Este miércoles, 13 de julio, se cumplen quince años de la muerte de Gila, uno de los más grandes y personales humoristas. Su fallecimiento se produjo en Barcelona, ciudad en la que vivía desde hacía tiempo, a consecuencia de una enfermedad pulmonar crónica. Tenía ochenta y dos años.
La vida de Miguel Gila, natural de Madrid, nació en el barrio de Chamberí el 12 de marzo de 1919, no fue tal y como él nos contó en los dos tomos de sus memorias, donde mezcló verdades pero también mentiras, al margen de olvidos o distorsiones biográficas. El padre murió antes de que naciera Miguel, la madre tuvo que ganarse la vida como asistenta, fregando suelos en varias casas y el niño creció y se educó con sus abuelos paternos. La madre, Jesusa, se casó en segundas nupcias y el marido, con quien tuvo cinco hijos, no aceptaba en casa a Miguel. Cuando enviudó de nuevo Jesusa, trató de tener consigo a Miguel, pero éste ya se había acostumbrado a estar con sus abuelos.
A pesar de la tristeza de su infancia y adolescencia, él se dio cuenta que causaba risa entre sus amigos cuando les contaba alguna de sus historietas. Fue así, de modo natural en él, cómo se fue fraguando el sentido del humor. Teresa fue su primera novia: ella con doce años, él dos más. La relación duró poco tiempo porque Teresa murió tempranamente. Ya siendo conocido, Miguel Gila contaría "que se quedó viudo a los catorce años". En 1936 se apuntó a las Juventudes Socialistas. Confesó muchísimas veces que en El Viso de los Pedroches, provincia de Córdoba, fue hecho prisionero y que "lo fusilaron mal", y no murió; también que luego, terminada la guerra, estuvo encarcelado en Yeserías, Carabanchel y Torrijos. Tenemos el testimonio de su gran amigo y colega, Ángel Palomino quien, en un artículo en ABC aseguraba tajantemente que ni Gila estuvo ante un pelotón de fusilamiento ni después visitó cárcel franquista alguna. Conservo tal artículo y Palomino añade que su compañero de profesión jamás se alistó en el 5º Regimiento de Líster.
Tampoco muchos años después sería un "exiliado político", a lo que nos referiremos. Adonde sí fue a parar fue a Zamora, al Regimiento de Infantería Toledo, como chófer de su coronel; comenzó a colaborar en Radio Zamora, en el periódico "Imperio" del Movimiento y hasta se hizo funcionario de la Organización Sindical, sección de trigo y pan. Creo la versión de Palomino quien, entre otras cosas, era militar y si contó aquello, siendo muy amigo de Miguel, repito, sería por algo.
Antes de la guerra, Gila había trabajado como mecánico en varias empresas. Luego, después de la contienda, como tenía facilidad para el dibujo, comenzó a enviar sus "monos· a varias publicaciones: la revista "Domingo", "Cucú", "Flechas y Pelayos", "¡Hola!" … y "La Codorniz", que se los devolvió quien entonces era su redactor-jefe, Álvaro de la Iglesia. Lo intentó de nuevo, y el director-fundador, que era el gran comediógrafo Miguel Mihura sí le publicó un chiste que, como otros posteriores, Gila firmaba con el número trece, pero en signos romanos. Eso sucedía en el otoño de 1945. Los dibujos de Miguel se reconocían en seguida porque sus personajes tenían grandes cabezas y abultadas narices. Sus colaboraciones con aquel sensacional semanario duraron hasta 1953. Entretanto, todavía residiendo en Zamora en condiciones económicas precarias decidió casarse con la hija de la dueña de la pensión en la que vivía, calle de los Herreros, una maestra de profesión. Así, más o menos diría él, se aseguraba el sustento diario. Pero el matrimonio acabaría de mala manera cuando él dio su salto a Madrid, animado por algunos personajes con los que había tenido una superficial relación por entonces: Edgar Neville y Conchita Montes, los hermanos Mariano, José Luis y Antonio Ozores, Angel de Andrés…
El empresario del madrileño teatro Fontalba, que estaba en la Gran Vía (en el edificio hoy ocupado por la cadena Ser) le encargó que escribiera unos monólogos con destino al actor Antonio Casal, en una función en homenaje a éste por su éxito en la revista Las cuatro copas. Se ha dicho que al gallego no le gustaron y se los devolvió. Lo refería el propio Miguel en su autobiografía. Sin embargo lo que resultó realmente es que Casal convenció a Gila para que estrenara él mismo su monólogo. Y así, el día del evento lo que hizo fue llegarse hasta el foso del teatro y por una compuerta salir al escenario vestido de soldado, ante el estupor de quien presentaba el fin de fiesta, Fernando Sancho, fingiendo naturalmente la irrupción de aquel intruso. El novel cómico se hizo con el público, arrancó sonoras ovaciones y la prensa lo destacó en los días siguientes. Había nacido un original caricato que llevaba sus parlamentos al escenario teatral. Emparentando su inteligente discurso con el humor del absurdo y lleno de ternura que ya habían creado Tono y Mihura.
Aquel afortunado debut de Gila le supuso rápidamente un cambio en su economía. Hasta entonces había pasado serios problemas de supervivencia, ya separado de su esposa zamorana. Lo contrataron en una sala de fiestas del Parque del Retiro madrileño, "Pavillón", a razón de setecientas pesetas diarias. Un buen sueldo. En 1952 afirmaba él mismo haber cobrado en nueve meses medio millón de pesetas. Comprar un coche y un piso eran sus preferencias inmediatas. En colaboración con el guionista y director de cine Eduardo Manzanos escribió la obra teatral Tengo momia formal comedia musical donde figuró entre los protagonistas junto a José Luis Ozores, Tony Leblanc y Lina Canalejas.
Con Tony encabezó su siguiente espectáculo: Este y yo Sociedad Limitada. En 1953 debutó en la pantalla a las órdenes de José María Forqué, en El diablo toca la flauta, con José Luis Ozores en el primer papel. En adelante, lo que hizo Gila fue convertirse por su cuenta en único protagonista, en actor de sus propios monólogos, que daba a conocer en salas de fiestas y en Radio Madrid, donde tuvo problemas con una severa censura que no aceptaba aquello de que
… a mi papá lo metieron en la carne por cuernicidio, se escapó una tarde que llovía, no había taxis, gritó que estaba libre y un señor se le subió encima y le pidió que lo llevara a los toros.
Lo multaron varias veces y eso que actuaba todos los años ante Franco el día 18 de julio en los fastos del palacio de La Granja. Los discos supusieron otro medio de difusión para Gila, amén de sus películas y sus libros con relatos y dibujos, donde volvía a referir aquello de "¿Oiga, es el enemigo? ¡Que se ponga!".
Historietas carpetovetónicas, de un humor profundamente ibérico, acaso quevedesco, que retrataba al españolito de extracción rural, al que le endosaba frases y sentencias muy celebradas. Un repertorio con alusiones a su supuesta familia: "Mi suegra tiene un bigote…". Y reflejaba también la situación social cuando incluía referencias al problema de la vivienda: "Mi amigo, que no podía casarse por no tener piso… Os vais con tus padres… ¡Pero si ellos llevan así cuarenta años y aún están solteros…!". O cuando enterraron a su abuelo "seis veces, porque en el pueblo lo querían mucho". Gila era un tipo genial como escritor de monólogos, como protagonista de los mismos, como dibujante, creador de un estilo, casi diría uno de un género, a años luz de los monologuistas hoy del Club de la Comedia.
Pero su vida personal era un despropósito
Su esposa lo había denunciado por abandono de hogar. Él se había liado con la cantaora y bailaora flamenca Carmen Visuerte (La Gitana Rubia), con quien tuvo dos hijos, Miguel y Carmen. Reconoció al varón pero no a la chica, ignoramos por qué. Y para librarse de las persecuciones judiciales hubo de irse de España a Buenos Aires, cuando vivía en un piso de la calle de Carranza, desahuciado, y con el taquillaje embargado allí donde actuaba, por las denuncias de sus dos mujeres. Su viaje a la Argentina no fue, por tanto, como "exiliado político", que es lo que siempre repitió. ¿Por qué no admitiría la verdad de su desordenada vida privada y la sustituyó por ese subterfugio político? Si hubiera sido en realidad un perseguido de izquierdas le habría resultado difícil, tal vez imposible, actuar en la España franquista. Conoció a la actriz María Dolores Cobo, con quien en 1979 tuvo a su hija Malena. Su esposa colaboraba en sus "scketchs". Se casaron en 1982 en el Consulado de España en Buenos Aires. Poco después se establecieron definitivamente en Barcelona.
Miguel Gila tuvo siempre un espíritu crítico que llevó a sus monólogos y dibujos. Tres generaciones se rieron con sus felices ocurrencias; aunque renovara poco su repertorio. Daba lo mismo. Ése era su mérito: conseguir que cada vez que salía a un escenario nos sorprendiera, nos provocara una interminable carcajada.