para comprar armas. Seguro que no dejaban de atrasar el inicio de la revuelta. Para nosotros, cada día perdido suponía centenares de víctimas suplementarias y, también, que se acercara nuestro fin. Para ellos, cada día que pasaba suponía dinero para armarse y más esperanza de ser salvados por el avance de las tropas soviéticas. Pero si hubiéramos esperado a los rusos, la revuelta no se hubiera producido antes de diciembre: en aquel momento comenzamos a oír los disparos de la artillería que se acercaban". (Shlomo Venezia, Sonderkommando)

El mismo dictamen ofrece Raul Hilberg:

"En este punto, quedó completamente claro que las necesidades de los presos judíos divergían drásticamente de los intereses de los no judíos. Las víctimas judías veían poca posibilidad de supervivencia si seguían cumpliendo las órdenes, mientras que los gentiles, temiendo el efecto de las represalias alemanas y esperando la liberación por parte del Ejército Rojo, tenían mucho que perder en un levantamiento". (La destrucción de los judíos europeos)

Un mes antes, en Septiembre, la resistencia dentro del campo, a través de una radio clandestina polaca, había enviado un telegrama al gobierno en el exilio en Londres informando de que las autoridades de las SS planeaban cerrar el campo y asesinar a sus prisioneros (German Places of Extermination in Poland). A petición del gobierno polaco, los gobiernos británico y estadounidense hicieron públicos estos planes. Las autoridades de las SS los aplazaron.

Entre el 20 de agosto y el 26 de diciembre Auschwitz III fue bombardeado por la Fuerza Aérea Aliada. El 2 de agosto se liquida el campo familiar gitano. Perecen en las cámaras de gas cerca de 3.000 gitanos. Y entre el 10 y el 12 de julio, le toca el turno al campo familiar de Theresiendstadt, que contaba con unos 7.000 judíos cuyo fin les espera en las cámaras de gas.

En junio un informe sobre las acciones y el funcionamiento del campo, preparado por varios prisioneros huidos, había llegado a las autoridades aliadas, a Suecia y al Vaticano y es difundido por la BBC y la prensa suiza.

A mediados de mayo se produce el pico de la maquinaria de exterminio con la llegada de los trasportes desde Hungría. Durante mayo y junio se llegó a gasear a 10000 personas al día, sólo entre los judíos húngaros, según los datos que aporta Hilberg. Para afrontar el volumen de producción de cadáveres, el Hauptscharführer Moll dirigió la excavación de 8 o 9 fosas más de 40 metros de largo por 8 de ancho y 2 de profundidad en el patio del Crematorio V. Se reveló como un método de eliminación de cadáveres más barato y eficaz.

El 16 de mayo de se había iniciado la construcción de la vía muerta hasta las cámaras subterráneas, II y III, que facilitaba la llegada de los transportes hasta las puertas mismas de las cámaras. En Mayo la Fuerza Aérea Aliada había tomado fotografías en las que se podían apreciar las cámaras de gas y el humo de los crematorios.

Terminal

Esta cadena en sentido inverso da cuenta del último tramo operativo del mayor centro de exterminio nacionalsocialista. Deliberadamente, se expone aquí, en un ejercicio de reconstrucción histórica, la trama técnica de la maquinaria de destrucción en su periodo de mayor producción de cadáveres, y de su eliminación, y su veloz declive, hasta el abandono de las instalaciones tras el intento frenético por destruir pruebas. Como recuerda Shlomo Venezia:

"Por término medio, todo el proceso de eliminación de un convoy debía durar unas setenta y dos horas. Matarlos era rápido, lo más largo era quemar los cadáveres. Ese era el principal problema de los alemanes: hacer desaparecer los cadáveres".

La eficacia a la hora de resolver los problemas de intendencia se había convertido en el objetivo prioritario. Las disquisiciones sobre el valor de ciertas vidas humanas había sido ya solventado y los automatismos de un Estado diseñado para el genocidio en masa entraron en fase irreversible.

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Un ejercicio como éste, que se remonta más allá de un año antes de la liberación de Auschwitz, ahondaría en los pasos necesarios sin los cuales no hubiera sido posible. Y si la mancha del Holocausto no fuera tan evidente, acaso se podrían sopesar en su justa medida política e histórica, sin atender a lo que vino después, las medidas adoptadas, aceptadas o toleradas. Todas ellas, tomadas de forma aislada, pueden ser vistas de modo menos severo y, por ello, mostrar analogías inquietantes con fenómenos actuales. El Holocausto fue la consecuencia necesaria de una serie de políticas demográficas, administrativas, diplomáticas, militares, policiales y económicas que, consideradas por separado, no tendrían por qué parecer demasiado escandalosas y apenas permitían vislumbrar en toda su dimensión semejante desenlace apocalíptico.

"Los secretarios de Estado (y junto a ellos la burocracia ministerial y el grueso del alto funcionariado) siguieron a Hitler porque estaban subordinados a él debido al concepto de legalidad puramente funcionalista típico de su clase profesional. Cayeron entonces en un estado de parálisis de conciencia y de autoengaño respecto de su responsabilidad, debido igualmente a ese tipo de legalidad, y acabaron actuando del modo habitual como funcionarios en la comisión de evidentes inhumanidades. (…)

Según la idea de legalidad del funcionariado alemán, el poder de Hitler no solo era legal, sino incluso la fuente de toda legalidad positiva." (Carl Schmitt, Respuestas en Nuremberg)

De ahí que la responsabilidad individual pudiera diluirse en el entramado estatal de piezas, funciones, disposiciones, trámites, órdenes, infraestructuras, departamentos, además del ecosistema ideológico y las inercias y presiones sociales, familiares, escolares y profesionales. Esa maquinaria multifuncional desplegada a diferentes ritmos, con fricciones y confluencias, coordinación y desorden, levantaba un espeso velo de opacidad operativa entre las causas necesarias del asesinato en masa y el asesinato mismo.

"Himmler, como Shirach entendió a la perfección, había querido cargar la responsabilidad del asesinato de los judíos —'la responsabilidad de un acto y no de una idea', como él mismo precisaba— sobre el conjunto de los más altos responsables del régimen. Esta era una manera de reforzar la cohesión en la cumbre del Estado y del partido, y pronto del ejército: todos, los que iban a ser informados oficialmente y los que no, habían contribuido, cada uno en su lugar, a ejecutar la política de deportación y de asesinato de judíos. Todos formaban parte de una comunidad de asesinos. Y su salvación estaba en la victoria de Alemania". (Florent Brayard, Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi)

Un mundo sucumbió en Auschwitz. El Hombre, como ideal, como fe y esperanza, pereció allí, en ese innominable pozo sin fondo.

La efervescencia actual de nacionalismos voluntaristas, que ponen la voluntad del líder o del pueblo por encima de la racionalidad objetiva de la ley, la fe acrítica en el progreso y la afirmación de identidades monolíticas de raíz etnicista muestran, con toda la distancia que es preciso poner con respecto a un acontecimiento como el reseñado, lo fácil que es olvidar Auschwitz, hasta qué punto es invisible, por remoto pero cercano, por insoportable, por tentador en su monstruosidad, por humano demasiado humano, en qué medida ese no lugar de la Historia es estéril como ejemplo didáctico, recordatorio histórico y advertencia política si las utopías se envuelven en las luces de neón más atractivas para las sensibilidades de consumo de productos ideológicos mayoritarias hoy día.

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