Tras la publicación de las obras maestras de Darwin El origen de las especies por medio de la selección natural en 1959 y El origen del hombre y de la selección en relación al sexo en 1871, varios científicos reaccionaron muy positivamente y trataron de aportar su grano de arena a la recién nacida Teoría de la Evolución, según explica José María Bermúdez de Castro, codirector del Proyecto Atapuerca, en su blog Reflexiones de un primate. Uno de los más activos e influyentes fue sin duda Ernst Haeckel. Su obra Historia de la creación, publicada en 1868, tuvo una enorme repercusión en el desarrollo de la teoría evolutiva, aunque varias de sus premisas fueran más tarde rebatidas por el progreso de la ciencia.
El médico holandés Eugène Dubois leyó con avidez todas estas obras y, en particular, quedó prendado de las conclusiones de Haeckel. En la mente de Dubois nació entonces la idea de la existencia de un ser de aspecto intermedio entre los humanos actuales y los grandes simios antropoideos. En aquellos años apenas se conocía un puñado de fósiles de la población neandertal, que todavía no podían interpretarse en el marco de la teoría de la evolución. Aún no existía un registro fósil como el actual ni métodos para medir el tiempo geológico con cierta precisión, que permitiera establecer la conexión entre los simios antropoideos y la humanidad actual a través de los seis o siete millones de años de la genealogía humana. Habría que buscar ese eslabón de la cadena evolutiva, que tal vez tendría un aspecto intermedio entre los grandes simios y los seres humanos.
Por razones que solo el propio Dubois podría explicarnos, los gibones (familia de los hilobátidos) fueron los primates elegidos por este investigador para el origen de su filogenia particular de la humanidad. Estos primates viven en las islas de Indonesia, en un clima tropical que, según Dubois, tuvo que ser perfecto para el salto evolutivo hacia el ser humano. Dubois no se equivocaba en esta premisa. Nuestro ancestro común con los chimpancés vivió en un ambiente tropical. Sin embargo, Dubois prefirió pensar en Asia antes que en África.
Dubois se trasladó como médico militar a la isla de Sumatra acompañado de su familia. Su objetivo estaba claro. Podría alternar las obligaciones militares con la búsqueda de su eslabón perdido. Esta historia nos recuerda la arqueología aventurera de Indiana Jones, llevada al cine por Steven Spielberg y protagonizada por Harrison Ford. Una herida terminó con la carrera militar de Dubois, pero no con su enorme vocación y continuó su trabajo en la isla de Java. Hoy en día se conocen numerosos yacimientos de fósiles de homínidos en esta isla, pero el precursor de todos los hallazgos realizados durante el siglo XX fue Dubois.
En 1891, nuestro personaje encontró la parte superior de un cráneo fósil y un fémur de aspecto muy similar al de un humano actual, que demostraba una postura bípeda como la nuestra. Aunque faltaba el resto del cráneo, no había duda de que se trataba de los restos de un "ser primitivo", que Dubois bautizó en 1894 como la nueva especie Pitecanthropus erectus (mono-hombre erguido). Dubois había encontrado por fin su eslabón perdido.
Los científicos de aquellos años reconocieron la autenticidad de aquellos fósiles, pero no confiaron demasiado en la teoría de Dubois. El tiempo les dio la razón. La evolución humana ha tenido un número increíble de linajes diferentes, que se han ido quedando por el camino. Nuestra evolución no ha sido lineal, sino muy compleja y ramificada. Sin embargo, Eugène Dubois ha pasado a la historia como el creador de un mito, que 150 años más tarde sigue formando parte de nuestra cultura popular y es fuente de inspiración de infinidad de anuncios publicitarios.