Si por algo destaca La llamada de lo salvaje, adaptación del relato corto del autor de Colmillo Blanco, Jack London, es por su sincera apuesta por un clasicismo sin remordimientos ni revisionismo alguno. Elaborada al margen totalmente de la agenda ecologista o cualquier otra presunción política interesada, la película dirigida por Chris Sanders (uno de los codirectores de Cómo entrenar a tu dragón) es, precisamente por eso, un relato aventurero y humano eterno, actual, capaz de aplicar la última tecnología a Buck, el perro protagonista, y a la vez ahondar en nociones profundas y filosóficas sobre la Naturaleza con la levedad de un relato de héroe… de héroe perruno.
Desgraciadamente, vivimos tiempos en los que la prensa (de manera inexplicable) y público (bastante menos, a tenor del escaso éxito comercial) prefiere aclamar naderías como Aves de Presa, lo que sitúa La llamada de lo salvaje en la órbita de lo peligrosamente demodé. Una pena, pues la aventura que coprotagoniza Harrison Ford combina la última tecnología en el retrato del can, una decisión creativa destinada a no arrojar una antigualla fílmica a las pantallas sino más bien una película que trata siempre de compaginar la ya inevitable textura digital con la realidad palpable, y una que en todo caso Sanders sabe llevarse a su terreno vistual, con un tono sincero y carente de guiños (que no de humor) que obliga al espectador a, como el Indiana Jones que interpretó el propio actor, dar un salto de fe para introducirse en la historia a través del doble punto de vista de Buck y John. La película, al fin y al cabo, es el viaje hacia lo desconocido de dos almas quizá no gemelas, pero sí definitivamente complementarias y afines en su búsqueda de lo desconocido, aunque ello suponga un camino sin retorno.
Sanders, director de películas de animación Los Croods o Lilo & Stitch, sabe obtener un plus de expresividad de este Buck digital enfatizando sutilmente el dinamismo de la imagen sin tergiversar demasiado su realismo, pero sobre todo, construyendo desde el minuto uno un personaje a la medida del perro, un ser que desborda emoción por la vida antes de erigirse en puro símbolo. Si el público consigue aceptar esta decisión creativa en lo visual, todo el trabajo está ya hecho: La llamada de lo salvaje es un viaje del héroe convencional pero bien narrado, reconocible, adornado por la voz en off de un Harrison Ford que aparece aquí más entregado a la causa que en anteriores ocasiones. La gravedad y carisma que el actor imprime a su John Thornton ayuda a atribuir sentimientos y cualidades casi humanas a su compañero (invisible) de reparto, a aceptar sin problemas que Buck, el perro, pese a su camino de aprendizaje narrado en el film, sabe algo que tú no sabes, y que en algún momento ese detalle supondrá la diferencia entre la vida y la muerte.
La llamada de lo salvaje está por eso mismo adornada por momentos sutiles y conmovedores, tanto cortesía de Ford como de la criatura digital que es Buck, que remiten a cierto tipo de producciones muy, muy del pasado de Walt Disney, estudio encargado de su distribución pero no de su producción: cuando éste comprende el valor de las cartas (justo antes de ese momento en el que Thornton revela un aspecto clave de su pasado), o cuando observa su propia huella canina en el suelo… Puede que estemos ante una película menor, pero ojalá todas las películas "de etiqueta negra" tuvieran tanto sentimiento y sentido del espectáculo dentro como La llamada de lo salvaje.