Se avecina un tiempo de elecciones municipales, regionales y nacionales, todas seguidas. Por votar que no quede. Se hace difícil comprender cómo puede haber tantos aspirantes a cargos políticos. Cuando logran el puesto deseado, no hacen más que quejarse del ajetreo de obligaciones, de que no ven a la familia. Sospecho que la familia está encantada con tener en casa un padre (o madre, claro) de la patria al que no ve mucho.
Los políticos son esos privilegiados que van a administrar los presupuestos públicos, cuyo monto equivale, más o menos, a la mitad de todo lo que se produce en España. Son muchos los que van a responsabilizarse de tal gestión, pero sería bueno que se les exigiera por lo menos lo mismo que se pide a los directivos de una empresa. Por ejemplo, que sepan inglés, simplemente para poder relacionarse con los colegas de otros países. No creo que muchos candidatos a puestos políticos pasaran por esa prueba. En la historia de España nunca hemos tenido un presidente de Gobierno o equivalente que supiera inglés.
Lo del inglés es fruslería al lado de otras exigencias. Por ejemplo, sería conveniente que los candidatos hubieran trabajado por algún tiempo fuera de un partido político o de un sindicato. Es decir, el político debe saber en qué consiste la realidad de los españoles que tienen que ganarse las habichuelas.
No sé si en la enseñanza obligatoria se enseña a expresarse en voz alta. Me temo que no; ya no hay exámenes orales. Más bien se confía en pruebas escritas, tipo test. Eso puede servir para muchos trabajos, pero resulta insuficiente para la política. Se trata de una actividad en la que muchas veces es necesario hablar ante un auditorio. No vale servirse del power point, ni tampoco leer el discurso. Hay que mirar a los ojos de los oyentes, incluso aunque sea a través de la pantalla del televisor. Nadie nace sabiendo hacer tal cosa. Todo se aprende y se practica.
Sería conveniente que los candidatos para las próximas y sucesivas elecciones leyeran esta seccioncilla, para así aprender a evitar el politiqués. De no hacerlo, deberían aprenderse de memoria el DRAE o como diablos se llame ahora. Al menos, me conformaría con que leyeran alguna página todos los días.
Es una pena que las campañas electorales derrochen el tiempo y las energías de los candidatos en interminables mítines con los simpatizantes de cada lugar. Así se aseguran vítores y aplausos, cosa que proporciona seguridad al candidato, pero se avanza poco. Mejor sería que los aspirantes a políticos se acostumbraran a dirigirse a audiencias generales, que no tienen que estar previamente convencidas. Nada mejor que los verdaderos debates entre los candidatos, algo muy distinto de lo que se estila en la tele. No debe haber preguntas prefijadas, ni tiempos establecidos mecánicamente, ni decorados fríos.
Por encima de todo, hay que cumplir la norma (si es que existe) de declarar los bienes antes de las elecciones, los del candidato y su familia cercana. Cuando deje el puesto político, se repetirá la declaración. Si la diferencia fuera desproporcionada, procesamiento al canto. Por ejemplo, un tesorero de un partido no puede decir que ha acumulado decenas de millones de euros como producto de su actividad profesional. Bueno, puede decirlo, pero da la risa.