Tres años se cumplen este lunes del fallecimiento de Cayetana Stuart y Silva, duquesa de Alba. Efeméride que tendrá en Sevilla, la ciudad que más quiso y adonde fue a morir, una celebración religiosa especial, pues un monumento sustituirá la lápida tras las que reposan sus cenizas, en la iglesia del Valle, sede de la Hermandad de los Gitanos, hacia la que la aristócrata tenía una especial devoción. No todas sus cenizas están depositadas allí, como era el deseo de la difunta, porque su hijo primogénito, Carlos, quiso que otra parte fueran a parar al panteón de la familia de los Alba, sito en la localidad madrileña de Loeches. Ese monumento a inaugurar este lunes, 20 de noviembre, tiene la particularidad de que se ha costeado por suscripción pública, aunque quien más se ha significado ha sido Cayetano. Cierto que sus hermanos, al parecer con la excepción de Jacobo, el intelectual del clan, también han prestado su óbolo. Y ni qué decir que los más íntimos amigos de la duquesa, como Carmen Tello y su marido, el matador de toros Curro Romero, han contribuido también con su aportación económica. El precio del monumento se ha cifrado en 112.000 euros. Estamos seguros de que media Sevilla, entre gentes de la buena sociedad sevillana y otras de extracción sencilla y popular, sin que falten los de la raza del bronce, se acercarán a contemplar en el citado templo el monumento realizado en mármol por el escultor José Antonio Navarro Arteaga.
La vida de la duquesa de Alba es rica en acontecimientos. Quien viviera su juventud en los años 30 del pasado siglo entre internados de París y Londres, recordaba llegar a Sevilla, que según sus propias palabras "significaba la libertad, el sol, la alegría". Precisamente allí conoció a su primer gran amor, cuando vivía en la residencia de su tía Sol, la duquesa de Santoña: "Me enamoré de Pepe Luis Vázquez, ese gran torero, luego amigo mío durante toda la vida, y del que mi padre y las historias de aquellos tiempos me alejaron"·. En efecto: era aquel diestro pinturero, rival de Manolete, hombre tímido, rubio y de ojos claros, el hombre con el que le hubiera gustado casarse Cayetana de Alba. Pero el duque, su padre, se opuso con todas las fuerzas y la mandó de nuevo a Inglaterra para que se olvidara del torero. Luego, ya es sabido que contrajo matrimonio con Luis Martínez de Irujo, al que Sevilla no le gustaba. Sí se las arregló después para que su segundo esposo, el cura Jesús Aguirre, accediera a pasar algunas temporadas en el palacio de las Dueñas, la residencia de los Alba, donde naciera Antonio Machado, porque su padre administraba los bienes de la familia. La duquesa de Alba, tan compenetrada con el sentir andaluz, aprendió a bailar sevillanas, recibiendo lecciones de Enrique el Cojo; a pasear a caballo por el Real de la feria de abril; a ocupar un palco o una barrera en la Maestranza en tarde de toros. El destino quiso que se fuera de este mundo en aquel palacio, cuando ya en el hospital donde fue atendida dictaminaron que se apagaba su vida.
Daba la duquesa gracias al Cristo de los Gitanos y a "su" Virgen de la Macarena cuando, escuchando sus súplicas, el 5 de abril de 2011 cumplió probablemente el último sueño de su existencia: la boda con Alfonso Díez, su tercer marido, "mi compañero", como ella decía, en un lenguaje diferente al que hubiera utilizado en tiempos del duque de Alba, su padre. La felicidad no fue completa para ella ese día: "… porque Eugenia y Jacobo no estuvieron conmigo en fecha tan señalada". Como antes de esa boda hubo muchas controversias, y entendiendo que la duquesa podría haber hecho "de su capa un sayo" y prescindir de cualquier ceremonia para irse a convivir con el hombre que quería, oportuno resulta recordar sus pensamientos al respecto: "Soy católica y como tal ejerzo. Si quería que Alfonso amaneciera cada día a mi lado tenía que ser con la bendición de por medio". La víspera del acontecimiento durmió sola. Se empeñó en cumplir con todos los ritos que marca la tradición cristiana. Jacobo, no sabemos por qué no quiso asistir a la tercera boda de su madre. Eugenia no lo hizo al enfermar de varicela.
La duquesa de Alba siempre tuvo en claro que estaba enamorada: "He vivido lo suficiente para saber que el amor es lo que mueve el mundo. Si amas, ponte el mundo por montera. Observo a las parejas jóvenes, las de mis nietos o la de mis propios hijos, que no han tenido mucha suerte en el amor. Pienso que una de las razones es que se pierde el misterio, el romanticismo". Reflexionaba la duquesa sobre sus experiencias sentimentales: "Me he quedado dos veces viuda y la soledad y la tristeza me sumieron en lo más profundo de un pozo". Y añadía también: "El amor no tiene edad. En más de una ocasión me he preguntado si hay diferencia entre un amor maduro y un amor adolescente. La experiencia me ha enseñado que el amor de una mujer entrada en años es igual de fuerte que el de una jovencita, aunque a los dieciséis o dieciocho años sea una sensación desconocida y se pueda andar por ese camino algo perdida. Con cada edad se descubren cosas distintas. Los años enseñan a disfrutar con más calma de los momentos intensos. Noto cómo me late el corazón más deprisa cuando me enamoro. Se me acelera el pulso. Aún recuerdo las mariposas en el corazón cada viernes por la tarde cuando esperaba que llegara el Ave a Santa Justa y Alfonso viniera a pasar el fin de semana a casa. Entonces me animaba y me sentía mucho más feliz. El amor provoca otros beneficios. Creo que da salud, ganas de vivir, de luchar, de seguir adelante y de mirar al cielo cada día y de apreciar lo bonito que es. Se despiertan los sentidos y todo parece diferente. Cuando se está enamorada y te sientes querida las cosas tristes hacen menos daño".
Alfonso Díez, el duque viudo, que nunca quiso utilizar título alguno y menos muerta ya Cayetana, estará sin duda este lunes en Sevilla, presenciando la inauguración del monumento en honor de la mujer que más quiso en su vida. No se benefició de su condición de consorte de una de las mujeres más ricas de España y sin duda con mayor número de títulos aristocráticos. Lo que le correspondió legalmente por testamento lo recibió con discreción, sin recurrir acaso a ciertos otros bienes que pudieran corresponderle y que podría haber disputado. Lección de honradez. Con los Alba mantiene una relativa relación, no con todos, siendo Cayetano y Fernando con quienes más amistad sostiene. El digno comportamiento de este funcionario palentino es un ejemplo a resaltar de quien jamás quiso aprovecharse de honores y dinero. Cuando tantos "braguetazos" existen en la Historia de España, el último esposo de la duquesa de Alba reivindica lo mejor de un hombre que sólo la quiso por amor.