Reconozco que fue para mí una alegría conocer el pasado día 27 que Pablo Iglesias, líder de Podemos, iba a presentar esa misma tarde un cómic de Lluís Juste de Nin sobre la vida del español Juan Pujol García, alias Garbo, el espía doble que engañó a Hitler sobre el lugar del desembarco aliado en Normandía.
Mi alegría venía motivada por el hecho de presumir que la presencia de Iglesias en aquel acto en la librería Blanquerna, el centro cultural de la Generalidad de Cataluña en Madrid, sería una forma de desagravio de Podemos a la figura de Garbo, después del atropello que el honor de este personaje excepcional había sufrido más de un año antes por parte del Gobierno municipal de Madrid, donde se sienta Podemos en amalgama con otros movimientos.
Recordemos por un instante aquel atropello. El 22 de diciembre de 2015, la entonces concejal de Cultura, Celia Mayer, subió a la tribuna a desgranar las calles y plazas cuyos nombres franquistas se iban a cambiar por la ley de memoria histórica. Cuando le llegó el turno a la plaza de Juan Pujol, en Malasaña, Mayer propinó una colosal patada a la Historia diciendo esto:
Jefe de prensa y de propaganda de la Junta de Burgos de 1936, agente doble que actuó bajo el mandato de la Alemania nazi y el imperio británico, Pujol fue condecorado con la Cruz de Hierro de los nazis y la Orden del Imperio Británico. Se le conocía con el sobrenombre de ‘Garbo’.
La metedura de pata empezó a desbordar todas las redes sociales. Mayer había confundido al espía Garbo, que nunca tuvo calle en Madrid, con otro Juan Pujol, el jefe de propaganda de Franco en la Guerra Civil, al que está dedicada la plaza de Malasaña. Lo más inaudito es que había sido capaz de mezclar las biografías de ambos personajes como si fueran uno solo y quedarse tan pancha.
Con todo, aún me parecía mucho más sorprendente la presencia de Iglesias en un acto sobre Garbo, al tratarse de una figura cuya participación en la Guerra Civil colisiona de manera frontal con lo que, genealógica y políticamente, define al líder de Podemos respecto a la contienda fratricida. Porque la versión épica de la Guerra Civil que hoy airean con entusiasmo los jóvenes dirigentes de la nueva política tiene precisamente en Juan Pujol un desmentido contundente.
Hijo de una familia de la alta burguesía catalana, su padre era un importante empresario del sector textil. Garbo y sus tres hermanos recibieron una educación católica y liberal. Pero esos cimientos del mundo de los Pujol se quebraron en 1936 con el estallido de la Guerra Civil. Con la ausencia del padre, que había muerto dos años antes, la familia sufrió la hostilidad de los revolucionarios que se hicieron con el control de Barcelona. Su madre y su hermana estuvieron detenidas, y a él mismo se le condujo a comisaría por haberse escondido para no ir a filas con el Ejército Popular.
Juan Pujol aseguraría años más tarde que se negó a presentarse a filas porque le "repugnaba" tomar partido en "una lucha fratricida", "no deseaba participar en un enfrentamiento desencadenado por unas pasiones y un odio tan alejados de mis propios ideales", como recuerda el historiador Javier Juárez en su imprescindible biografía del agente doble.
Después de pasar una semana en comisaría, a raíz de su detención, Pujol fue liberado gracias a la ayuda de la organización derechista Socorro Blanco. A partir de entonces vivió escondido durante un año en una casa de esta organización en Barcelona, tiempo en el que llegó a perder veinte kilos y a caer en una gravísima depresión.
Después de vivir un año en la clandestinidad, Pujol logró trabajar en una granja avícola de Sant Joan de les Abadesses, hasta que decidió acogerse a la amnistía decretada el 16 de agosto de 1938 por el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, para los prófugos y desertores, tan grave era la falta de entusiasmo en la zona frentepopulista a la hora de empuñar el fusil. Por eso me sorprendió que en la presentación de Blanquerna se proyectara un documental en el que se aseguraba que Pujol se alistó "voluntario al Ejército republicano". Extraña forma de alistarse "voluntario", cuando la realidad es que, como demuestra la documentación que encontré en el Archivo General Militar de Ávila, el futuro Garbo se acogió a la amnistía para los prófugos por temor a represalias, presentándose a filas el 14 de septiembre, un día antes de que expirara el plazo establecido en el decreto de Negrín.
En Barcelona y sus alrededores se presentaron ante las autoridades más de cuatro mil prófugos y desertores de lo que vino en llamarse la Quinta del Monte, en referencia a que la mayoría habían vivido escondidos en zonas rurales. Pujol, que tenía 26 años, fue destinado a una nueva unidad, la 13ª Brigada Mixta, reorganizada en retaguardia a partir de la XIII Brigada Internacional, disuelta por la repatriación de los voluntarios extranjeros, quienes para entonces sumaban apenas un tercio de sus efectivos, pues sus combatientes eran mayoritariamente reclutas españoles.
Para cubrir la marcha de los internacionales, precisamente, fueron enviados a la 13ª Brigada Mixta centenares de prisioneros de guerra, además de prófugos y desertores de la Quinta del Monte, como era el caso de Pujol. La unidad, una vez reorganizada, regresó al frente del Ebro, al sector de Fayón y La Pobla de Massaluca, el 5 de octubre de 1938, relevando a la 140ª Brigada.
No habían pasado cinco días desde su llegada al frente cuando Garbo se fugó de su unidad para pasarse al bando franquista. Fue en la noche del 10 de octubre, a las siete y media. Le acompañaron otros dos camaradas, Ramón Cortina Callart y Pedro Pascual Ribas.
Un detalle del día anterior a su fuga revela la astucia e inteligencia del futuro espía, así como su innata disposición al doble juego. En la víspera de su deserción, a Pujol no se le ocurrió otra cosa que dirigir una charla de propaganda desde sus posiciones, a voz en grito, a los soldados de las vecinas trincheras franquistas. Sin duda, Garbo pretendía ganarse la confianza de sus mandos y compañeros para no levantar sospechas, haciéndose pasar por un fervoroso republicano.
La charla de Pujol a los franquistas no tiene desperdicio alguno, aunque el resumen que hizo el comisario de su batallón sea casi ininteligible:
Se trató después de la Independencia de España, hablándoles el camarada Juan Pujol, de los últimos incorporados, quien les dijo que cuando se luchaba en tiempos de Fernando VII por la Independencia era también un patriotismo español, pero tratándose de un rey que también era como ellos, no le importaba que murieran los españoles y que ahora luchamos por nuestra Independencia que es la del pueblo que quiere vivir feliz y que cogen dentro de las tareas de nuestro Gobierno de Unión Nacional todos los españoles que quieren acatar sus órdenes.
Las posiciones de la 13ª Brigada quedaban enfrentadas por el oeste a las líneas de la 50ª División franquista. A sus espaldas corría el río Ebro y al norte el Matarraña. Sabemos que la noche de su deserción Juan Pujol logró alcanzar las líneas franquistas, a pesar de que en un instante de desorientación volvió hacia las republicanas, desde donde fue tiroteado.
Según sus propios recuerdos, después tuvo que aguantar la respiración, escondido entre unos arbustos, ante la proximidad de las patrullas que estuvieron buscándolos, extremo confirmado por el parte de deserción. Por fin, optó por quitarse las botas y abandonar las dos granadas de mano con las que se había fugado. Al cabo del tiempo, llegó descalzo hasta las posiciones franquistas, donde le dieron comida y ropa.
Los recuerdos de aquella dura experiencia acompañaron siempre a Juan Pujol, según anotó en un manuscrito:
La verdad es que después, del intento y con los obstáculos que se presentaron, llegué a pensar y sigo pensándolo ahora que de estar de nuevo en la misma encrucijada no volvería a cometer semejante acción. Mi paso a las líneas de los nacionales fue la más complicada, comprometida y majadera actitud con la que me he tropezado en toda mi larga y aventurera vida.
A los tres días de llegar a las filas franquistas, le enviaron preso al campo de concentración de Deusto, del que logró salir gracias al aval de un sacerdote al que su madre había ocultado en su casa de Barcelona. Al poco le llegó la citación para presentarse en un centro de reclutamiento de Burgos. Juan Pujol fue alistado con el grado de alférez en el Ejército franquista por haber hecho el servicio militar. En la ciudad castellana conoció a su novia y futura esposa, Araceli González, y allí vieron el final de la guerra y comenzaron su increíble peripecia, que le llevaría a convertirse en el espía doble más famoso de la Segunda Guerra Mundial, capaz de engañar de tal modo a Hitler con sus informes falsos que éste le impuso la Cruz de Hierro creyéndolo el mejor de sus agentes secretos.
Pujol contó siempre que sentía con orgullo el no haber disparado ni un tiro a favor de ninguno de los dos bandos. Los que le conocieron dicen de él que era un hombre profundamente liberal, como lo había sido su padre, y que rechazó los totalitarismos de uno y otro signo. También aseguran que la experiencia de la guerra de España le había enseñado que el fascismo era igual de intolerable que el comunismo.
A nada de esto aludió Pablo Iglesias en su presentación del cómic sobre Pujol. De hecho, Iglesias sólo citó dos veces el nombre de Garbo, ambas de pasada, sin referirse a su trayectoria ni a sus hazañas. Habló de otros libros, incluso de otros espías, para volver donde suele: la reducción del ayer, hoy y mañana de España a una lucha sin cuartel entre "la casta" y "la gente".
El líder de Podemos eligió no detenerse en la singularidad de Juan Pujol, como si en realidad se tratara del propagandista de Franco con el que le confundió su correligionaria Mayer. Pasó de largo sobre cómo un hijo de la casta oligárquica catalana, de educación católica y liberal, que aborreció tanto del fascismo como del comunismo, y que asistió asqueado tanto a la cruenta sublevación militar como a la sangrienta revolución desatada en Cataluña, fue capaz de jugarse la vida para posibilitar el éxito del Día D y la apertura de un decisivo frente para liberar a Europa del nazismo. Y pasó de largo también ante el extraordinario ejemplo de un gran español que no quiso la guerra civil y eligió pertenecer a la Tercera España, hasta correr el riesgo de desertar en el frente.
Fue precisamente la contienda fratricida la que hizo firme y profunda su convicción de que tenía que luchar contra el poder destructivo del odio y el fanatismo. Desde entonces no hizo otra cosa que poner su vida en juego en ese empeño, aunque esa lección imborrable de este español colosal no merezca para algunos más que un atronador silencio.