La gala de los Premios Goya es una celebración anual que las "gentes de la cultura", mayormente cinematográfica, organizan para insultar al gobierno cuando está en manos del centro-reformismo y, de paso, premiar a los profesionales más egregios y las mejores producciones subvencionadas el año anterior. La edición de este año no fue tan incivil como en ocasiones pasadas, pero tuvo momentos de gran nervio reivindicativo que confirman el elevado compromiso ético de nuestros cineastas con los principios más sagrados del progresismo.
Javier Bardem, de cuyo compromiso con los valores de la izquierda no cabe dudar, fue el primero en abrir fuego contra el ministro de "anti-cultura", fórmula rebosante de ingenio utilizada para referirse José Ignacio Wert, ausente del sarao y por tanto condenado "in absentia" por el archimandrita del séptimo arte afincado en los EEUU. Hasta ese momento el acto había transcurrido en un tono más tedioso de lo habitual, pero la presencia del ganador de un Oscar ayudó al auditorio a que no perdiera de vista que su primera obligación en un acto de estas características es denigrar al gobierno (siempre que no sea de izquierdas).
Bardem aprovechó la presentación de uno de los galardones para rendir tributo a la marea blanca, que se ha batido el cobre luchando para evitar la privatización de la sanidad pública madrileña y en cuyas manifestaciones reivindicativas ha sido muy común ver al representante de guardia en cada momento de la famosa saga familiar. El hecho de que él mismo privatizara para traer al mundo a su hijo una planta completa de un hospital norteamericano privado (hebreo para más inri) o que la matriarca se cure de sus dolencias también en centros privados carece de importancia, porque los iconos de la izquierda están tan dedicados a predicar la buena nueva que no les queda tiempo para disfrutar de aquello que exigen para los demás.
El presidente de la Academia del Cine hizo su discurso anual en defensa de una industria esplendorosa como nuestro cine que, sin embargo, no puede sobrevivir sin las subvenciones que el Gobierno le otorga con cargo al bolsillo de los contribuyentes, incluidos aquellos que son incapaces de apreciar el extraordinario talento que derrochan todas y cada una de sus producciones. La piratería sigue siendo, según González Macho, uno de los problemas más graves que sufre el cine español, aunque está lejos de probarse que la caída eventual de los servidores de intercambios de archivos se deban a descargas masivas de películas españolas.
Como toda industria financiada con dinero público, el cine patrio exige el incremento constante de los mandatos coactivos del Gobierno para poder sobrevivir. El presidente de los cineastas actuó en consecuencia pidiendo más leyes y el desarrollo reglamentario de las ya existentes pero, eso sí, manteniendo su sector a salvo de cualquier exacción de tipo genérico aplicada al común de los mortales. De ahí que González Macho defendiera las subvenciones culturales y a su vez criticara la subida de impuestos al cine porque, para nuestros cineastas, el mantenimiento de su actual nivel de vida es tarea que compete exclusivamente a los demás.
Pero tal vez el mejor argumento para aumentar las subvenciones al cine español lo ofreció en Twitter la escritora y concursante de realities televisivos Lucía Etxebarría, profundamente indignada porque, por primera vez en la historia de los Premios Goya, anoche las cervezas servidas durante la Gala tuvo que pagarlas cada cual de su bolsillo. Por si a los cineastas les faltara algún motivo para pedir el fusilamiento sumarísimo del ministro Wert.