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Pedro Fernández Barbadillo

El mejor francotirador del mundo fue un finlandés

Que la historia es un campo de batalla lo saben no sólo los nacionalistas bizkaitarras y catalanes sino los anglosajones.

Que la historia es un campo de batalla lo saben no sólo los nacionalistas bizkaitarras y catalanes sino los anglosajones, en especial los británicos.

Todos los españoles conocen la derrota de la mal llamada Armada Invencible en 1588, pero desconocen el fracaso de la Contraarmada de Drake en La Coruña y Lisboa, que fue de mayor volumen que la anterior. Este Drake, un pirata que atacaba flotas y ciudades extranjeras para saquearlas, fue, según se enseña todavía en las escuelas británicas, el primer hombre en circunnavegar el globo, en vez de Juan Sebastián Elcano.

Después de otra descomunal derrota, la sufrida por el almirante Vernon en Cartagena de Indias en 1741, el Gobierno británico recogió las medallas acuñadas en que aparecía Vernon celebrando una victoria que nunca se produjo y el rey Jorge II prohibió que se escribiese sobre la derrota. Asombrosamente, los historiadores españoles cumplieron la orden del monarca durante décadas. Ha tardado más de siglo y medio, pero Blas de Lezo por fin tiene estatuas en su patria, de momento en Cádiz y Madrid.

Un himno para celebrar una derrota

El himno Britannia rules the waves se compuso en 1740 con motivo de la toma por Vernon del puerto de Portobello (Panamá), donde los españoles no hicieron nada por desalojar a los invasores porque sabían que las enfermedades tropicales les echarían de allí, como ocurrió.

Los británicos reclaman la gloria por haber liberado Europa de la hegemonía alemana en el siglo XX, pero Winston Churchill propuso a Stalin repartirse varios países en esferas de influencia. Y en la actualidad el Reino Unido se presenta como uno los pilares básicos de la comunidad internacional y de la defensa de la legalidad internacional y la democracia, pero mantiene la colonia de Gibraltar contra las resoluciones de la ONU.

En el lado estadounidense, como ejemplo del empeño en reescribir la historia podemos citar la película Argo, que se centra en el rescate de varios diplomáticos en Teherán justo después de la caída del sha Reza Pahlevi. La película disminuye el papel del embajador de Canadá, que protegió a los diplomáticos mientras la CIA preparaba la operación y concluye con un mensaje de quien fue presidente en esos años, James Carter, en el que se declara satisfecho de haber resuelto esa crisis de manera pacífica. En realidad, se trató de un desastre para EEUU y Carter, ya que perdieron a un aliado, asistieron a la ocupación de su embajada y, encima, un intento de rescate con comandos fracasó.

Con motivo del estreno de la película El francotirador, de Clint Eastwood, los británicos aseguraron que el más letal de los francotiradores que ha habido jamás era un miembro del cuerpo real de la infantería de marina que mató a 173 enemigos en Afganistán, cuando Chris Kyle tiene 160 blancos reconocidos.

Sin embargo, ese tratamiento corresponde a un pequeño finlandés, Simo Häyhä, que abatió al menos a 505 soldados del Ejército Rojo en la Guerra de Invierno librada por la URSS y Finlandia entre el 30 de noviembre de 1939 y el 13 de marzo de 1940.

El tratado germano-soviético de 1939, que permitió a Hitler atacar Polonia sin temer una guerra en dos frentes, tenía unas cláusulas secretas por las que Moscú y Berlín se repartían los países fronterizos. A la URSS le correspondieron la Polonia oriental (que invadió dos semanas después de que lo hicieran Alemania), Lituania, Letonia, Estonia, territorios de Rumanía (Besarabia y Bukovina) y Finlandia. A lo largo del otoño, Stalin se anexionó las repúblicas bálticas y las comarcas rumanas prometidas, pero Finlandia, se negó a ceder a sus exigencias.

En el imperio de los zares, Finlandia era un gran ducado conquistado a principios del siglo XIX al reino de Suecia. Proclamó su independencia de Rusia el 6 de diciembre de 1917 y cayó bajo la influencia de Alemania, que trató de instaurar una monarquía. Después de una sangrienta guerra civil entre rojos y blancos, que terminó con una represión brutal sobre los comunistas, y de la rendición de Alemania a los Aliados, la Rusia bolchevique reconoció la república de Finlandia por el Tratado de Tartu (1920). Posteriormente, la URSS y Finlandia se comprometieron con un pacto de agresión suscrito en 1932 y renovado en 1934, amén de la Convención de la Sociedad de Naciones, a la que ambos Estados pertenecían.

Stalin, aliado e imitador de Hitler

Con la alianza con Hitler, Stalin creyó que podría convertir Finlandia en un satélite. Como el Gobierno parlamentario finlandés se negó a aceptar sus exigencias de cesión de territorios, que alejasen la frontera de Leningrado, Stalin siguió el ejemplo de Hitler. Para justificar la declaración de guerra a Polonia, los nazis montaron el incidente Gleiwitz, un falso ataque a una estación de radio en territorio alemán realizado la noche del 31 de agosto de 1939. Como prueba, dejaron los cadáveres de varios presos de un campo de concentración vestidos con uniformes militares polacos, como si hubiese sido obra de una unidad del Ejército de Polonia.

Después de la ruptura de las negociaciones entre Helsinki y Moscú, los soviéticos realizaron el incidente Mainila el 26 de noviembre de 1939, en que aseguraron que un bombardeo artillero desde Finlandia sobre el puesto fronterizo de Mainila, en su territorio, había causado varios muertos. Unos días después, Stalin declaró la guerra a su pequeño vecino y el 30 la aviación roja bombardeó Helsinki.

En diciembre, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones por su agresión, pero la comunidad internacional no hizo más por defender a Finlandia.

Pero la Guerra de Invierno resultó en un vapuleo para el Ejército Rojo, que entre 1937 y 1938 había sido purgado por Stalin: en torno a 30.000 oficiales fueron encarcelados o ejecutados. Además, los soviéticos fueron al combate llenos de prepotencia.

El mariscal Carl Mannerheim, veterano del Ejército del zar, había preparado a su pequeño país, cuya población era inferior a los cuatro millones de personas, para un ataque. En una guerra que se prolongó más de 100 días, con tácticas de guerrilla y aprovechando los defectos del enemigo, los finlandeses causaron más de 125.000 muertos o desaparecidos a los invasores; ellos, por su parte, sufrieron 25.000 bajas.

'La Muerte Blanca’

Uno de los héroes populares de la guerra fue el granjero Simo Häyhä, apodado por los soviéticos como la Muerte Blanca. Armado con un M28 Pystykorva, la versión finesa del rifle soviético Mosin-Nagant, Häyhä causó al menos 505 muertos a las tropas enemigas, aunque otros cálculos elevan el número a 540.

Entre sus características estaban el rechazo a usar miras telescópicas, que podían empañarse o delatar su presencia por el brillo, el esconderse detrás de parapetos de nieve sólida y el llenarse la boca con nieve para evitar que el vaho causado por la respiración le delatase.

Los soviéticos trataron de matarle con bombardeos de saturación y enviando otros francotiradores contra él. Al final, una bala explosiva (munición prohibida según los tratados internacionales) le hirió el 6 de marzo de 1940, pocos días entes de que los finlandeses se rindiesen ante la superioridad soviética. La bala le había destrozado el lado izquierdo de la cara, pero sobrevivió. Murió en 2002 de viejo.

Pero, claro, un francotirador de 1,52 metros de estatura, con nombre impronunciable y de un pequeño país que fue uno de los aliados del III Reich y mató soldados del Ejército Rojo del Tío Joe (que es como se llamó a Stalin cundo los anglosajones tuvieron que aliarse a la URSS para derrotar al Eje) no es un personaje muy cinematográfico…

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