Fue Lina Morgan la última gran estrella, y empresaria, del género revisteril en el que no tuvo competencia alguna desde que formó compañía propia a partir de 1975. Y creó un personaje que repetiría desde entonces en casi todos sus espectáculos: el de la pobre chica pueblerina, torpe, patizamba, que llega a la capital y acaba siendo una especie de angelote caído del cielo. Utilizaba un surtido número de recursos gestuales, bizqueando, moviendo el cuerpo como si estuviera posesa, medio coja, entre las carcajadas de su clientela.
Puede que ese cliché interpretativo lo introdujera por vez primera en un escenario cuando era una simple chica de conjunto en la compañía de revistas de José Muñoz Román en 1958. Cantó el popular chotis "Pichi", que Celia Gámez había estrenado en la revista musical "Las Leandras" en 1931. Vestida de chulapo, fingiendo ser un chulillo de barrio, venía a representar un tipo chaplinesco, pero más nuestro, de andar por casa.
Se llamaba María de los Ángeles López Segovia, nacida en Madrid el 20 de marzo de 1937, hija de un modesto sastre cortador y un ama de casa. Comenzó a trabajar en el teatro con trece años, cantando y bailando, enrolada en una compañía denominada "Los Chavalillos de España". Un día me dijo que se autodefinía como si fuera un patito feo. Con un metro y sesenta y un centímetros de estatura siempre tuvo claro que nunca podría competir con las esculturales bellezas que aparecían en las revistas musicales, por eso, con su desmedida afición a las candilejas, y desde luego muy ambiciosa, se las arregló como pudo para mostrarse en escena con simpatía y desparpajo.
Trabajó en compañías con los más grandes cómicos del género: Manolo Gómez Bur, Quique Camoiras, Adrián Ortega, Ángel de Andrés, Gila, Tony Leblanc, Antonio Garisa, Antonio Casal… Y es a partir de 1965 cuando formó pareja con Juanito Navarro, tras un ocasional dueto que hicieron parodiando la sensiblera canción "Di, papá", aquel éxito de José Guardiola. Tal éxito tuvo la pareja que se mantuvo artísticamente unida hasta 1972. Estrenaron una decena de espectáculos. Según me confirmó en su día el propio Juanito, ella quería volar por su cuenta, en pos de más popularidad… y más dinero. Quien hasta 1956 aparecía en las carteleras con su nombre y primer apellido, comenzó a ser conocida ya como Lina Morgan.
El gran empresario de revistas Matías Colsada, que la contrató primero como segunda "vedette", le había instado a buscarse un nombre artístico y, de acuerdo con su hermano José Luis (que sería gerente de su compañía hasta su temprana muerte en 1995) acortaron su nombre de pila y pasó a ser Lina, siendo su nuevo falso apellido Morgan, porque era el de una banca americana que sonaba a muchos billetes. Entre los años 60 y 70 tomó parte en buen número de espectáculos revisteriles. Rompió con Matías Colsada en 1972 y se asoció con Tomás Zorí y Fernando Santos, con quienes estuvo un par de temporadas.
Luego ya, a partir de 1975 como dijimos es cuando comienza el boom de Lina Morgan, al frente de su propia compañía, que mantuvo hasta 1993, consolidándose como la cómica más querida de los españoles. Y ganando dinero a espuertas, con sus revistas Pura metalúrgica, La Marina te llama, Casto ella, casto él, ¡Vaya par de gemelas!, ¡Sí, al amor!", Celeste no es un color y El último tranvía. En el cine, donde se inició en 1961 a partir de Vampiresas 1930, intervino en veinticinco películas, destacando como protagonista, entre otras, de Soltera y madre en la vida, La graduada, Dos chicas de revista y sobre todo Una pareja distinta que, aunque no fuera taquillera, resultó la más lograda de sus interpretaciones en la pantalla, al lado de López Vázquez.
En televisión, donde debutó en 1963 en Gran Parada, apareció en varios "Estudio 1" (La chica del gato, La tonta del bote) y a partir de los años 90 destacaría en varias series de gran audiencia (Compuesta y sin novio, Hostal Royal Manzanares, ¿Se puede?). Sus últimos trabajos fueron precisamente en la pequeña pantalla, en tiempos más recientes, aunque prácticamente llevaba retirada desde finales del pasado siglo. Ganó muchísimo dinero. Pero nunca hizo ostentación de ello. Sin duda recordando que, en su primera época, tuvo que dormir en pensiones de mala muerte, embutida en su abrigo y con los calcetines puestos. Y, fíjense: en 1978 logró, de acuerdo con su querido hermano José Luis, el sueño de su vida: comprarle a Matías Colsada el madrileño teatro de La Latina (cercano a la calle de don Pedro, donde ella vino al mundo), quien le dio toda clase de facilidades. Claro que el precio fue elevadísimo. Según mis fuentes, ciento diecisiete millones de pesetas; según el estudioso de la revista musical Juan José Montijano Ruiz, once millones más. Lina lo vendió a dos empresarios hace cuatro años.
La vida privada de Lina Morgan casi fue un misterio. Mujer independiente, vivía sólo para su trabajo y no quiso que sus relaciones sentimentales perjudicaran su carrera, amén de que siempre las mantuvo con absoluta discreción. Tras un roneo adolescente con Manolo Zarzo, tuvo años después su primer novio formal, José Luis, hijo de una adinerada familia dedicada a los electrodomésticos cuyos padres se opusieron a la boda porque la novia era "una corista sin nombre y sin dinero". Posteriormente trataron de conquistarla el hijo de un afamado tenor catalán llamado Emilio, que estaba casado; un futbolista internacional rojiblanco, que la dejó plantada para casarse con otra; un conocido apoderado y empresario taurino ligado a quienes representaban a Paco Camino; un mañico llamado Martín que medio se arruinó siguiéndola… Su última pasión fue un productor de cine, cuyas iniciales eran J.E., que entre otras cosas le regaló un abrigo de pieles valorado en tres millones de pesetas y un lujoso automóvil. Al decir de quien conoció bien esa relación "ella le hizo mucho sufrir" y no accedió a la convivencia en común. Él estaba casado. Y Lina Morgan dejó escapar ese otro "último tranvía" para quedarse definitivamente soltera.
Mujer de gran corazón, que ayudaba en silencio a gentes necesitadas. Querida por millones de personas. Con muchos conocidos que se decían sus amigos, cuando ella los sabía pocos y muy seleccionados, sin querer que la visitaran en esos últimos meses como había dispuesto a las dos únicas personas a su servicio y de total confianza, quienes cumplieron a rajatabla el último deseo de la actriz. La más grande en su especialidad.