Se cumple el centenario del nacimiento de Orson Welles, que vino al mundo el 6 de mayo de 1915 en Kenosha, un pueblecito del estado norteamericano de Winsconsin. No me ocuparé nada más que de las películas que rodó en España y de sus andanzas en nuestro país, descubriéndoles (pues es una faceta de su vida poco o casi nada divulgada) que la primera de sus visitas tuvo lugar el año 1932 cuando, contando diecisiete años, se instaló cuatro meses en el barrio sevillano de Triana.
Comenzó a chapurrear nuestro idioma y a aficionarse al vino, el flamenco y los toros, llegando incluso a tomar parte en cuatro festejos, en calidad de becerrista, corriendo con los gastos de los mismos y anunciado como El Americano. Sería valioso y anecdótico hallar algún programa de mano, si los hubo o cualquier anuncio de ellos, lo que nunca he logrado contemplar. Un galán del cine español muy conocido durante la postguerra, José Nieto, con quien tuve algún trato, me confío en cierta ocasión –puesto que toreó varias novilladas sin caballos- haber hecho el paseíllo con aquél en la plaza madrileña de Tetuán de las Victorias, situada a la mitad de la calle de Bravo Murillo, entre la Glorieta de Cuatro Caminos y la Plaza de Castilla, ya derruida hace muchos años, de la que un mosaico recuerda su existencia en un rincón de donde se erguía.
Ignoro si algún coleccionista pudo hacerse con un cartel de aquella tarde. Naturalmente entonces el luego orondo actor y director lucía un tipo diferente, alto y delgado como un ciprés. De sus aventuras toreras le quedaría una inmarchitable afición a la fiesta brava y siempre que estuvo en España asistió a un montón de corridas de toros, muy especialmente entre los años 1958 y 1960 siguiendo a sus dos diestros favoritos, Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, sobre quienes otro amigo en liza, Ernest Hemingway escribiría para Life su tan leído como discutido Verano sangriento.
Orson Welles era más amigo y confidente del primero de los diestros citados, al punto de que su nombre estaría ligado al del torero cuando le llegó la hora final, como contaremos más adelante. Cigarro habano impenitentemente entre sus labios, se le veía con frecuencia en la barrera de cualquier plaza de toros, cámara en ristre, tomando imágenes taurinas que, en edición de documentales serían adquiridas en su día por la RAI italiana. Después de la primera travesía por tierras sevillanas Orson Welles no regresó a nuestro país, que sepamos, hasta 1954 para rodar en Barcelona Míster Arkadín, una historia de su autoría acerca de un millonario de turbia existencia que no recuerda su pasado. Se rodeó de un reparto encabezado por él mismo, que ejercía también de director, con su segunda esposa, Paola Mori, la mujer de su buen amigo Joseph Cotten, Patricia Medina y entre otros grandes actores, el voluminoso Akim Tamiroff, al que luego contrataría para el papel de Sancho Panza de su inacabado Don Quijote. Rodaje que inició en 1955 en México y nunca logró concluirlo. Lo tituló "Don Quijote, una historia inmortal". Trató de que el protagonista fuera Charlton Heston, pero no pudo contar con él, así que le dio el papel a un desconocido actor por estos pagos, el republicano exiliado Francisco Regueira.
Cuando en 1973 conocí a Orson Welles me interesé por la situación de su obra cervantina. "Don Quijote es una película que he empezado cien veces y no he terminado nunca", fue su respuesta. Me consta que Televisión Española iba a comprar el inacabado filme pero por un absurdo incidente en la Aduana, al no depositar una irrisoria cantidad, doscientas mil pesetas, no acabó en su archivo. Finalmente en 1992, ya desaparecido Welles, la productora que se había quedado con los derechos contrató a Jesús Franco (el Jess Frank de las cintas de terror) para que se ocupara del montaje de todas aquellas imágenes de Orson, con resultado que parece ser no satisfizo a muchos. No por culpa del genio norteamericano, que conste.
Y, a propósito: recordaba su hija Beatriz que a su padre no le gustaba que lo llamaran así. A mí me dijo en aquel encuentro donostiarra: "Genios fueron Griffith, Renoir, Ford y otros diez más que están en la mente de todos". Para entonces ya tenía una obesa figura y era tan considerable gourmet como gourmand. Sus otras películas españolas fueron Campanadas a medianoche y Fake, traducida literalmente como Fraude. Sobre la primera se ha escrito muchísimo y su productor, el madrileño Emiliano Piedra, buen amigo mío, esposo de Emma Penella, casi se arruinó para los restos.
Comenzó a rodarse en 1964, con un presupuesto de dieciocho millones de pesetas y éste la vendió previamente por setenta millones. Pero Welles no terminó el rodaje en la fecha prevista: se alargó tanto y fue tan laborioso el montaje que el costo final se elevó a ochenta millones. Menos mal que aquella producción, con argumento obtenido por Welles de sus lecturas shakespearianas, obtuvo excelentes críticas y algún premio en el Festival de Cannes, aunque cuando se exhibió comercialmente no tuviera en taquilla la respuesta esperada del público. Fake era un docudrama sobre los fraudes en el mercado del arte, centrado en la figura de Elmyr D´Hory, a quien acusaban injustamente de falsificador: lo entrevisté y era un gran pintor que elaboraba cuadros "a la manera de…", y aquí agréguense los nombres que se quieran: Matisse, Renoir, Picasso… Elmy firmaba aquellas obras, con su nombre . Esa película la filmó Welles en Ibiza. Después de aquel viaje referido de 1973 no tengo más noticias de otras estancias suyas en España. Había confiado un día a su querido y admirado Antonio Ordóñez que deseaba ser enterrado en una de sus fincas, Recreo de San Cayetano, donde había nacido el torero, en la carretera que va desde Ronda a Campillos (Málaga). Y cuando ocurrió el óbito, Beatriz Welles viajó con las cenizas de su progenitor que, en una arqueta, fueron enterradas en un pozo ciego sito en el jardín de tal finca, donde figura esta inscripción: "George Orson Welles. 1915-1985". El acto tuvo lugar exactamente dos años después de su fallecimiento, acaecido en Los Ángeles el 10 de octubre de 1985.