Se cumplen tres decenios este viernes 26 de septiembre de la muerte de Francisco Rivera Paquirri en la plaza de toros cordobesa de Pozoblanco. Mucho se ha escrito desde entonces sobre aquella tragedia y no reincidiremos en asuntos harto debatidos. Mas hay uno que probablemente marcaría el definitivo distanciamiento de su viuda, Isabel Pantoja, con los Rivera, la familia del diestro. Fue la propia cantante quien en un hotel de México D.F donde ambos nos encontramos decidió hacerme esta confidencia, con la promesa de no publicarla. Ha transcurrido ya suficiente tiempo y no creo que roto aquel compromiso ahora, ella pueda sentirse traicionada. Creyéndola entonces, pienso que es hora de que se conozca aquel suceso. Enterrado Paquirri la desconsolada Isabel Pantoja quiso marcharse desde su piso sevillano situado en la avenida Ramón de Carranza a la finca que hacía años había adquirido el torero en el término gaditano de Medina-Sidonia conocida como La Cantora (aunque habitualmente sea citada sin el artículo, pero a su entrada hay un azulejo con la denominación antedicha). Nada más llegar comprobó con estupor cómo la caja fuerte se hallaba abierta y vacía. Por supuesto que ella tenía acceso y conocía la clave. Sin duda alguna, como se deduce del asunto, alguien más poseía una llave de la misma. Y con lógica, llave que a esa persona se la hubiera facilitado el propio Paquirri. Ahora bien: si éste dejó en manos de alguien de su entorno, un familiar de su confianza, una llave de la caja fuerte, ¿por qué no se lo hizo saber a Isabel? Y si la caja estaba vacía cuando ella volvió a La Cantora ¿quién del conocimiento de Paquirri se tomó la libertad de llevarse su contenido, de desvalijarla, vaya, sin decírselo a la viuda del torero, que a fin de cuentas era la que tenía todo el derecho a disponer de cuanto había en la finca del matrimonio?
Y ahí es donde la tonadillera se sintió atropellada en sus derechos, visiblemente dolorida pese a los años transcurridos cuando me reveló esas cuitas. Sin acusar a nadie, ella no hacía nada más que darle vueltas a una idea: quien se llevó el contenido de la caja fuerte no era un ladrón cualquiera, sino alguien interesado que podría conocer de antemano cuanto allí había dejado Paquirri. Lo cierto es que la cantante rompió con los Rivera y no dejó que su hijo (entonces Paquirrín para los reporteros, al que ella llamó siempre Kiko) fuera a ver ni a su abuelo ni a sus tíos paternos. Ruptura total que se ha mantenido con el paso de los años. El abuelo se murió sin poder abrazar a su nieto, como se recordará.
Había pasado mucho tiempo de aquello cuando me desplacé a la finca Buenasuerte, antes conocida como El Robledo, en el término sevillano de Constantina, que el padre de Paquirri regentaba tras recibirla de él en herencia. Transcribo a continuación cuanto me contó éste, Antonio Rivera, que entonces contaba ochenta y cuatro años; lo encontré con su mente lúcida, aunque años más tarde fuera perdiendo poco a poco sus facultades: "Mire usted, mi hijo Paco, pocos días antes de morir, me dijo en el Hotel Jerez, en Jerez de la Frontera, que a su vuelta de América quería que nos viésemos para hablar de algo importante. No me añadió nada más. Yo pienso que era para modificar su testamento. Él no pensaba en eso, no creía que se moriría tan pronto, pero antes de casarse con Maribel le hice saber que a él le podrían pasar cuatro cosas: que lo matara un toro, como así fue; que tuviera un accidente de avión, o de coche, o bien que falleciera de muerte natural. Y le comenté: piensa que tienes dos hijos de tu primera mujer, que cuando te cases de nuevo tendrás posiblemente más descendencia, entonces es mejor que lo tengas todo arreglado. La víspera de su boda con Isabel vino la madre de ésta y me dijo: 'Se ha salido con la suya porque Paco ha firmado testamento esta misma semana'. Luego, muerto Paco, pasó lo que pasó, que el testamento parece no gustó a Maribel que tal vez pensaba que todo o casi todo iba a ser para ella; no se imaginaba que pudiera tocarnos algo también a los Rivera".
El padre de Paquirri llamaba a Isabel Pantoja, su nuera, con el apelativo familiar de Maribel, como a ella le gustaba siempre ser conocida; su marido atendía por Paco, y en la intimidad hogareña por el apelativo Gordi. El señor Rivera me comentaría también que la aceptación testamentaria tardó en resolverse ¡tres años! por culpa de las dos mujeres del torero, esto es, Carmen Ordóñez e Isabel Pantoja, enzarzadas en discusiones entre sus abogados. Y me expresó muchas más cosas: "La Cantora, la finca, que tanto quería mi hijo y es ahora de mi nieto Joselito (así llamaba a su nieto Kiko) no era de Maribel, porque Paco la compró antes de casarse. Y sepa que cuando lo hizo fue en régimen de separación de bienes. Luego a La Cantora ella no tenía ningún derecho. Mi hijo era muy buena gente y repartió lo que tenía entre sus hermanos, su padre y sus hijos. A Maribel no le dejó nada; se lo dejó a su hijo, no a ella. Y si lo hizo así, por algo sería". ¿Y qué había en la famosa caja de la finca, que Isabel Pantoja halló completamente vacía? ¿Qué cree usted que había en ella? A lo que Antonio Rivera me respondió: "A mí me consta, porque me lo dijo él mismo, que mi Paco tenía cuarenta millones de pesetas en metálico porque iba a comprar esos días una finca".
Antes de despedirme del padre de Paquirri me confiaría lo que le advirtió a éste el 23 de septiembre de 1984, tres días exactamente antes de la tragedia: "No vayas a Pozoblanco, Paco". Tal vez tuvo una fatal premonición. Pero el torero no le hizo caso y pactó con Diodoro Canorea, el empresario, que le pagara dos millones de pesetas si aceptaba torear. Sin rebajar un céntimo. Al día siguiente de la corrida pensaba irse de vacaciones a Caracas con Isabel Pantoja. El toro Avispado, de la ganadería de Sayalero y Bandrés, se lo impidió. Fue la cita mortal con su destino, hace de esto exactamente treinta años.