Cuando a finales de los años 60 se acuñó el término "landismo", parecía que se tratara de un género cinematográfico. Su intención peyorativa era evidente. Referida a uno de nuestros más grandes actores, entonces, el más taquillero: Alfredo Landa. Con No desearás al vecino del quinto logró que casi cuatro millones de espectadores vieran la película en 1970, superando el récord de taquilla que ostentaba desde 1958 El último cuplé. Los críticos de la época vituperaban el trabajo del navarrico, el que cuando le preguntaban de dónde venía, contestaba: "Yo nací en Pamplona el tres del tres del treinta y tres a las tres". No era ningún galimatías: había llegado al mundo en la capital navarra el 3 de marzo de 1933 a las tres de la madrugada.
Me decía Alfredo cuando le pregunté por los orígenes del "landismo" y si se enfadaba con esa etiqueta: "Para mí es un orgullo, aunque esa palabra se inventara para atacarme, porque fue un fenómeno sociológico en nuestro cine. Había miles de espectadores que me envidiaban viéndome en calzoncillos en mis películas, preguntándose que por qué no podían ellos ligar suecas como yo. Ahora bien: hubo quienes me atacaron desmesuradamente. Conservo el artículo de un importante diario madrileño publicado el 2 de julio de 1972, "Muerte al urogallo". Muy lírico, muy bonito, se refería a que nuestros bosques debían ser muy castos… "antes de que se levantara la veda de Alfredo Landa en calzoncillos". Otro crítico me puso verde a propósito del estreno de la película Guapo heredero… que no era mía, sino de Alberto Sordi. Y otro, juzgando una película de José Sacristán opinaba que Pepe estaba estupendo "porque no le había imprimido a su papel un carácter landesco". El colmo fue de otro de Valladolid que dijo en su periódico: "A ese bajito cejijunto hay que echarlo de España". Recibía yo recortes de periódicos y revistas de una agencia, que mi madre leía muy orgullosa. Pero a la vista de todas aquellas críticas terribles, me la encontré un día llorando. Fue inútil que le dijera que a mí me encargaban hacer una cosa en el cine por la que me pagaban. Mi madre no dejaba de llorar. Decidí darme de baja en aquella agencia".
Con el tiempo, Alfredo pudo demostrar su otra vertiente interpretativa cuando protagonizó El crack, El crack 2 y Las verdes praderas, a las órdenes de quien tanto lo conoció, quiso y ahora llora amargamente su desaparición, José Luis Garci, quien diría de su gran amigo: "Su rostro es de acero y plastilina". Lo comparaba con el de James Cagney, Edward G. Robinson y Al Pacino. "Es la suma del mejor Somoza, el mejor Porcel, el mejor Juan Calvo, el mejor Félix Fernández, el mejor Riquelme". Los citados, grandísimos actores del teatro y el cine de hace más de medio siglo. Y añadía Garci: "La mirada de Landa es mágica, como aquella de Spencer Tracy en una escena de El padre de la novia; como la de Robert de Niro al final de New York, New York.
La película que, finalmente, consagraría a Alfredo Landa sería Los santos inocentes. Se mereció de sobra el premio de interpretación del Festival de Cannes de 1984, que compartió con su compañero en dicho filme, Paco Rabal. Por cierto: contaba divertido Alfredo que cuando fue desde Madrid a recoger el premio tuvo que permanecer media hora encerrado en un armario del hotel que ocupaba en Cannes Pilar Miró, jurado de aquel festival, por consejo de ésta, a la espera de que se hiciera oficial aquel galardón.
Luego, más películas, más éxitos. Y en la intimidad, entrañablemente unido a Maite, su mujer, licenciada en Filología Hispánica, que le dio tres hijos. Matrimonio poco amigo de acudir a fiestas sociales. Lo que más complacía a Alfredo era acudir a su tertulia de los sábados con un reducido grupo de amigos o recibirlos en su casa, donde presumía de ser un experto preparando "martinis" y un imbatible jugador de mus. El fútbol era su espectáculo predilecto. En el trato, sencillo, franco, directo, divertido, a veces con mal genio... Pero siempre auténtico, sincero. Un fuera de serie en el cine y en la vida.