Hace cinco años que ETA anunció su cese definitivo de la actividad armada y 57 años y unos meses (31 de julio de 1959) que se dio oficialmente por nacida la organización terrorista. De cinco años a esta parte todo el cúmulo de terror que logró convertirse en una rutina durante tantos años, parece esfumarse de nuestra memoria, de los periódicos, de la televisión, de la actualidad. Esa actualidad que deglute ahora como nunca sucesos de todo tipo, porque la cuestión es cambiar los titulares a cada hora, va haciendo que la distancia a ese pasado en el que convivimos con el terrorismo etarra se agrande vertiginosamente.
Recientemente, en un encuentro con otros directores de cine vascos de películas relativas a la "cuestión", alguien dijo respecto a la memoria que "la sociedad vasca ha sufrido mucho, de manera que ahora se está tomando unas merecidas vacaciones". "¿La sociedad vasca ha sufrido mucho?", pensé yo. En un repaso mental rápido me pareció todo lo contrario aunque, ya lo sé, socialmente funciona como el argumento (victimista) estrella, "el argumento correcto" que lo tiene todo: es buenista, inclusivo, nos homogeneiza como grupo social y sobre todo alivia.
El problema ha sido precisamente el contrario: la mayoría de la sociedad vasca no ha sufrido en absoluto. Mientras se señalaba a una parte importante de los vascos, se robaba (vía impuesto revolucionario) a muchos, se expulsaba a familias enteras, las ciudades aparentaban una normalidad envidiable. Qué bonita ha sido siempre la ciudad de San Sebastián, más en la semana del Festival de cine, venían famosos actores y directores, comían de maravilla, paseaban por las calles y playas, confundidos con sus amables y felices habitantes. No encontraban las alambradas, ni los tanques de una comunidad invadida o represaliada, ni la sensación de clandestinidad que imprime un régimen de ausencia de libertades. Tampoco la pobreza inherente a los lugares que luchan por unas mejores condiciones de vida sino todo lo contrario. Se veían todas las televisiones, se escuchaban todas las radios, la prensa libre aparecía ordenada junto al desayuno con vistas al mar o al río Urumea. Los más informados tampoco encontraron una sociedad rebelde contra un terrorismo local ultranacionalista que dejaba a otros vascos muertos en esas calles de bares maravillosos.
Sobre una capa subcutánea oscura y amenazante que sólo los locales sienten, los foráneos caminaban mirando como rompían las olas a lo lejos.
Las sociedades no olvidan tan fácil las afrentas
Si la generalidad hubiera sufrido de verdad, sin duda que lo estaría recordando en este momento, como se recuerdan sin cesar las viejas e inflamadas afrentas a nuestro pueblo. Las sociedades no olvidan tan fácil las afrentas. Esta de ETA o no es afrenta o no le afecta a esta sociedad.
Otegi ha declarado hace unos días que no había sido consciente del dolor que provocaba ETA. Problema de tipo psiquiátrico o una inconmensurable hipocresía. Acabarán por darnos pena estos aguerridos militantes cuando por fin entendamos que todo lo hicieron por nuestro bien, que nos querían convertir porque estábamos en un error y tuvieron que hacer cosas que a ellos tampoco les gustaba: mancharse las manos de sangre. De entrada ¿a quién le gusta? Ellos tuvieron que tomarse la molestia de marchar de sus casas, echarse al monte y matar, siempre esperando que entráramos en razón dándoles la razón. Ellos sufrieron con eso, así como sus familias y sus amigos a los que tampoco les parecería mal su misión apostólica.
¿Todos juntos?
Y como todos hemos sufrido mucho en el pasado, es momento de relajarse mirando hacia el futuro, con tranquilidad de conciencia y no impedir una convivencia en la que todos podamos circular por las calles de nuestras ciudades cruzándonos una mirada sosegada, amable, sin rencores ni reproches para así, todos juntos, construir el país ideal, un lugar en el que se olvida y perdona. ¿Todos juntos? ¿Existe algún plan para la reconciliación con esa gran masa de ciudadanos a los que, aparentemente, menos daño hicieron, a los que se dejó sin trabajo, se les hizo un mobing insoportable, el vacío social, el desprecio de desclasarles, a los que se condenó al silencio, con aquellos a los que se forzó a huir? Para ellos, víctimas del sectarismo, termómetro fiel de la auténtica voluntad de convivencia, no existe plan alguno porque simplemente no cuentan: bastante tuvieron con haber sobrevivido.
El odio sembrado durante estos 57 años que hace ya tiempo que se instaló en el ADN de este cuerpo enfermo que es la sociedad vasca, aflora eventualmente como una espinilla, otras veces como un espasmo, pero no dejará de dar señales. Ese cuerpo que se mece amodorrado en el colchón de la autocomplacencia lo único que debe evitar para mantener su calidad de vida es mirarse al espejo.