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La desgraciada historia de la madre de 'el Cordobés'

Cumple 47 años: ayer lavacoches y hoy torero millonario. Aunque no pasó hambre, sí algunas miserias, sobre todo falto de cariño.

Cumple 47 años: ayer lavacoches y hoy torero millonario. Aunque no pasó hambre, sí algunas miserias, sobre todo falto de cariño.
'El Cordobés' | Cordon Press

Este martes, 30 de junio, Manuel Díaz el Cordobés cumple cuarenta y siete años. A pesar de su mote, es madrileño. Al neófito le fueron impuestos los apellidos de la madre, María Dolores Díaz González, nacida en Jaén en 1947. Fruto de las relaciones que mantuvo, según declaraciones suyas y del propio hijo, con el afamado matador de toros Manuel Benítez el Cordobés, quien nunca ha reconocido públicamente ser el progenitor de dicha criatura. Si la madre así lo proclama y su primogénito lo ha contado infinidad de ocasiones, incluso en sus memorias, nada hemos de objetar nosotros. Únicamente que Manuel Benítez jamás se ha planteado someterse a unas pruebas del ADN. Y como se da la circunstancia de que la parte contraria, ni madre ni hijo han demandado a aquél solicitándolo, el asunto sigue en el mismo punto de partida, sin reconocimiento oficial alguno de paternidad.

En distintas ocasiones, tantas como hemos entrevistado a Manuel Díaz el Cordobés, su opinión es invariablemente igual: "Benítez es mi padre. Creo a mi madre, que es quien me lo dijo de niño y lo ha repetido siempre. Nada quiero de él, me refiero a cuestiones materiales. Sólo que me reconozca como hijo. Llevo mucho tiempo con el deseo de abrazarlo, pero he perdido las esperanzas. Mi padre no quiere saber nada de mí". Semejante historia, con ingredientes de culebrón televisivo, tuvo su origen cuando Manuel Benítez el Cordobés, en la plenitud de su fama taurina, segunda mitad de los años sesenta, conoció a una joven rubia, de mediana estatura y notable presencia, en casa de unos amigos, residentes en la madrileña calle de Alcalá. Aquella muchacha era empleada de la casa, la camarera que servía a los señores. Cuando el torero los visitaba era evidente que se sentía muy atraído por la chica. Ésta, probablemente molesta por el acoso de Benítez, optó por dejar de prestar sus servicios en aquel hogar, marchándose de camarera a una cafetería de la misma calle, lugar que en poco tiempo descubrió aquél para proseguir su caza amatoria.

Con zalamerías, algunos regalos y su indudable don de gentes y poder de seducción, el Cordobés logró conquistarla, llevándola varias veces a su entonces residencia, un piso que había adquirido en la calle del Doctor Esquerdo, cercano a la plaza del Conde de Casal (donde recuerdo haber entrevistado al diestro, quince días después de su grave cogida en Las Ventas). La joven quedó embarazada, en tanto el torero se iba desentendiendo de ella. Era María Dolores Díaz González. Sus padres, que vivían modestamente en la localidad de Arganda, le afearon aquella dramática situación, sobre todo el progenitor, al que apodaban El Serio. Y lo era: tanto que echó a su hija de casa. Un año después de que naciera el bebé, Manolito, Manuel Benítez el Cordobés reapareció en la vida de María Dolores, ofreciéndole ayuda y satisfaciendo los gastos de su estancia en un hotel de lujo del barrio de Salamanca. Poco duró aquella generosidad. Y, como hemos de abreviar el relato, digamos que, definitivamente, el valiente y temerario espada olvidó a aquella mujer y nada quiso saber del niño, aunque éste recordaba que, en cierta ocasión, le metió un puñado de billetes en el bolsillo.

Manuel Díaz 'el Cordobés'

María Dolores conoció a otro hombre, delineante de profesión, con quien tuvo cinco hijos; la pareja rompió su convivencia, cuando ella se cansó de la desenfrenada vida que llevaba su compañero. En esos años, Manuel Díaz González había aprendido a vivir por su cuenta y ganarse honradamente los garbanzos trabajando duramente de lavacoches en una gasolinera de Córdoba. Aunque no pasó hambre, sí algunas miserias, sobre todo estuvo falto de cariño. Se relacionó con el entorno de Manuel Benítez. Su madre lo encaminó hacia la plaza de las Tendillas, donde se reunían algunos peones de la cuadrilla del torero. Y así llegó el día en que él también quiso seguir las huellas paternas, se hizo novillero, tomó la alternativa en Sevilla, confirmándola en la feria madrileña de San Isidro, de 1993.

Vicky Martín Berrocal | Cordon Press

Dos horas antes de hacer el paseíllo, yo lo entrevistaba en su suite del hotel Victoria. Abajo, lo esperaba un Rolls-Royce puesto a su disposición por el empresario José Luis Martín Berrocal. Su guapa hija, Vicky, no dejaba de mirar admirativamente al joven diestro. Quien dos horas después resultó gravemente herido. Vicky acudió inmediatamente a verlo, preocupadísima. Se casarían muy enamorados en 1997. Pero, tal vez porque el entorno en el que se había educado ella era notoriamente diferente al de él, el caso es que sus caracteres no tardaron en chocar. Tuvieron una niña, Alba, que nació a finales de 1999. Dos años después decidieron separarse, aunque han mantenido desde entonces uno trato amistoso, sobre todo pensando en la niña, a la que adora Manuel. Que es, fuera de su indudable popularidad taurina, un gran tipo: noble, generoso, sencillo, que jamás se pavonea de sus millones.

Ya con una cuenta corriente respetable y con un patrimonio sólido que ha venido incrementándolo, dueño de una finca, Cerro Negro, Manuel Díaz no dejó de ayudar a su madre y a sus hermanos (uno de los cuáles, Chema, es su hombre de confianza). Toreando en Valencia (Venezuela) se enamoró de Virginia Candia Troconis. Al estar casado por la Iglesia con Vicky Martín Berrocal, su boda con Virginia tuvo que ser de carácter civil. Los casó el alcalde de la ciudad natal de la novia, el 6 de febrero de 2004. Han tenido dos niños, Manu y Triana. Viven muy felices en su finca sevillana. Y a menudo los visita Alba, la hija de Manuel y Vicky, que se lleva muy bien con sus hermanos. Hace pocos años, Manuel Díaz, viajando en AVE desde Sevilla a Madrid, se encontró de frente con Manuel Benítez. Cruzaron sus miradas durante unos segundos, sin decirse nada. Aquel inesperado encuentro no lo ha olvidado el primero. Piensa muy a menudo en su padre. Supone que el entorno de éste siempre lo ha disuadido de acercarse a él. Llegado hipotéticamente el caso de la herencia, Manuel Díaz podría aspirar a ser beneficiario. Mas nunca ha pensado en ello. Sólo en abrazar a su padre. Lo que, por ahora, no parece que vaya a producirse nunca. Desde hace unos años, el día de su cumpleaños, torea en la feria de Burgos donde los mozos de las peñas lo agasajan y le entregan una tarta, este martes con cuarenta y siete velitas.

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