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Katy Mikhailova

De Velázquez a Belázqued

El confinamiento ha aumentado las horteradas de los usuarios de Instagram.

El confinamiento ha aumentado las horteradas de los usuarios de Instagram.
Elena Molinero | Mediaset

El confinamiento ha conseguido que usemos aún más las redes sociales (sobre todo los que no están habituados a ellas), y en especial el Instagram. Sin vergüenza ni sentido del ridículo, la gente se presta a cada horterada que expone en Internet sin complejos. Y es que la ausencia de complejos debería aplicarse más bien a hablar libremente de la política y de la nefasta gestión de esta crisis. Pero no. Sin complejos se expone la gente para retos absurdos y vídeos ridículos que quedan para la posteridad. Y todavía hay afortunados, confinados en Honduras por el reality Supervivientes, que no saben quién es el presidente de Gobierno de España: ¡cuánto le envidio a ese tal Jorge! Ojalá yo tampoco hubiera conocido a Sánchez.

Pero más allá de esta extraña contradicción vital, que no deja de reflejar el espíritu de la cobardía, la falsa solidaridad y la anestesia moral, los vestidos-almohada o los drones por el salón empiezan a aburrir. Más allá de estos retos, Instagram sigue ofreciendo sus clásicos filtros que ‘decoran’ la imagen. Pero con una mala noticia para los usuarios: adiós a la belleza gratis y efímera, como yo lo denomino. No sé si recordarán que mi primera columna de 2020 titulaba ‘Narcisismo’ y hacía alusión a los filtros milagrosos de Instagram. Pues, sin saber muy bien cómo, mi artículo y otros tantos similares, han tenido su efecto, e Instagram ha decidido eliminar ciertos filtros que te regalaban unos labios más gruesos, unas narices más finas y pequeñas, unos pómulos más marcados, unas cejas más arqueadas, unos ojos más rasgados y unas pieles más tersas. Adiós a la belleza sin bisturí. ¿La razón? Los psicólogos han empezado a alertar del peligro de tales filtros sobre la población más vulnerable (los adolescentes). ¡Yo ya lo predije!

Y estoy convencida de que, durante este confinamiento, muchos que ya de por sí presentaban indicios de descontento con su imagen, el tener un exceso de tiempo les hará replantearse hacerse algunos retoques pasado el confinamiento, si su economía no se ve muy perjudicada.

Encuentro un denominador común entre amigas y conocidas. Ante la angustia que se está viviendo (bien sea por una pérdida familiar, por cambios radicales en sus vidas profesionales o la falta de vida social y sentimental) piden a gritos un cambio de imagen al que se someterán acabada la cuarentena. Todavía no estamos preparados los sociólogos de la moda para prever si se optará por un corte de pelo a lo garçon y tinte rubio platino: pero sin duda alguna los comercios que más están siendo añorados son los salones de peluquería y las centros de manicura.

Para todo lo demás, siempre nos quedará Pelayo Díaz y Lucía Etxebarría para distraernos con polémicas, cuando menos, innecesarias, y que no llevarán a ningún puerto, pues nunca sabremos si el pomeranian de la discordia fue un regalo sin más (y que el propio influencer quiso agradecer nombrando a la empresa) o un acuerdo comercial. Quiero creer en la bondad del ser humano, y no veo porqué no deba ser lo primero. Y, por cierto, soy del 90 y sé quién es Lucía Etxebarría. No sólo porque nos sigamos mutuamente en el ‘Insta’, sino porque es cultura general (más si se trabaja en medios de comunicación) y estar al día de la literatura contemporánea los que trabajamos en la comunicación es obligación moral. Ahora bien, querida Lucía: tampoco pasa nada por arreglarse, utilizar filtros y quererse ver más guapo; y tampoco hace falta invertir miles de euros en una iluminación para el vídeo casero: con ponerte al lado de una ventana para que la luz ilumine el rostro, ya se tiene un 50% conseguido. No obstante, ambas sabemos que la arruga es más bella que la tontería.

Pero está claro que la cultura está viviendo una de sus mayores crisis: no por falta de contribución económica a ella (que también); sino que estamos ante una crisis de valores. Una crisis de respeto. Una crisis de conciliación. Afortunadamente (aunque no suscriba parte de la no-ideología de la escritora) su libro contienen palabras, frases complejas, y, sobre todo, ideas: y no sólo fotos profesionales de viajes maravillosos por el mundo. La calidad humana nace en el corazón, pero se desarrolla con la evolución intelectual. Cuando el intelecto se resume a vídeos de tik-tok y alguna que otra obra social temporal en las redes para recaudar fondos, es ahí cuando patina, aun llevando un calzado de Prada. Después pasa lo que pasa: se escribe Velázquez de una manera más moderna, [B]elázque[d], como en la última gala de Supervivientes: ¡qué vulgaridad! Se nota que Elena nunca ha ido de compras por el Barrio de Salamanca (risas e ironía parte). Velázquez es con V de ‘vulgar’ y Z de ‘zorra’. La cultura es hoy una pregunta.

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