El mismo John Landis reconoce que hace tiempo que es un cineasta de otra época. Algo que no deja de provocar cierto vértigo, el del inevitable paso del tiempo que afecta también a la producción cinematográfica. Porque hace no demasiado tiempo, la particular mezcla de elementos del cine de Landis, visible en películas como Granujas a todo ritmo (1980), Desmadre a la americana (1978) o El príncipe de Zamunda (1988), era lo más, y no solo resultó visionaria sino también incuestionablemente exitosa. También y en cierto modo -lo certifican las reacciones encontradas que sigue generando Landis- a la fuerza un punto personal, algo que seguramente compartirán los fans del cine popular de los ochenta y que se extiende a otros trabajos suyos: me refiero a videoclips como Thriller, de Michael Jackson, que él ideó a modo de homenaje a esos monstruos clásicos que tanta importancia han tenido en su carrera y ayudó a configurar la industria del vídeo musical, o la serie Sigue Soñando, el primer Emmy para la ahora prestigiosa HBO.
El realizador norteamericano estuvo en España con motivo del 35 aniversario del estreno en España de su película Un hombre lobo americano en Londres, un homenaje que tuvo lugar en el seno del Festival de Cine Fantástico Nocturna y en el que también se presentó el libro John Landis. Un hombre lobo en Hollywood (Gerardo Santos Bocero, Diábolo Ediciones) en el que se hace un repaso a la totalidad de su obra. En su intervención, el propio Landis dio testimonio en los grandes cambios en una industria que ya daba sus primeros síntomas de muerte a finales de los setenta y los ochenta, cuando cineastas como él o Steven Spielberg daban sus primeros pasos en Hollywood. Un momento de transición que Landis vivió como testigo activo y excepcional gracias al tremendo éxito de taquilla de una importante parte de su filmografía.
Debido a sus particularidades, que quizá no podríamos llamar rasgos de autor pero que desde luego le dan a su cine un carácter entre indómito y gamberro, Landis se convirtió en heredero del testigo de muchos ídolos de la comedia muda así como uno de los creadores de la parodia cinematográfica. Del sentido del absurdo y la gran cantidad de destrozos urbanos de sus filmes (la persecución final de los Blues Brothers, uno de sus grandes iconos pop), así como la buena factura de sus películas (él mismo reconoce que sus filmes tienden a lucir demasiado bien), por supuesto su gusto por los guiños y los cameos (¿qué significan "See you next wednesday" o "pregunta por Babs", dos constantes de sus películas?) pasa revista Santos Boncero en su entretenido libro, como también de todas las contrariedades de su vida y obra, afortunadamente sin cargar demasiado las tintas en arrebatos nostálgicos y otros recursos fáciles.
Una adecuada y amena reivindicación de un realizador adscrito a la comedia en su variante más popular, por mucho que esto merezca puntualizaciones. Y es que sus diferentes interpolaciones han llevado a considerarlo un cineasta del género fantástico, algo que no deja de generarle incredulidad al director incluso treinta años después: "Me gusta el género fantástico, pero he hecho comedias y musicales, incluso westerns, pero no tanto terror", dijo Landis en su rueda de prensa en Madrid, donde recordó su pasado como especialista en decenas de spaghetti western filmados en Almería: "De España recuerdo lo terrorífica que era la Guardia Civil, con el tricornio y la capa", dijo con humor.
En efecto, sólo dos trabajos en ese género, su trascendental visión licántropa (recorrida, de todas formas, por un brutal humor negro, pero famosa por una de las secuencias de terror más famosas de la historia del cine: la transformación de su protagonista, David Naughton, en una bestia al son de "Blue Moon" de The Marcels) y su aportación a la serie Masters of Horror ("Familia" y "Salvaje Instinto Animal"), y quizá el thriller vampírico Sangre Fresca (1992). Por no mencionar el videoclip de Michael Jackson, quizá su trabajo más verdaderamente influyente y el más decididamente exitoso. Aunque ese aliento fantástico esté presente en casi toda su obra mucho más que en aportaciones teóricamente más puras de otros realizadores. Un rasgo visible incluso en uno de sus grandes fracasos, el thriller Cuando cae la noche (1985), protagonizado por un insomne Jeff Goldblum y Michelle Pfeiffer y recorrido por un tono irreal que navega entre la pesadilla y el sueño; o la serie televisiva Sigue soñando, en la que la acción se interrumpía con escenas de cine clásico que ilustraban los pensamientos de su protagonista.
Quizá el secreto esté en su particular mezcla entre comedia y absurdo, un terreno que deja la puerta abierta a interpretaciones de género y cambios de tercio capaces de sorprender incluso al crítico más avezado. Tal y como subraya Santos Bocero en el volumen, si su hombre lobo era una tragicomedia de horror con largas secciones oníricas, comedias como Made in USA también hacían un uso grotesco y sorprendente de la violencia (por no mencionar un gusto por los desnudos que da sopas con onda a una temporada entera de Juego de Tronos). Landis, pionero también en las películas de parodias y episodios (la propia Made in Usa contenía un largo segmento paródico de Operación Dragón de Bruce Lee), también ha practicado sin embargo la comedia clásica (Entre pillos anda el juego, 1983), el musical (Granujas a todo ritmo, 1980), la parodia de géneros típicos de la época (Espías como nosotros (1985) y definitivamente se ha subido al carro de ese Hollywood que tanto critica, con la fallida secuela Superdetective en Hollywood III (1994).
Todo estuvo a punto de cambiar en la madrugada del viernes 23 de julio de 1982, fecha del accidente durante el rodaje de En los límites de la realidad (The Twilight Zone) que segó la vida del actor Vic Morrow y dos niños, que perecieron bajo las aspas de un helicóptero. El libro de Diábolo Ediciones dedica todo un capítulo al suceso y saca el conveniente partido de él, una tragedia que sin duda persiguió al director el resto de su carrera. Aunque, lejos del tópico admitido, en absoluto acabó con ella: Landis obtuvo sus mayores éxitos de taquilla después y si su carrera acabó, fue por la evolución del mercado, la industria y el propio Landis, ya cansado de combatir con unos estudios que cambiaron de arriba a abajo su secuela Blues Brothers 2000 (1998).
Todo ello aparece en John Landis. Un hombre lobo en Hollywood, donde Bocero repasa en orden cronológico la filmografía del director y también su importancia en el género de la comedia, el videoclip y la televisión. Tal y como asegura David Cronenberg, pese a las radicales diferencias otro puntal del género en esa época, Landis es un cineasta de género... por mucho que no se sepa demasiado bien cual sea éste. Como Joe Dante, Mick Garris y otros muchos realizadores de su década, fue testigo de los giros de la industria y, al menos en su caso, casi todo el tiempo con un explosivo éxito de taquilla.