En la historia del bolero el nombre de Agustín Lara está inscrito en letras de oro. Este viernes, 6 de noviembre, se cumplen cuarenta y cinco años de su muerte. Tuvo una vida novelesca, de aventuras sentimentales que le inspiraron muchas de sus románticas canciones. La leyenda sobre el gran compositor comienza en su adolescencia, cuando se ganaba la vida tocando el piano en varios prostíbulos. No disponía de estudios musicales específicos, salvo los que le proporcionó una tía suya con la que pasó su niñez, lejos de sus padres. Y en aquellos lupanares fue donde conocería a mujeres descarriadas que le devolvían el cariño que él les profesaba. Se enamoró, cómo no, de varias a la vez y una de ellas, presa de los celos, le cruzó un día la cara con un objeto cortante: una navaja, o una botella rota. El maestro llevó aquella tremenda cicatriz (que partiendo de las comisuras del labio, en el lado izquierdo de su rostro, le llegaba casi hasta la oreja), con cierta altivez, o mejor, orgullo. Como una herida de guerra. Como los toreros cuando sufren una cornada de las llamadas de espejo. Al fin y al cabo, con esta comparación no hacemos sino constatar que los cuernos habían tenido la culpa.
Fue a finales de los años 20 del pasado siglo cuando Agustín Lara comenzó a gozar de sus primeros éxitos, llevados a la radio y a los discos, uno de ellos "Rosa", dedicado a su madre. Vivía casado con la que todo el mundo creía era su primera mujer, Angelina Bruscheta, cuando en realidad ya estaba divorciado desde 1920 de Esther Rivas Elorriaga. Aquel segundo matrimonio pasó por constantes privaciones económicas. Una noche de Navidad él compuso uno de sus mejores boleros, "Mujer" y al día siguiente llegaban a su casa los empleados de una casa de pianos para llevarse el que tenía alquilado por no pagar las mensualidades, en el que había creado tan magnífica pieza.
En 1930 mantenía un programa radiofónico de gran audiencia, 'La hora íntima de Agustín Lara', donde estrenaba sus composiciones. Sus conquistas eran constantes, así que dejó a Angelina por una actriz colombiana, Carmen Zozaya. A los cuatro años se unió a María Félix, la estrella más popular del cine azteca, a quien dedicó otra de sus grandes composiciones, "María Bonita", que dio a conocer el extraordinario tenor Pedro Vargas: "Amores habrás tenido / muchos amores, María Bonita / María del alma /. Pero ninguno tan bueno ni tan honrado / como el que hiciste que en mí brotara…". Era imposible que Lara le fuera fiel. Ni a ella ni a ninguna otra. Y a partir de entonces se sucederían más aventuras y más matrimonios, lo que le seguía siendo fuente de inspiración creadora para sus hermosos boleros, aunque también compondría pasodobles y chotis como "Madrid". Resulta curioso que ni esa pieza, ni "Granada" ni otras canciones de su "Suite Española" estuvieran relacionadas con viajes a España. Las creó desde la distancia, en México, apoyándose en lecturas, imaginando esas y otras capitales. "Canto a España sin saber cómo es, igual que a muchas mujeres". Más delante de estrenarlas sí que nos visitó: en 1954 y en 1964. En Madrid le dedicaron una estatua en el barrio de Lavapiés, en las merindades del Rastro, donde antaño se alzara una castiza corrala.
"Granada", ya citada, fue sin duda la canción más universal de las seiscientas y pico que compuso, emocionándose profundamente cuando la escuchó por vez primera en la fabulosa voz de Mario Lanza. Luego están sus boleros inmortales: "Solamente una vez", que creó al enterarse que su viejo amigo, el tenor y galán cinematográfico José Mojica se retiró del mundanal ruido para vestir los hábitos de fraile; "Veracruz", que le estrenó la gran Toña la Negra, una de las mejores boleristas aunque en España fue prácticamente desconocida; "Farolito", "Pecadora", "Enamorada", "Piensa en mí"… Es curioso que este último tema citado alcanzó entre nosotros una gran difusión, ya fallecido al maestro, muchos años después, en la voz de Luz Casal, incluido en la banda sonora de la película de 1991 "Tacones lejanos". Era Agustín Lara uno de esos embajadores volantes, sin serlo oficialmente, que más hizo por México en España. Sabemos que durante la postguerra, muchos exiliados le echaron en cara al compositor que dedicara canciones a nuestro país; incluso trataron de que no nos visitara. Eran aquellos republicanos que se reunían en algunos de los cafés que frecuentaba Lara, increpándole sin motivos. Agustín nunca les hizo caso y siempre proclamó su amor a España. En su segunda y última visita a Madrid en 1964 fue recibido por Franco. Pero, antes de la audiencia en el Palacio de El Pardo, amigos del maestro lograron convencerle de que regularizara su situación sentimental con su última amante, la joven Rocío Durán Ramírez. Los casó un compatriota suyo el 28 de junio de ese año en la madrileña iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Se supone que sus anteriores matrimonios habían sido de naturaleza civil. "Quiero ponerme a bien con Dios", comentó con los informadores asistentes a la boda.
De regreso a México continuó su vida bohemia, sin controlar nunca sus numerosos gastos. A las puertas de los setenta años estaba arruinado y su mujer parece que se cansó de sus francachelas diarias y lo abandonó. "Se lo ha llevado todo, me ha dejado sin nada", confió Lara a un amigo. Le escribió una carta a doña Cristina Camino, hermana del poeta León Felipe: "Voy quedándome solo. He dado mucho y he recibido muy poco. Me pagan con ingratitud. La gente me ha olvidado..." Su salud era muy delicada: padecía un enfisema pulmonar. Estando en casa con un amigo tomándose una copa de su coñac favorito se cayó al suelo desde el taburete que ocupaba. Pocos días después moría en el Hospital Francés de México. Como una pirueta del destino, casualmente, en otra habitación del mismo centro, estaba ingresada su primera esposa, que ignoraba la triste noticia. Fue entonces cuando se supo qué edad tenía realmente el músico y dónde nació, datos que había manipulado a menudo. Vino al mundo en México D.F. en 1897, luego contaba setenta y tres años. Muchas de sus románticas canciones aún se recuerdan.