El Tajo sigue naciendo en Albarracín y no es ninguna cloaca
El Tajo no es esa cloaca de la que hablaba el diario Público esta misma semana. Sus aguas bajan depuradas en todo el tramo español y las que no necesita se las presta al Segura. No hay, en definitiva, más razones para el alarmismo que el histerismo ecologista.
Organizaciones ecologistas, portavoces oficiosos del río y una generosa cantidad de tópicos y sobreentendidos jalonan el reportaje que esta semana publicó el diario Público sobre los problemas que afectan a la cuenca del Tajo. El trabajo, firmado por Manuel Ansede, un habitual del catastrofismo climático, afirma, literalmente, que el río Tajo, el más largo de la península, nace en las alcantarillas de la capital de España y se ha convertido en una "cloaca a cielo abierto".
Ambos extremos son, por descontado, falsos. Para saberlo no hay que consultar con experto alguno, simplemente darse un paseo por la ciudad de Toledo o por la de Talavera de la Reina, ambas ribereñas. En ninguna de las dos es necesario llevar una mascarilla para protegerse de las emanaciones tóxicas de la gran cloaca, ni las ratas caminan a sus anchas por las orillas. En Toledo, lugar donde el río se encajona y traza una hoz sobre la que se levanta la ciudad vieja, si alguien se cae al agua desde alguno de los muchos y antiquísimos puentes, no muere ni se intoxica como pasaría si cae en una cloaca propiamente dicha.
Tampoco es cierto que el Tajo nazca "en las cloacas de Madrid". El río sigue naciendo en la sierra de Albarracín, dentro de la provincia de Teruel, en el paraje de Fuente García, lugar donde hace años levantaron un monumento en honor del río. A partir de ahí cae bruscamente sobre la meseta y se interna en las provincias de Cuenca y Guadalajara, donde se represa en dos grandes embalses, el de Entrepeñas y el de Buendía. Salvadas las presas sigue bajando hasta entrar en la Comunidad de Madrid, que da inicio a su curso medio. Atraviesa el sureste de la Comunidad, pasa por Aranjuez y su conjunto palaciego y, unos kilómetros después, recibe las aguas de parte del sistema de abastecimiento de Madrid a través del río Jarama, la otra parte le llegará más tarde en la confluencia con el río Guadarrama, ya pasada la ciudad de Toledo.
Donde Tajo a Jarama el nombre quita
El aporte del Jarama es grandísimo, el mayor que el Tajo recibe en todo su curso. Tal y como se ve en la fotografía tomada por un satélite, la anchura y el caudal que lleva el tributario es mayor que la del propio río principal. Esto es así por dos razones. La primera de orden natural. El Jarama dispone de una cuenca bastante amplia, de más de 5.000 kilómetros cuadrados (casi tanto como la del Tajo cuando ambos confluyen), que le aporta mucha agua. En el Jarama terminan varios ríos de cierta importancia como el Lozoya, que se nutre del lluvioso valle homónimo, el Manzanares, el Henares o el Tajuña. Además, en la cabecera del Jarama y sus afluentes (las sierras de Guadarrama y Ayllón) llueve y nieva más que en la cabecera del Tajo en los Montes Universales.
Así, mucho antes de que existiese presencia humana en esta área, el Jarama ya era un colector de agua mayor que el Tajo. Ya en el siglo XVI el poeta aragonés Argensola decía que Aranjuez era un "lugar en la mitad de España donde Tajo a Jarama el nombre quita". Resumiendo, la fotografía publicada en el diario Público no es falsa pero sí falaz. ¿Podríamos fijar el nacimiento del Tajo en la sierra de Guadarrama y no en la de Albarracín? Sí, por poderse se podría, pero no cambiaría en nada lo esencial ni los aportes que cada uno de los dos brazos realizan al curso principal que se forma a partir de la confluencia de ambos. Sería una cuestión puramente retórica y, tal vez así, Ansede se quedaría satisfecho y su titular se convertiría en verdad, pero sólo a medias.
La otra razón por la que el Jarama es mayor que el Tajo se debe al abastecimiento de la ciudad de Madrid y parte de su área metropolitana. En la Comunidad de Madrid la gestión del agua la lleva a cabo el Canal de Isabel II, responsable de lo que llaman el "ciclo del agua". Desde que un copo de nieve se transforma en gota de agua en algún arroyo de la cabecera hasta que esa gota vuelve al río, es el Canal quien se encarga de transportarla, depurarla y potabilizarla, conducirla por las cañerías de la ciudad, recogerla una vez ha sido usada, depurarla de nuevo y ponerla en el río.
Madrid no se abastece de un solo río, el Canal cuenta con un extenso sistema de 14 embalses y cuatro azudes repartidos por seis subcuencas distintas, la del Lozoya, la del Jarama, la del Guadalix, la del Manzanares, la del Guadarrama y la del Alberche. Toda esa cantidad ingente de agua se redirige hacia el área metropolitana, se utiliza y, lo sobrante, se devuelve al río. Los usos son muy variados, es decir, no se limitan a la escatológica comparación que Ansede hace con "el agua de los váteres".
Antes de devolver el agua al río se depura en su totalidad conforme a la normativa europea de vertidos urbanos que, desde el Canal de Isabel II me aseguran que es bastante estricta, y se procede al vertido mediante acueductos habilitados al efecto. El agua, necesariamente mucha, que los madrileños han utilizado corre depurada Jarama abajo hasta encontrarse con el "padre" Tajo superándole, eso sí, en cantidad.
En la Comunidad de Madrid, aparte de depurar, se reutiliza parte para riego, baldeo de las calles, fuentes etc. Es, según el Canal de Isabel II, la única comunidad autónoma que depura el 100% de las aguas que se utilizan. De este modo, los dos ríos a los que el Canal vierte –el Jarama y el Guadarrama– ven acrecentado su caudal y, sobre todo, regularizado a lo largo del año gracias a la infinidad de embalses que existen en la vertiente madrileña del Sistema Central.
Esto explica que, cuando ambos ríos se juntan, uno sea mayor que el otro, pero no explica los histerismos ecologistas sobre la presunta "alcantarilla" o la "cloaca a cielo abierto" en la que dicen se ha convertido el Tajo. De hecho, el agua del río baja más limpio que hace 30 ó 40 años, tanto la del Tajo como la de sus afluentes. Sólo un dato, cualquiera con edad suficiente recordará como olía el Manzanares a su paso por Madrid a principios de los años 80 antes de que se procediese a su saneamiento.
De que el agua baje limpia son responsables los ayuntamientos que, en última instancia, son los encargados de gestionar el agua que los ciudadanos consumen, utilizan y desechan. En la Confederación Hidrográfica del Tajo se limitan a supervisar la cuenca. El presidente de la confederación, José María Macías, nombrado a dedo por el Ministerio de Medio Ambiente poco después de que Zapatero llegase al poder, no ha querido hablar conmigo –aunque sí que lo hizo con Manuel Ansede–, tal vez porque Libertad Digital no le gusta o porque le encanta que al río que lleva seis años gestionando lo tachen de "cloaca" sin aportar más pruebas que la convicción íntima de un ecologista indignado.
Su jefa de prensa me asegura que el estado general del río "es bueno" y me confirma las competencias de la Confederación. Supervisa la cuenca, la vigila, analiza la calidad del agua, construye depuradoras, autoriza los vertidos y sobre el trasvase Tajo-Segura no hace valoraciones; ni buenas, ni malas, ni regulares. Es posible que en esto tenga que ver que la Junta de Castilla-La Mancha quiera borrarlo del mapa, o que el propio Macías antes de presidente de la CHT era jefe de área del acueducto que, desde 1979, lleva el agua de las tierras altas de Guadalajara a las bajas de la vega murciana.
El Tajo-Segura, un proyecto republicano
La ira de los ecologistas se dirige hacia el trasvase Tajo-Segura, un gigantesco acueducto de 300 kilómetros que lleva agua desde el curso alto del Tajo, exactamente desde el embalse de Entrepeñas, hasta el río Mundo, afluente del Segura. Fue una infraestructura hídrica de grandes dimensiones cuyo primer proyecto data de tiempos de la República. Luego fue retomado en los años 60, en plena edad dorada de construcción de embalses, se empezó a cavar en 1966 y se inauguró en 1979, ya en plena España Constitucional. Es por lo tanto, un proyecto sin simbolismo político a pesar de que Alberto Fernández, de la ecologista WWF Adena, tache al trasvase como franquista en un sorprendente alarde de ignorancia para el titulado como "responsable de aguas" de Adena.
Los beneficios económicos y humanos del trasvase están a la vista. Cientos de miles de agricultores de las vegas murciana y alicantina pueden vivir gracias al agua sobrante en la cabecera del Tajo. Los cultivos regados con esta agua son altamente competitivos y generan un empleo y una riqueza que no existiría de quedarse el agua en el embalse de Entrepeñas. La agricultura murciana es una de las más productivas del mundo, pero para serlo necesita agua. Según las asociaciones de regantes, la productividad de la huerta del Segura triplica a la de otras comunidades como Castilla-La Mancha, tanto en producción bruta por metro cúbico como en valor añadido por metro cúbico.
El trasvase no es, tal y como me recuerdan desde Murcia, un río artificial en continuo flujo entre Castilla-La Mancha y la Región de Murcia, nada de eso. Efectúa, como su nombre indica, trasvases periódicos cuando hay suficiente agua en Entrepeñas y siempre y cuando lo autorice el Gobierno a través del ministerio de Medio Ambiente. Si no se alcanza en el Tajo el llamado caudal ecológico no hay transferencia de agua. Si el sistema Entrepeñas-Buendía dispone a día 1 de julio de más de 557 hectómetros cúbicos de agua almacenada se podrá trasvasar una parte, cuya cuantía la decidirá el Gobierno. Si la cantidad embalsada es inferior a 240 hectómetros cúbicos no se podrá trasvasar nada pues esa es la cantidad mínima para que subsista el río Tajo hasta su confluencia con el Jarama.
Para hacerse una idea de estas cifras, Entrepeñas-Buendía llenos hasta los topes pueden albergar casi 2.500 hectómetros cúbicos de agua, un límite que rara vez se alcanza, ni siquiera en los años buenos como este. A fecha de hoy –4 de junio–, Entrepeñas-Buendía almacena 1.173 hectómetros cúbicos, luego este año podrá trasvasarse agua si así lo aprueba la comisión que lo gestiona.
El agua, además, no es gratis. Los regantes pagan hasta la última gota del preciado elemento para regar sus cultivos porque, según me insisten desde Murcia, el agua del Tajo no va a "los campos de Golf ni a los Terra Mítica". Es de cajón que si los agricultores murcianos o alicantinos están dispuestos a pagar esa agua es porque le sacan rendimiento suficiente en el mercado, especialmente en el de las hortalizas, cultivo muy intensivo en agua.
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