Estamos ante la moda más austera. Y es que, hace unos días, contaba mi querida Carmen Lomana (en sus stories diarios), que apreciaba en sus amigas una total ausencia de sofisticación en su imagen. Y por sofisticacion no entiendo elegancia sino la complejidad de crear algo en el lenguaje no verbal que vaya más allá de la comodidad a consecuencia de no hacer absolutamente nada. A pesar de que la nada sea relativa (hay quienes tienen niños o el doble de trabajo para teletrabajar). ¿Quién pretende, acaso, creerse que para limpiar el salón necesitamos unos tacones?
Pero también comprendo su discurso a la inversa: la necesidad de arreglarse para sentirse mejor, más personal social y no personaje aislado en cuarentena. Yo ayer me arreglé sólo para ir a la farmacia: sombra aquí, sombra allá, y ¡arriba la pestaña!
La moda "está" menos de moda que nunca. Más solidaria. Desde el 11M que la moda no mira a la sociedad. Porque esta industria padece el ‘elitismo ilustrado’: todo para el pueblo pero sin el pueblo. O la regla del 80-20: sólo un 20% de los lectores de Vogue pueden permitirse el 80% del contenido que la mítica revista propone. Dolce & Gabbana, Versace, Dior, Chanel… insertan publicidad de moda a doble página, a sabiendas de que sólo una minoría va a poder comprar esos productos. Pero todo ello no es l’art pour l’art. Todo ello genera el deseo aspiracional de querer tener un ‘cachito’ del logotipo de la marca de lujo. Estas grandes marcas de lujo, después se nutren y muchas sobreviven gracias ‘lujo asequible’: los perfumes. Pocos se pueden permitir gastar 2.000 euros en un bolso de Loewe, pero la mayoría sí pueden comprar por 80 el perfume de la marca. Pero ahora no olemos a nada. Olemos a miedo, olemos a aburrimiento, olemos a una ‘falsa solidaridad’ que una vez puesta en práctica, con o sin cinismo, es útil y necesaria. Y se aplaude.
Por su parte, los influencers se desquician y se dedican a enseñar cómo ordenan sus armarios y sus productos de belleza, o se nominan unos a otros para retar a dar (estúpidos) toques al papel higiénico como si de balón de fútbol se tratar. Algo que demuestra el nivel intelectual de la mayoría de estos prescriptores o influ-nada. Lo del papel ha dejado de tener originalidad y gracia: así que paren ya con estos memes.
Esta nueva etapa que estamos viviendo (en la que el 98% de los titulares hablan del Corona Virus), no habrá fútbol, ni lunares con flecos para la Feria de Abril ni trajes de ejecutivos con tacones de infarto. Nuestro fondo de armario se ha llenado de pijamas, leggings, sudaderas y ropa cómoda. Y nos arreglaremos por y para el storie del Instagram o la compra del día.
Y es que la transformación en la moda viene dictada por los tiempos que se viven. La moda en tiempos modernos ha sido una fórmula de crear sueños y recrear personalidades, a menudo ficticias. En tiempos de crisis: guerras, depresiones económicas profundas, catástrofes… la moda pasa a un segundo, tercer (o quizá inexistente) plano, y está al servicio de la supervivencia y la higiene. Vestíamos por pudor y protección, pero el pudor ha desaparecido cuando el desnudo parcial en Instagram se convirtió en tendencia. Y la protección disminuyó cuando el macho de Occidente ha sido capaz de salir a la calle en plena ola de frío con pantalones pitillo que dejan ver los tobillos desprotegidos absolutamente. ¡Antes constipado que sencillo!
Cocó Chanel creó el tweed para la costura, como material democrático; y en sus comienzos de su carrera ayudaba a confeccionar uniformes para enfermeras durante la Primera Guerra Mundial. La moda es desviada cuando ocurren hitos históricos incomprendidos en el presente. Hoy los analistas de moda apreciamos que los guantes de seda han sido sustituidos por guantes de látex o nitrilo; los pintalabios rojos, por mascarillas; los perfumes en miniatura de nuestros bolsos, por botes de gel desinfectante. Y así, sucesivamente. Cuando la pandemia se "controle", saldremos de nuestras casas con la manicura imposible, las piernas llenas de pelo, las mechas oxidadas, con varios kilos de más (y otros de menos, por eso de las sentadillas fruto del exceso de tiempo libre), y con una ansiedad hasta ahora nunca vista: aunque también con más de ganas de vivir. No me atrevo a decir que la moda se está tiñiendo de negro como pasó en el atentado del 11 de Septiembre. Pero se está tiñendo de nihilismo estético.
Y, entre tanto, Amancio Ortega, lo ha vuelto a hacer: mostrando el lado más solidario de la moda, donando 300.000 mascarillas a la sanidad española. Y los socia-hipócritas-radicalista también lo han vuelto a vomitar: criticando esta acción social de Inditex.
En esta línea de solidaridad, la influencer Madame de Rosa, Ángela (a quien conozco), se bajaba de los tacones, se quitaba las joyas y se ponía la bata con su mascarilla y sus guantes respectivos con un único fin: ayudar a salvar vidas en un abarrotado Hospital La Paz de Madrid desde el pasado lunes como enfermera. La moda, la belleza, el estilo de vida ya no importa. Prima salvar vidas. Prima salvar España.
¡Adónde íbamos con tanta prisa, tanta soberbia de creernos estar por encima del bien y del mal y adónde iremos a partir de ahora! Estas son las preguntas con exclamación, y frustración por doquier, que día a día nos preguntamos, y no conseguimos descifrar todavía.