Al estallar la Gran Guerra, el imperio austro-húngaro era el Estado más extenso de Europa, sólo superado por Rusia, con 600.000 kilómetros cuadrados. El principio de autodeterminación promovido por el insensato Woodrow Wilson y el odio de Francia a la Casa de Habsburgo (grabado en su alma desde el siglo XVI) encarnado en George Clemenceau destruyeron ese edificio político y parieron cuatro nuevos Estados. Austria, amputada incluso de regiones donde los germanos era mayoría (los Sudetes), quedó reducida a 80.000 kilómetros cuadrados y se le prohibió su unión con Alemania, contradiciendo el proclamado derecho de autodeterminación de los pueblos.
Se dice que cuando le preguntaron al primer ministro francés, el radical y masón Clemenceau qué iba a ser la nueva Austria respondió displicente: "Lo que quede". De esta manera, los vencedores de la Gran Guerra crearon una taracea de países inviables y una caldera de odios que contribuyeron a agravar la crisis de 1929-30 y la inestabilidad política. Menos de veinte años después de la firma de los tratados de paz, estalló otra guerra en Europa.
En los años 30, en Austria, sobre todo en Viena, se enfrentaron los socialistas, los nacionalsocialistas y los socialcristianos a tiro limpio. Una coalición conservadora, encabezada por Engelbert Dollfuss, se hizo con el poder en el parlamento y desarmó a las milicias socialistas, que habían convertido barrios obreros de Viena en fortines. Los nazis asesinaron a Dollfuss en 1934. Entonces, el duce italiano, Benito Mussolini protegió a Austria de la anexión alemana. En los años siguientes, se construyó un régimen corporativo católico, que se derrumbó ante los ataques nazis. En marzo de 1938, Hitler entró en Austria pacíficamente y la incorporó al III Reich.
El 'sociomonarca' Bruno Kreisky
Pese a que los Aliados consideraron a Austria la primera víctima del nacionalsocialismo, la ocuparon hasta 1955. En la posguerra la política y la sociedad se organizaron de manera idéntica a la Alemania Federal: un partido socialdemócrata (SPO), otro democristiano (OVP) y uno de nombre liberal (FPO), aunque se condenó a Austria a una neutralidad similar a la de Finlandia: no podía ser miembro de ninguna de las grandes alianzas militares ni económicas. El FPO, Partido de la Libertad, atrajo a antiguos nazis, a partidarios de la unión con Alemania, a jóvenes y, en general, a quienes no querían ser ni negros (democristianos) ni rojos (socialistas). Su primer presidente fue Anton Reinthaller, ex miembro de las SS.
Al igual que en su vecina mayor, Alemania, en Austria en los 50 y 60 gobernaron los democristianos, hasta que en 1970 fue nombrado canciller el socialista Bruno Kreisky (1970-1983), uno de los protectores de Felipe González en la Internacional Socialista. Comenzó así una era socialista que se prolongó hasta 2000.
En esos años Austria se convirtió en un anticipo de lo que está siendo Europa entera bajo el consenso socialdemócrata: un país sin relevancia internacional, sin influencia militar o industrial; dedicado a vivir del turismo y de su historia (festivales de música, Sissi, Mozart…); en declive demográfico; que sangra a impuestos a la clase media para sostener el Estado de bienestar; una partitocracia repartiéndose la Administración y el Presupuesto; y un sistema de medios de comunicación subvencionado que defiende lo políticamente correcto con anatemas.
Thomas Bernhard (En busca de la verdad) definió así a Kriesky en 1981:
...un anciano sociomonarca obstinado, ya gastado más de la cuenta, hace mucho hundido en el ridículo, que se ahoga en sus propios gruñidos, en otro tiempo un caballero bandido sin dientes, rojo, que, decolorándose durante decenios hasta quedar irreconocible con tantos lavados, se merece que, aunque con cuidado peros sin considerar falsas pérdidas, se les barra del trono.
Dos partidos rivales siempre aliados
El hartazgo de los austriacos con este sistema paralizante, bloqueado y corrupto lo rentabilizó Jorg Haider, que se apoderó del Partido de la Libertad en 1986, hasta entonces reducido a poco más de un 5 por ciento a nivel nacional, y lo convirtió en una formación de extrema derecha, antieuropeísta y populista. En seguida empezó a quitar votos a los otros dos grandes partidos, hasta el punto de que los populares del OVP tuvieron que aliarse con él en el gobierno federal. En la región de Carintia, Haider era gobernador gracias a los socialistas. En un proceso que se ha repetido en el FN francés, los moderados echaron al exaltado. Haider formó un nuevo partido en 2005 y se mató en accidente de coche en 2008. En la actualidad, el FPO está muy lejos de sus orígenes. En palabras de Hermann Tertsch en Twitter: "Ni su gente ni sus propuestas tienen nada que ver con el nazismo".
Desde 2007, regresó la gran coalición entre el SPO y el OVP: los dos cancilleres y el presidente federal han sido socialdemócratas elegidos con el respaldo democristiano. Desde entonces, en las elecciones aparecía el FPO con un 20 por ciento de los votantes, más o menos, y alimentado por los escándalos de corrupción, pero los dos partidos bien vistos por la prensa progresista pactaban entre ellos y así se iba tirando. Además, empezaron a aparecer nuevos partidos en el sistema político, como los Verdes y el Team Stronach. En las elecciones federales de 2013, entraron en el Parlamento seis partidos y los dos veteranos socios mantuvieron su condición de más votados, pero ya sólo con un 50 por ciento del voto.
Por fin se ha cumplido el diagnóstico que Berndhard le escribió al socialdemócrata Franz Vranitzky en 1985, entonces ministro de Economía y luego canciller entre 1986 y 1997.
El señor Vranitzky utiliza para sus fines un método conocido y acreditado de menosprecio: afirma que yo estoy contra Austria y contra los austriacos, pero como es natural no estoy contra Austria ni contra los austriacos, sino, como millones conmigo, preocupado por este país, en contra del gobierno austriaco actual y en contra del Estado dirigido por el actual gobierno austriaco. Sin embargo, ministros como el ministro Vranitzky jamás han tenido la capacidad de distinguir cuando les ha convenido en su mentalidad de hacer carrera de una forma totalmente oportunista.
En octubre pasado, en las elecciones municipales en "Viena la Roja", el candidato del FPO, Heinz Christian Strache, dio un susto al superar el 30 por ciento de los votos y acercarse al alcalde gobernante, un viejo socialdemócrata, que quedó en el 39 por ciento. ¿Qué cambió en estos últimos meses para que el Partido por la Libertad pegase semejante salto? En contradicción con la interpretación materialista imperante en la izquierda y la derecha, no es la pobreza, ya que en Austria hay una tasa de paro inferior al 6 por ciento y la renta per cápita se acerca a los 40.000 euros. La novedad, convertida en factor electoral, es la irrupción de docenas de miles de árabes, pakistaníes y africanos que penetran en Europa por Turquía y Grecia y atraviesan Austria camino de Alemania o Suecia, vulnerando las leyes nacionales y las directivas comunitarias.
Faymann da la razón al FPO
Al principio de la crisis de los llamados refugiados, en verano, el canciller Werner Faymann, socialdemócrata, se alineó con Angela Merkel, democristiana (ambos políticos gobernaban en coalición con el partido aparentemente rival), en el ataque a quienes se oponían a la apertura de fronteras, como el primer ministro húngaro, Viktor Orban. Meses después, la testaruda realidad persuadió a Faymann para empezar a levantar vallas en sus fronteras del sur, con Eslovenia y con Italia. El Gobierno roji-negro daba la razón al FPO. Por tanto, no debe de sorprender la victoria del candidato Hofer.
Una de las consecuencias del resultado de la primera vuelta es que se ha cobrado la cabeza de Faymann. El buenismo de éste acabó provocando su dimisión el 9 de mayo de sus dos puestos: el de canciller y el de presidente del SPO. Un buen presagio para Hofer.
Si a la segunda vuelta hubiera pasado, junto con Hofer, la expresidenta del Tribunal Supremo, Irmgard Griss, ésta quizás habría podido reunir todo el voto contrario al FPO, de izquierdas, derechas y centro, como ocurrió en las elecciones presidenciales de Francia en 2002, cuando la izquierda tuvo que votar a Jacques Chirac contra Jean Marie Le Pen. Pero como el rival es un ecologista, funcionario, que se presentó al margen del Partido Verde y que se opone a los límites a la recepción de refugiados o inmigrantes, es muy posible que un porcentaje de los ciudadanos austriacos que quieren el control de las fronteras nacionales y de quienes entran en su país prefieran a Hofer, digan lo que digan las cúpulas socialdemócrata y democristiana absolutamente desprestigiadas.
Pero la pregunta más interesante para los europeos no es quién será presidente federal de la pequeña Austria. Las elecciones austriacas demuestran que en Europa el apoyo de la socialdemocracia (tanto la declarada como la camuflada, al estilo del PP y la CDU) a la recepción de oleadas de inmigrantes está hundiéndola en todos los países. El SPD alemán, hasta los años 70 el mayor partido de masas de Europa Occidental, ha caído en las encuestas al 20 por ciento en intención de voto.
Ante esta realidad, los partidos socialistas europeos ¿van a mantener su política fracasada y rechazada por sus pueblos de integración a machamartillo de millones de musulmanes? Porque de seguir así, su desaparición es cuestión de unos pocos años.