Ni el parloteo de Sánchez ni el mohín de Rajoy: la imagen de la investidura ha sido el tórrido beso de Pablo Iglesias y el camarada Domènech; un beso en los morros, con luz y taquígrafos, como en los mejores tiempos del Politburó.
Bajo la perpleja mirada del ministro De Guindos, ambos diputados se atizaron un ósculo que marca el fin de una época: se acabaron los apretones de manos y las palmaditas en la espalda. Eso lo hace la casta. La gente, la GENTE de verdad, se restriega los belfos sin distinción de sexos.
Nuestros poetas, siempre en vanguardia, lo han visto así:
OSCULÉAME, FRAILE
por Monsieur de Sans-Foy
Iglesias y Domènech se morrean.
Si bien se me retira el apetito,
me tengo que aguantar y no vomito,
por más que en ectoplasma chapotean.
¡Los progres de verdad se besuquean!
Es cierto, y a las pruebas me remito.
Si quieres que nos demos un piquito,
acepto, que si no, me sermonean.
A mí, que no me tomen por un facha:
no quiero que el efecto de esa tacha
me empuerque la aureola... porque mengua.
Con tal de que me tomen por moderno,
me puedes dar un ósculo fraterno:
si quieres, bésame... pero sin lengua.
ALLÁ QUE VOY
por Fray Josepho
Un beso solicita, con lánguido embeleso
y trémulos los labios, carísimo Sanfuá.
¿Y quién puede negarle, si así lo anhela, un beso?
Yo no, por supuestísimo. Acérquese pacá.
Besarse es muy de izquierdas. Sanfuá, no se cohíba:
permita ya mi ósculo impúdico y fetén.
Con lengua, no sea tímido. Con lengua y con saliva.
Cerrando los ojitos, para sentirlo bien.
Besémonos, besémonos. Que salga lo que salga.
Unamos nuestros belfos poniéndole pasión.
Si quiere, con mi mano, le aprieto yo su nalga.
Y usted se me abandona, con desinhibición.
Fundamos nuestras bocas. Sintámonos tranquilos.
Huyamos de prejuicios. Pelillos a la mar.
Mezclemos nuestros gérmenes, bacterias y bacilos.
Y sí, ya sé que pincho. Me tengo que afeitar.