El nacimiento de un bebé implica, entre otras cosas, buscar un nombre para inscribirlo en el Registro Civil. Los padres no siempre lo tienen fácil cuando a la hora de la elección se entrometen más familiares, y lo demuestra el reciente caso de Lobo, finalmente aprobado por el juez. El Registro Civil se creó en España en 1870. Con anterioridad, seguir las pistas genealógicas resultaba complicado, porque habría que partir, a lo mejor del siglo XII o el XIII. Los nombres más comunes siguen siendo entre los varones Antonio, José, Juan y Manuel, aunque en épocas más recientes se utilizan los de Alejandro, Pablo, Álvaro, Hugo y Daniel. Para ellas, son frecuentes María, Carmen, Dolores pero también en la actualidad Lucía, Macarena, Clara, Andrea, Miriam, Sandra y un largo etcétera. ¿Y qué apellidos abundan más? Por este orden: García, Fernández, González, Rodríguez, López, Martínez, Sánchez, Pérez, Martín, Gómez, Ruiz, Hernández, Jiménez, Díaz, Álvarez, Moreno…Y frente a todos ellos hay ciudadanos que exhiben nombres llamativos, raros y curiosos, que sin duda han sido elegidos por los progenitores o allegados a sabiendas de su naturaleza. Respecto a los apellidos, ya es casual, resultado como es lógico de los que tiene cada cónyuge, lo que a veces produce chanzas, cuando no rechazo como explicaremos en el transcurso de este trabajo.
Comencemos por los nombres más sorprendentes, de los que únicamente reseñaremos una selección. El más largo que se conoce en nuestra lengua es Deoscopidesempérides; y el más corto, O. Y entre medias, les cito unos cuantos: Firmo, Sindulfo, Dioscórides, Onésiforo, Wigberto, Fándila, Estilita, Dorimedontes, Filadelfo, Austricliniano, Hierónides, Ranuldo, Transfiguración, Progresio, Frumencio, Eusiquicio, Ursicio, Epilecto, Rústico, Eustracio, Hermágoras, Austremundo, Donaciano, Parisio. Evilasio, Elífeo… Hay un pueblo burgalés, Huerta del Rey, que se considera el que tiene más habitantes con nombres como algunos de los mentados. Todo obedece a que en el siglo XIX muchos de sus pobladores se llamaban igual y el Ayuntamiento resolvió sugerir a sus vecinos que buscaran otros apelativos para no caer en una constante confusión. De toda esa retahíla de nombres nada comunes hay uno que inevitablemente suele provocar una sonrisa si no una rotunda carcajada: Cojoncio. Que existe, que no es inventado. Recuerdo haber leído en La arboleda perdida, las memorias de Rafael Alberti, que el poeta hizo un viaje en tren camino de Santander, acompañado de varios amigos entre los que se encontraba el rey del tango argentino, Carlos Gardel. Detúvose el convoy en una estación palentina y asomados Alberti y sus amigos tras las ventanillas acertaron a contemplar un letrero en el que se anunciaba cierto negocio a nombre de Don Cojoncio Equis e Hijos (no recuerdo de memoria el apellido). Lo que provocó en el grupo unas sonoras risotadas. Ninguno de ellos, y menos el tanguero, acertaba a comprender cómo alguien podía ser llamado de semejante manera.
Y en el caso de las féminas, las rarezas son igualmente abundantes: Burgundófara, Sinclética, Prepedigna, Parmenia, Exiquia, Luzvelina, Filonina, Cirilina, Neomisia, Epa, Edipa, Perseveranda, Seleuca, Polisena, Erundina, Agotónica, Pomposa… Lo dejamos ahí, pero creemos ya tienen donde elegir. Por cierto: recordando a Camilo José Cela en su centenario convendrán conmigo que en muchos de sus escritos, aquellas historias carpetovetónicas que vieron la luz primero en diarios y revistas y luego recopiladas en varios volúmenes, solía utilizar un rosario de nombres que respondían a esta suerte de rarezas. Que iban acompañados además de apellidos rimbombantes o simplemente singulares. Fue una de las características de sus regocijantes artículos y cuentos.
Y ahora, vayamos a los apellidos. El Ministerio de Justicia puede acceder al cambio de un apellido, siempre que se aduzcan convincentes razones, entre ellas la relacionada con que el original suponga para el aludido la mofa o escarnio constante. Ponemos un ejemplo real, que le sucedió al gran tenor Miguel Fleta, quien alcanzó la fama en los años 20 y 30 del pasado siglo. Tenía por primer apellido Burro. Y realizada la petición debida obtuvo la supresión para ser conocido como queda dicho. El apellido Fleta dio lustre a España en los escenarios líricos de todo el mundo. En cambio nuestra admirada Nati Mistral nunca quiso cambiar su apellido: Macho. Eligió un sobrenombre artístico y nunca se ha molestado por llevar ese apelativo paterno, que también corresponde a un familiar suyo, el escultor Victorio Macho.
Continuando con la conjunción de apellidos chocantes, lean los que siguen a continuación: Luz Cuesta Mogollón, Grato Amor Jurado, Antonio Arrimadas Piernas, Florentina Caldito Blanco, Antonio Bragueta Suelta, Jesús Están Camino, Román Calavera Calva, Rosa Pechoabierto y del Cacho, Ana Pulpillo Salido, Agustín Cabeza Compostizo, Alberto Comino Grande, José de la Polla, Pascual Conejo Enamorado, Señor Dios Pujol, Miguel Marco Gol, José Luis Lamata Feliz, José Sin Mayordomo, Evaristo Piernabierta Zas, Margarito Flores del Campo, Catón Niño Garabato, Señora Macarrilla Franco, Ramona Ponte Alegre, Luis Mier Daza, Emiliano Salido del Pozo, Presentación de Piernas, Pedro Trabajo Cumplido, Isolina Gato Sardina, Amparo Loro Raro, Ana Mier de Cilla, Dolores Fuertes de Barriga, Adela Comino Grande, Juan Macho Seco, Armando Gavilán Víbora, Francisco Tenedor Cuadrado, Sinesio Toro Bravo, Emilio Gallo Enamorado, José Manuel Piedelobo, Eusebia Tetas Planas…Son nombres que existen, que pueden consultarse en las guías telefónicas de hace unos años.
La costumbre de identificar a los ciudadanos con un nombre de pila y uno o dos apellidos proviene de la época del Imperio Romano. Así es que si uno se pone a buscar en el árbol genealógico de nuestros antepasados quizás encuentre curiosas averiguaciones. Los que más suelen recurrir a ello son quienes tratan de beneficiarse de algún título nobiliario o alguna herencia. Confío que la lectura de este artículo se tome como un simple pasatiempo veraniego, que acaso les haya proporcionado alguna sonrisa. No creo que ninguno de los aludidos en esas listas pueda sentirse ofendido. Ya se habrá acostumbrado a su identidad.