Sólo unos pocos meses antes del ataque japonés a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), el Gobierno de Estados Unidos pensó en organizar un servicio de inteligencia similar al que tenían los británicos o los alemanes. El presidente Roosevelt aprobó la fundación de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) en junio de 1942 y encargó su dirección a su amigo el general William Donovan.
La OSS introdujo espías y saboteadores en la España franquista; en Málaga una célula fue desarticulada por la Policía en el verano de 1943; también adiestró en Francia en 1944 y 1945 a gudaris para una futura campaña de "liberación" de España. La agencia, que tuvo que competir con el FBI y los servicios del Ejército y la Marina, la disolvió el presidente Harry Truman en septiembre de 1945. Pero la Guerra Fría llevó a que EEUU reforzase las labores de inteligencia y en 1947 se fundó la CIA.
La primera operación que sepamos realizó la CIA en España ocurrió en 1956, cuando el régimen franquista había conseguido la anulación por la ONU de la recomendación de la retirada de embajadores (1950), la firma del concordato con el Vaticano y los acuerdos con EEUU (1953) y el ingreso en la ONU (1955). Eran los años en que EEUU se convirtió en el más poderoso aliado de España.
A por los 'niños de Rusia'
La muerte de Stalin en 1953 dio la oportunidad a los españoles que vivían en Rusia como ciudadanos o prisioneros de regresar a su patria. En abril de 1954 atracó en Barcelona el buque Semíramis con los prisioneros de la División de Azul y a partir de 1956 lo hicieron los quienes, siendo niños, habían sido enviados a la URSS con la excusa de salvarles de los peligros de la guerra civil. Estos últimos, que habían tenido que presionar en la oficina del PCE en Moscú para obtener el permiso, volvían casi veinte años después, ya convertidos en adultos, y con una profesión y una experiencia. De pronto, en España se presentaron casi 2.000 habitantes de la hermética superpotencia. ¿Cuántos de ellos podrían ser espías?
Joaquín Bardavío, que reveló esta operación (Servicios secretos, en colaboración con Pilar Cernuda y Fernando Jáuregui, y El reino de Franco), escribe que:
La CIA tenía un extraordinario interés en controlar esas oleadas de repatriados, y colaboró muy activamente en la criba de tan potencial número de espías y ayudar a establecer unos filtros que permitieran en lo posible tamizar a esos grupos
El primer barco fue el Crimea, que atracó el 28 de septiembre en Castellón. Las autoridades españolas montaron una Delegación de Repatriados de Rusia, en la calle de Orense de Madrid, y cuyo delegado era el coronel Teodoro Palacios, el embajador en el infierno. Al frente de la inteligencia estaba el teniente coronel Ricardo Arozarena, uno de los oficiales del Alto Estado Mayor dedicados a este asunto, y contaba con la colaboración de la Dirección General de Seguridad nacional y la CIA, cuyos agentes "corrieron prácticamente con todos los gastos, incluido el de papelería".
Según citan Bardavío y sus compañeros, entre 367 interrogados, los investigadores encontraron 5 agentes confesos, 18 agentes seguros aunque no confesos, 52 agentes probables y 34 peligrosos por sus conocimientos de radio. Como los repatriados (sin contar sus esposas rusas) fueron 1.919, "habría que multiplicar por cinco las conclusiones finales de agentes probables o seguros".
Los españoles preguntaban a sus compatriotas, anotaban las respuestas y las pasaban a los estadounidenses. Algunas de las preguntas buscaban averiguar si la persona sabía usar una radio, lo que le convertía en candidato a espía, y luego se le seguía interrogando.
En 1962, la Comisaría General de Información tenía controlados a unos 180 repatriados, con diferente grado de intensidad.
¡Sólo una hora para comer!
Aparte de proteger sus bases en España (Rota, Morón de la Frontera, Torrejón de Ardoz y Zaragoza), la CIA quería informaciones de la URSS, pero los comunistas, al saber que los españoles iban a ser repatriados, les habían retirado de las fábricas y los destinos de importancia estratégica, por lo que los datos aportados fueron algo atrasados.
Los norteamericanos dejaron apabullados a los españoles no sólo por sus horarios (¡una hora para almorzar y a casa a las cinco de la tarde!), sino por su minuciosidad y preparación. Sus preguntas eran del estilo del color de los pases en alguna fábrica para conocer la acreditación del operario.
La mayoría de los repatriados había venido de buena fe a España, pero el tiempo, la separación familiar, la ideología inculcada y su alta formación profesional que les dificultaba encontrar empleo, les causaron desencanto y llevaron a 281 de ellos (junto con 104 esposas rusas) a regresar a la URSS. Algunos de estos últimos dieron charlas en la radio contra la España franquista, indicio de que su intención era ser propagandistas soviéticos.
Los británicos se entrometen
Otros servicios de información también quisieron interrogar a los españoles. El MI6 británico recurrió a uno de sus agentes en España, Arthur P. Dyer, muy bien relacionado con los peneuvistas. Éste contactó con un conductor de camiones que había trabajado en una fábrica de cohetes y desde Londres mandaron varios expertos para seguir las pesquisas.
Incluso trajeron botellas con diversos combustibles para darlos a oler a quienes trabajado en fábricas de cohetes y motores y así tratar de descifrar qué tipo de propulsión o motores se fabricaban tras el telón de acero.
El MI6 compartió parte de sus descubrimientos con sus primos, pero la CIA, que quería el pastel para ella sola, dio el soplo a la Policía española y el repatriado fue detenido.
Una de las consecuencias de esta operación conjunta fue mostrar al Alto Estado Mayor y la Policía la importancia de la información exterior. Hasta entonces, los servicios de seguridad españoles se dedicaban a espiar a los conspiradores contra el Gobierno de turno, fuese éste monárquico, republicano o franquista.