El 28 de marzo de 1515 nació la mayor mística de la Iglesia católica y una de las mujeres más influyentes en la historia de España: Teresa de Cepeda y Ahumada, conocida universalmente como Santa Teresa de Jesús.
Para comprender esa España en la que un sacerdote, Francisco Jiménez de Cisneros, desprecia el nombramiento de arzobispo de Toledo que le ha conseguido la reina Isabel ("Sólo a una mujer se le puede ocurrir semejante disparate", comentó el Papa) y el dueño del mundo, Carlos I de España y V de Alemania, abdica la corona imperial para retirarse a un convento, podemos acudir a una cita del filósofo francés Hipólito Taine:
En esta monarquía de inquisidores y de cruzados, donde aún alientan los esforzados sentimientos caballerescos, las sombrías pasiones, la ferocidad, la intolerancia y el misticismo de la Edad Media, los artistas más sublimes son aquellos hombres que han poseído en más alto grado las facultades, los sentimientos y las pasiones del público que les rodeaba.
Los poetas más célebres, Lope de Vega y Calderón, han sido soldados aventureros, voluntarios de la Armada, duelistas y enamorados, tan místicos en su amor como los poetas y los Quijotes en los tiempos feudales; católicos exaltados hasta un grado tal que uno de ellos, al fin de su vida, se convierte en familiar de la Inquisición, otros se consagran al estado eclesiástico; y el más ilustre de todos, Lope de Vega, celebrando una misa se desmaya al considerar la pasión y martirio de Jesucristo.
Ésta era la España en la que vivió (1515-1582) la Santa, en una Castilla a donde llegaban las riquezas y las novedades de las Indias, de la que salían sus hijos para descubrir, conquistar, evangelizar y gobernar medio mundo y en la que la herejía producía tanto asco como pánico.
A la pureza, por la Contrarreforma
Desde pequeña, Teresa de Cepeda participó de este ambiente. Siendo niña, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, trataron de marchar a tierra de infieles para sufrir martirio.
En 1533 entró como monja en el convento carmelita de la Encarnación de Ávila, pero no tenía las rigideces de las antiguas reglas. Las visitas de mujeres laicas eran frecuentes y las religiosas pasaban horas conversando, costumbre a la que se aficionó Teresa. Incluso dejó de rezar. A partir de 1559 empezó a tener visiones de Jesucristo y experiencias místicas como los arrobamientos y la merced del dardo, declaraciones que hicieron que algunos de sus confesores quisieran exorcizarla por tenerla por endemoniada.
En agosto de 1560 tuvo una visión horrenda que le indujo a guardar estrictamente la regla original de su orden, que había sido relajada por el papa Eugenio IV en una bula de 1432. Su plan de reforma (o contrarreforma) produjo la oposición de la mayoría de la orden carmelita, de numerosas autoridades eclesiásticas y civiles y hasta de los fieles de Ávila. Pero el papa Pío IV concedió en 1562 el permiso para erigir el primero de los nuevos monasterios que fundaría Santa Teresa, el de San José, en Ávila. Las monjas se dedicarían a la oración y la contemplación, y quedaría erradicada la vida social.
En abril de 1567 le visitó el general de la orden, fray Juan Bautista Rubeo, que aprobó su proyecto. En los quince años siguientes, hasta su muerte, se dedicó a la fundación de nuevos monasterios, que relata en su Libro de las Fundaciones, una de las obras que escribió, junto con El castillo interior, El camino de perfección, Libro de la vida, Las Exclamaciones del Alma a Dios…
Así define el médico Gregorio Marañón el afán de la Santa por levantar conventos (en el prólogo a una edición francesa del Libro de las Fundaciones):
Teresa tenía la voluntad sublime de cubrir la faz del mundo de monasterios, pomos divinos capaces de contener lo que ella representaba, y de conservarlo vivo, inalterable, para esta humanidad perpetuamente en trance muerte y de resurrección; la realidad de esta victoria sobre lo efímero no sólo debía brillar sin tregua, sino propagarse en el espacio, desde Castilla hasta los más lejanos confines del universo.
Las Cortes de Cádiz la declararon copatrona
En 1582 falleció en Alba de Tormes, en medio de grandes dolores que sufría desde hacía tiempo, y su cuerpo se enterró con grandes precauciones para evitar su robo. Sin embargo, parte de su cuerpo, como era habitual en la época con los santos y los fallecidos en olor de santidad, fue troceado para formar reliquias.
La más viajera fue la mano que se le cortó y se entregó a las carmelitas de Lisboa. En 1910, por precaución debida a la revolución republicana que había derrocado la monarquía, se llevó al convento carmelita de Ronda. Ahí la robaron unos sindicalistas de la CNT y la hallaron en Málaga los nacionales en 1937, en poder del coronel José Villalba Rubio. El relicario se llevó a Valladolid para una exposición del patrimonio cultural y artístico saqueado por el Frente Popular. Luego el general Franco obtuvo permiso eclesiástico para conservarla junto a él en El Pardo. Al morir, se devolvió al convento.
En 1614 el papa Pablo V la declaró beata. El 14 de marzo de 1622 Gregorio XV la canonizó junto con otros españoles, como San Isidro, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, más el italiano San Felipe Neri.
Una de las polémicas en que se vio envuelta Teresa de Jesús tuvo que ver con el patronazgo de España. Los reyes Felipe III y Felipe IV quisieron nombrarla copatrona junto con el Apóstol Santiago. Francisco de Quevedo fue de los contrarios a mutilar el privilegio de que gozaba Santiago el Mayor. En sesión celebrada el 28 de junio de 1812, las Cortes de Cádiz le devolvieron a la Santa el título.
Pablo V, tan discutido en otros asuntos vinculados con España, la declaró el 27 de septiembre de 1965, por el breve Lumen Hispaniae (Luz de España), patrona de los escritores católicos españoles. El mismo papa, el 27 de septiembre de 1970, la proclamó doctora de la Iglesia, la primera católica que recibió tal honor; tras ella lo han recibido Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Liseux y Santa Hildegarda de Bingen.
Para los modernos, una enferma
Una de las reacciones del mundo moderno ante las experiencias místicas descritas por la Santa y otros religiosos españoles, como San Juan de la Cruz, ha sido negarlas y atribuirlas a enfermedades mentales o incluso a alteraciones corporales producidas por la severidad de los ayunos. Y de nuevo Marañón pone en su sitio los intentos de racionalizar las visiones de Santa Teresa de Jesús.
Éste fue uno de los más graves errores del siglo XIX, al que por otras razones todos debemos amar. Personas que se consideraban representantes de la ciencia llegaron a suponer que en la vida de la santa había algo patológico. Pocas veces la pedantería tomó una forma más grotesca. (…) Es tan absurdo tratar de catalogar esta realización sobrehumana entre las enfermedades del espíritu que sería ocioso hablar de ello, si tal absurdo no subsistiera aún en letra impresa. Santa Teresa estaba en comunicación con el más allá.
¿Con qué palabras empieza la Santa su obra El Libro de las Fundaciones, en la que relata la erección de monasterios carmelitas?
Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas partes he leído, el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia.
Desde luego, para un mundo donde la soberbia y el antojo se han hecho leyes, estas palabras y, sobre todo, la actitud que hay en ellas, es escándalo.
Igualmente lo es esta breve frase que dirige a sus monjas en un momento de tribulación:
La vida es una noche en una mala posada.