En sus primeros nueve meses fuera del trono, además de su rehabilitación física, el Rey Juan Carlos se ha dado una serie de homenajes gastronómicos de los que da cuenta La Otra Crónica de El Mundo. El padre del Rey de España ha visitado en estos meses los restaurantes más exclusivos del país, haciendo gala de un interés creciente por la alta cocina.
La particular ruta de Don Juan Carlos comenzó por tierras castellanas el pasado otoño. El siete de septiembre degustó en el restaurante Landa de Burgos unos huevos fritos con guindilla y se llevó unas morcillas para La Zarzuela. Un mes más tarde, durante al Fiesta Nacional del doce de octubre y mientras su hijo Felipe VI presidía su primer desfile militar en La Castellana, él almorzaba pochas y somarros de cerdo en el Amparito Roca de Guadalajara. En otra fecha señalada, el aniversario constitucional del seis de diciembre, se desplazó al País Vasco para probar las excelencias de Juan Mari Arzak, que le obsequió con morcilla de cerveza, pudín e kabrarroca, angulas codium, cocochas en hojas de bambú, ave de invierno con bellotas y postre de luna cuadrada. Trece días después visitó Gerona con unos amigos ingleses, con los que probó el menú degustación en otro afamado lugar, el Celler Can Roca, con la tortilla de caviar o las algas escabechadas como alguno de los platos principales.
Tras las vacaciones navideñas, el siete de enero de este año Don Juan Carlos, esta vez acompañado de su hija la Infanta Elena, almorzó en Atrium, uno de los templos de la nueva cocina ubicado en Cáceres. Toño Pérez y José Polo les agasajaron con raviolis de zanahoria, huevos fritos con caviar, lubina asada, cabrito y queso de torta del casar con buñuelos fritos. La última etapa de esta ruta ha sido el pasado día siete de marzo, de nuevo en San Sebastián, esta vez en el Akelarre de Pedro Subijana, quien le fue detallando al Padre del Rey, y a los cuatro médicos que le acompañaban, las excelencias del calamar de risotto, el tartar de buey o el secreto ibérico con zumo e pimiento. Unas explicaciones que Don Juan Carlos, cada vez con más curiosidad por el buen comer, siguió con mucha atención.