Los propios frentepopulistas en los años posteriores a la guerra y sus publicistas actuales sostienen que los sublevados vencieron gracias a la ayuda de Hitler, Mussolini y los moros. Esta mentira, como otras muchas que conocemos, intenta ocultar la responsabilidad de las izquierdas en su derrota. Una de las conductas que condujeron a ésta fue la dedicación de las aguerridas milicias socialistas, comunistas y anarquistas en los primeros meses de la guerra al aniquilamiento del enemigo de clase, desde la anciana viuda de un conde a un seminarista de dieciséis años, mientras las columnas de los nacionales se agotaban y desangraban corriendo hacia San Sebastián, Oviedo, Córdoba, Huelva, Zaragoza, Badajoz, Granada o Madrid.
Desde 1890, en la calle Sagasti empezó a levantarse un pequeño convento de la orden de clausura femenina de la Inmaculada Concepción, fundada por la portuguesa Beatriz de Silva en 1489. La vida de esa comunidad fue muy humilde, pues tenía que pagar la construcción de edificio.
El 19 de julio de 1936, las 15 monjas de la comunidad dejaron su convento y se trasladaron a un cercano piso en la calle de Francisco Silvela número 19 que era propiedad de unos benefactores de la orden.
La abadesa, sor María del Carmen (Isabel Lacaba), envió a cinco de sus hermanas con sus familias y así quedaron 10 instaladas en unas condiciones muy precarias: sin alimentos, con miedo, desorientadas, temiendo a los chivatos…
El 8 de noviembre, los nacionales, que estaban cercando Madrid, realizaron un bombardeo a causa del cual murieron varias personas. Como represalia, las milicias izquierdistas de la ciudad apresaron y asesinaron a ciudadanos indefensos. En el piso donde se cobijaban las monjas se presentaron nueve milicianos armados en tres coches. Sacaron por la fuerza a las 10 mujeres. Entre ellas estaba sor María de la Asunción (Asunción Monedero), casi paralítica debido a un reuma progresivo.
Para no tener que cargar con ella, los luchadores por la democracia estuvieron a punto de tirarla por la escalera. El portero de la casa lo impidió al bajarla por el ascensor. La abadesa abrazó a la hija del portero, que entonces era una niña, y le dejó en la mano 150 pesetas, que era todo el capital de que disponía la comunidad. Las metieron en los coches y desaparecieron.
José de Ezpeleta, uno de los principales investigadores de la represión roja en la provincia de Madrid, sospecha, porque no existen documentos ni testimonios, que tan peligrosas enemigas de la revolución proletaria fueron fusiladas inmediatamente por las valerosas mesnadas de la República, "en el antiguo cruce de la carretera de Aragón (hoy carretera de Barcelona) con la antigua carretera de la Alameda de Osuna, por la fecha y por cómo operaban los miembros del comité de Ventas".
Ya en la paz, el Ayuntamiento renombró la calle de Sagasti como de Las Mártires Concepcionistas en recuerdo a estas mujeres indefensas: Isabel Lacaba, Petra Peirós Benito, Asunción Monedero, Manuela Prensa Cano, Balbina Rodríguez Higuera, Beatriz García Villa, Ascensión Rodríguez Higuera, Juana Ochotorena Arniz, Basilia Díaz Recio y Clotilde Campos Urdiales.
Los adalides de la memoria histórica afirman que el régimen del 18 de Julio desenterró a todos sus muertos y por ello exigen al Estado actual reciprocidad. Este caso es un ejemplo de que no fue así. Muchas víctimas del Frente Popular y del Gobierno republicano siguen en la categoría de desaparecidos. Si el Ayuntamiento de Madrid quitase a estas mártires su calle, la última huella de su paso por este mundo se borraría.