Desde su nacimiento en Valladolid en 1527, el príncipe Felipe fue apodado el Heredero del Mundo. Aunque de los estados de su padre, el César Carlos, el Imperio y Austria fueron para su tío Fernando, quedó una inmensa herencia. Después de la muerte de Sebastián I de Portugal en Marruecos, Felipe II fue proclamado en su lugar. Con las nuevas posesiones portuguesas en África y Asia, se hizo realidad la frase de que en el Imperio español no se ponía el sol. Pero su extensión, así como la diversidad de pueblos, intereses, lenguas y leyes, lo hacían difícil de gobernar.
Felipe era el primer príncipe destinado a heredar toda España. Y por eso adoptó como título el de "príncipe de las Españas". Es además constructor del Escorial, que no es sólo panteón de los Austrias y basílica, sino también universidad, biblioteca y centro de administración. Igualmente, fue un gran mecenas de las artes.
Cuando sucede su padre, en 1556, se empeña en conseguir la paz con el gran enemigo de España, Francia, lo que consigue en 1559. Sus planes son enfrentarse a los musulmanes, ordenar la hacienda (tuvo que suspender pagos en 1557), colonizar América y expandir el poder naval. Pero sólo dispuso de unos pocos años.
A finales de los años 60 estallan varios conflictos: la sublevación protestante en los Países Bajos, que se extendió durante 80 años, y la de los moriscos en Granada. A la vez, los turcos seguían avanzando en el Mediterráneo. Felipe logra vencer a los moriscos y a sus aliados, los turcos, en Lepanto. Esta batalla y las campañas posteriores eliminan la amenaza turca. Queda sólo la molesta pero soportable piratería berberisca.
La inglesa Isabel apoyaba a los flamencos y azuzaba a los corsarios contra los convoyes españoles. La operación para desembarcar en Inglaterra, en 1588, fracasó. Pero al año siguiente, la contraarmada de Drake, que atacó La Coruña y Lisboa, fue vencida.
En Flandes se produce un estancamiento militar parecido al de Estados Unidos en Vietnam. Al final de su vida, Felipe trató de salir de los Países Bajos y los cedió a su hija Isabel Clara Eugenia, casada con el archiduque Alberto de Austria.
Castilla, exhausta debido a los impuestos
En sus últimos años, España, sobre todo Castilla, estaba exhausta debido a los impuestos. Las últimas Cortes se atrevieron a enfrentarse al monarca en su política exterior. Y en ella Felipe II escuchó la siguiente opinión de sus vasallos sobre los flamencos:
Pues ellos se quieren perder, que se pierdan.
Aunque la potencia militar y naval seguía siendo inmensa, habían muerto los grandes generales y militares de la generación anterior. Con motivo de la última enfermedad de Felipe II, en 1598, el pueblo castellano se había vuelto tan pesimista sobre su futuro que elaboró esta frase:
Si el Rey no muere, el Reino muere
Felipe fue un ser desgraciado en su vida familiar. Casó cuatro veces y las cuatro vio morir a sus mujeres. Su gran amor, Isabel de Valois, falleció en 1568 y tuvo que volver a casarse, con una sobrina, para engendrar un heredero varón. De sus 8 hijos, le premurieron 6. A su primogénito, Carlos, un loco nacido en 1545, tuvo que detenerle porque quería sublevarse contra él en alianza con los flamencos.
Modelo de virtudes
Como consecuencia de una manera de pensar que identifica al cristiano devoto como un tonto o un pasmado, en el siglo XX se presentó a Felipe II bajo una visión moralista. En esta concepción, el español aparecía como modelo de virtudes atacado por enemigos traicioneros y conspiradores.
Sin embargo, Felipe II hizo crecer hasta un punto entonces nunca visto los servicios secretos españoles. Una de sus primeras decisiones fue cambiar la cifra usada bajo su padre.
El monarca era tan consciente del poder de la información y tanto le gustaba el mundo del secreto que en ocasiones cifraba y descifraba él mismo mensajes secretos. A veces le ayudaba su hija más querida, la infanta Isabel Clara Eugenia. Entre sus consejos a su hermanastro Juan de Austria para la campaña contra los turcos, también le explicaba cómo tratar con los espías.
Algunos embajadores filipinos no sólo sobornaban a cortesanos extranjeros, sino que montaban conspiraciones. Eso hizo Bernardino de Mendoza en Londres, hasta que Isabel I le expulsó. El mismo embajador convirtió su casa en París en un centro de espionaje a favor de España y de los católicos europeos.
Los embajadores de Felipe en la Santa Sede también trataban de ayudar al Espíritu Santo a escoger un Papa que apoyase la labor de su señor. El catalán Luis Requesens censuró a Pío IV que no apoyara con más entusiasmo a Felipe II con el argumento de que le debía su elección en el cónclave de 1559. El Papa respondió que su nombramiento era la voluntad de Dios. Y Requesens le contestó que Felipe II era el instrumento del que se había servido Dios para cumplir su voluntad.