Ha quedado el número siete para las famosas plagas que asolaron a Egipto, quizá porque en hebreo el siete significa mucho. La Biblia enumera diez plagas. Es igual. A título práctico, resumo aquí siete desvíos sistemáticos en los escritos contemporáneos, para empezar, en los míos. Se trata de corregirlos todo lo que se pueda, al menos tenerlos en cuenta.
1. El idioma español presenta la desventaja de la monotonía. Hay que cuidar mucho las repeticiones, reiteraciones de ciertas palabras, que se convierten en comodines. Por ejemplo, la preposición en, necesaria pero sobreabundante. Hay que tratar de sustituirla a veces por otras: de, a través de, etc. Nuestra desgracia es que con esa preposición empieza el Quijote. "En un lugar de La Mancha…". La rima más odiosa es la de las voces terminadas en –ón. No hay soneto que la resista.
2. La conjunción copulativa y resulta imprescindible, pero a veces choca un poco, sobre todo al principio de la frase. Resulta un horror la serie de noticias de los telediarios cuando comienzan sistemáticamente con la dichosa y, sin venir a cuento. La y al comienzo de una oración da buen resultado en la lírica, pero la prosa la rechaza. Ahora nos invade la moda de la pregunta: "¿Y?". Hay que ser argentino para dominarla.
3. Los artículos determinados o indeterminados son necesarios, pero, una vez más, molesta su uso reiterativo. Ajústese el oído a cada caso. Por ejemplo, suena fatal "subir a dirección", "bajar a planta" o "chutar a portería". A mí me gusta decir "los Estados Unidos", "la India", "el Japón", "el Perú", "la Argentina", etc., pero reconozco que puede resultar pesadito. Naturalmente, cabe decir “la España contemporánea” o “la Inglaterra victoriana”, al llevar un adjetivo.
4. Al ser una lengua monótona, el castellano aborrece los periodos largos. Yo me he impuesto la norma de que las frases no excedan de 30 palabras, los párrafos de 30 líneas y los capítulos de 30 páginas. La reducción a esos límites siempre mejora el texto. Lo he comprobado mil veces.
5. Los neutros son muy peligrosos: aquello, esto, eso, lo, lo que, etc. En mis escritos constituyen una plaga. Trataré de reducir su presencia.
6. Otro fallo de mis textos es el abuso de los adverbios (sobre todo los terminados en –mente) y las expresiones adverbiales, por ejemplo, esto es, la verdad es que, con todo, por lo menos, etc. No hay que llegar a la tontería de García Márquez, quien suprimió bonitamente todos los adverbios en –mente. Sin embargo, tengamos cuidado con su abundancia. Cuando se juntan dos -mente en la misma frase, la rima se hace odiosa.
7. Los verbos auxiliares (ser, estar, haber, tener) son utilísimos, pero, una vez más, su exceso puede adormecer al lector. Es fácil sustituir el es por consiste en, aunque ya hemos introducido la maldita preposición en. Es cosa sabida, al corregir un error, se cuela otro.
Un extraño principio de la corrección de textos. Uno mismo detecta mal los errores. Es mejor que la operación la haga otra persona. El método óptimo es que el texto sea leído en voz alta por el corrector y el autor. Lleva tiempo, pero compensa. La corrección automática del ordenador suele ser pobre, insuficiente e incluso equivocada. No he logrado entender por qué el corrector automático aborrece ciertas voces perfectamente incorporadas a nuestro idioma.