En la mañana del 13 de septiembre de 1982 la princesa Grace de Mónaco fue víctima de un accidente cuando regresaba en su coche al Palacio de Montecarlo acompañada de su hija Estefanía desde su residencia veraniega en Roc Ángel. Pasadas las diez de la noche del siguiente día se conoció la terrible noticia: la amante esposa del Príncipe Raniero expiraba en la clínica a la que había sido trasladada Su Alteza Serenísima, como era llamada, a causa de una hemorragia cerebral y vascular. Transcurridos treinta y cinco años de la tragedia quedan en suspenso, sin conocerse oficialmente, detalles muy importantes de aquel suceso.
¿Pudo salvar su vida la princesa de haber sido trasladada a tiempo al mejor hospital de Niza, mucho mejor equipado? Se especuló que el monegasco no disponía del equipo suficiente para tratar la lesión cerebral que le ocasionó el fallecimiento. Quedó para la posteridad una pregunta en el aire: ¿conducía el automóvil la madre o la hija? Y es que se supo que un granjero, Sesto Lecchio, testigo en los alrededores del lugar del accidente, al observar que un coche se desplomaba por un terraplén acudió presto con un extintor para apagar las llamas, pues el coche podía haberse incendiado completamente. Ayudó a madre e hija, en tanto que llegaba una ambulancia. Declararía que era la joven princesa quien que estaba al volante y que ninguna de las dos llevaba el cinturón de seguridad puesto. Entonces… ¿significaba mucho hacer pública esa circunstancia? Naturalmente que sí. Primero, por un derecho a conocerse la verdad. Y luego porque si Estefanía declaraba ante el juez que efectivamente ella llevaba el coche, suponía que por lo menos había incurrido en un delito, el de conducir sin poseer permiso para ello, tratándose además de un miembro de la Familia Grimaldi, que llevaba las riendas del pequeño Principado.
Aquel coche se había salido de la carretera en una de las peligrosas curvas que rodean esa cornisa de los alrededores de Montecarlo para caer en un terraplén de más de cuarenta metros. ¿Tenía el vehículo un problema de frenos? Nunca se supo en el informe pericial. Tampoco en el comunicado que el servicio de prensa del Principado se mencionó que en el hospital municipal Grace de Mónaco no disponían de equipos suficientemente dotados para afrontar una lesión cerebral como la que sufrió la princesa. Por eso la trasladaron con urgencia a una clínica privada en el centro de Montecarlo, en la avenida más comercial de la ciudad, el bulevar Moulins. Un "scanner" mostraría la terrible realidad: ya era inútil proceder a una intervención quirúrgica. Y la primera dama del Principado fallecía inexorablemente en la noche siguiente después de haber sido mantenida artificialmente durante unas horas. El profesor Chatelain, jefe del servicio de cirugía del Centro Hospitalario Princesa Grace había consultado con su colega, el neurocirujano profesor Jean Duplay, jefe del mismo servicio pero en el hospital de Niza. Demasiado tarde. Confirmaba que no era posible ya operar. De haberla llevado allí, a cincuenta kilómetros del lugar del suceso, es probable que la princesa hubiera salvado su vida.
El profesor Duplay sostuvo que Grace sufrió un ataque cerebral segundos antes de perder el control de su coche. Y hasta hubo quienes conociendo el carácter rebelde de Estefanía, mantuvieron la posibilidad de que discutiera violentamente con su madre y ello forzara el trágico final. Los que inspeccionaron el vehículo, un modelo Rover 3500, de fabricación inglesa, se percataron que madre o hija tuvieron tiempo de accionar el freno de mano en un vano intento de detenerlo antes de que se despeñara por un precipicio. Todos esos detalles se manejaron entonces para insistir en algo tan posible como que una nerviosa Estefanía, que aunque supiera conducir no tenía la experiencia y serenidad de su madre cuando tomaba el volante, fuera realmente la que lo llevaba, la causante de ese drama por tanto. Las leyes francesas y las propias del Principado siempre fueron estrictas en cuanto a la obtención del carné de conducir, que sólo se otorgaba, tras el consiguiente examen, a partir de los dieciocho años. Y Estefanía contaba sólo diecisiete. Pero ya queda dicho: se silenciaron de modo oficial datos relevantes que hubieran aclarado todo. Por ello las conjeturas continuaron y a día de hoy, por mucho que se haya publicado –un montón de libros, películas, millares de artículos necrológicos- nos tememos que el misterio continuará para siempre. Y mucho se repitió que no era un accidente normal; que Grace era una buena conductora, prudente, que conocía sobradamente aquella carretera llena de curvas, de segundo orden, camino de la Turbie, cerca de la denominada Cornisa Media. Sólo faltaba atravesar un recodo para enfilar un trayecto en línea recta que las llevaría en seguida a Palacio. Respecto a Estefanía, había sufrido heridas de cierta consideración, corrió cierto riesgo de quedarse paralítica, mas a los pocos meses su recuperación fue rápida. Si físicamente no le quedaron secuelas, no es difícil creer que durante toda su vida tendrá en la memoria cuanto ocurrió aquella mañana del 13 de septiembre de 1982 y el imborrable recuerdo de su madre.
Cuando ocurrió aquel suceso, Carolina se encontraba en Londres, en una clínica de reposo. Por supuesto, tomó el primer avión para postrarse ante el cadáver de su madre. Lo mismo que hizo el príncipe Alberto, en tanto el príncipe Raniero, desconsolado, aparecería en el funeral notablemente envejecido. Estuve esos días en Mónaco recabando información, para escribir luego varias crónicas al respecto. Toda la familia Grimaldi acusó aquel duro golpe. Carolina, con un algo tormentoso pasado sentimental muy reciente, que tantos quebraderos de cabeza había originado sobre todo en su madre, parecía arrepentida de su veleidosa conducta, en la que parecía entreverse a ver con quién se lo pasaba mejor en la cama, si con Roberto Rosellini (el hijo de Ingrid Bergman), con el tenista Guillermo Vilas, , con Philippe Junot… Al final, ya saben, se decidiría, algo después, por este playboy.
Entre los asistentes a las honras fúnebres se hallaban Diana de Inglaterra, Nancy Reagan, Fabiola de Bélgica, Farah Diba (enlutada completamente, la contemplé muy de cerca, a solo un metro, en el vestíbulo del elegante hotel de París), y otros representantes de las casas reales europeas. Del mundo del cine acudió Cary Grant, compañero de Grace en más de una película. Doña Sofía se había desplazado desde Madrid la víspera para dar personalmente el pésame en palacio a todos los deudos. En el funeral vimos a don Juan de Bordón y al Duque de Cádiz. Todos los monegascos pudieron darle el último adiós a "su" Princesa, desfilando un día antes del entierro en la Catedral por la capilla ardiente situada en uno de los salones del Palacio de Montecarlo. Realmente, puede decirse que en todo el mundo se lloró la desaparición de aquella bella mujer que de estrella de cine había protagonizado una historia real con su boda principesca, argumento que parecía sacado de una romántica comedia.
Yo la conocí cuando acudió junto a Rainiero a los actos de coronación de don Juan Carlos, el 27 de noviembre de 1975. Pocas horas después, me recibieron en el domicilio de los marqueses de Castro, quienes ostentaban en Madrid la representación consular del Principado monegasco. Con gran sorpresa nuestra, fuimos los únicos periodistas que logramos aquella exclusiva. Es decir, estaban Grace y Raniero, Tessa de Baviera y su esposo, el marqués de Castro, mi compañero, el fotógrafo Santiago Álvarez y yo mismo. Nadie más se encontraba en esa residencia; ningún invitado. El encuentro duró cerca de una hora. Pudimos fotografiarlos sin problemas en varios rincones del chalé, situado en la elegante barriada del Viso. Y después sostuvimos una conversación durante la cual Grace de Mónaco me confesaría hallarse muy emocionada al haber asistido a los actos de la coronación real. Entre otras cosas más, me dijo: "No echo de menos el cine. ¡Hace ya tanto de eso, más de veinte años…! Y aunque sigo todas las noticias cuando acudo a ver una película me sitúo siempre en la mente de cualquier espectador. ¿Qué si me meto en política? No, jamás, sólo me ocupo de obras sociales y de preparar las recepciones". Alta, esbelta, con sus cabellos anudados en elegante moño, Grace de Mónaco nos dejó una inolvidable impresión. Parecía que hubiera sido siempre una dama principesca, como contrapunto a su esposo: a Raniero lo contemplamos más campechano. ¡Qué triste recordar a aquella mujer de serena apariencia, bellísima, llena de vida, truncada de golpe su existencia hace de esto ahora treinta y cinco años!